Haciéndolo mío romance Capítulo 67

—¿Hay algún horario específico en el que uno pueda divertirse debajo de las sábanas? 

Miguel me volteó a ver con una ceja levantada y hablaba con un tono sugestivo.  

Mi corazón dio un salto mientras estaba midiendo el creciente deseo en sus ojos, así que evité el contacto visual con rapidez. 

—Pero hay más personas en esta casa. ¿No te preocupa que nos vayan a escuchar? 

—Esta es mi casa, ¡qué importa si alguien nos escucha! Pero bueno, si te preocupa que te escuchen, entonces puedes mantener callados tus gemidos.  

Los labios de Miguel se juntaron para formar una sonrisa burlona; un segundo después, él se acercó con su mirada fija sobre mí.  Sus ojos eran tan profundos como torbellinos los cuales no podía ver el fondo, pero tampoco podía evitar ser atraída a ellos.  

—M-Miguel… —empecé a tartamudear mientras que empezaba a retroceder unos pasos por instinto. No tuve la más mínima oportunidad para hablar después de que se inclinara y me levantara en sus brazos, luego prosiguió a llevarme rápidamente hacia el segundo piso. Cuando llegamos al dormitorio principal, él me colocó sobre la enorme cama para después subirse sobre mí y mantenerme ahí sin que pudiera hacer nada debajo de él. Los nervios me invadieron cuando me encontraba acostada en la cama mientras que miraba su hermoso rostro, el cual estaba a unos pocos centímetros de mí. Mi corazón latía frenéticamente a pesar de que esta ya no era mi primera vez, pero aun así no lo podía controlar.  

—Por los próximos seis meses, Andrea, ¡tu cuerpo me pertenece solo a mí! —proclamó Miguel con una voz profunda al estar cerca de mi oído.  

Al momento que escuché eso, fruncí el ceño y estaba a punto de contestarle, pero él ya había tomado mis labios como rehenes antes de que siquiera pudiera abrir la boca. Su beso era demasiado posesivo. En ese momento, parecía como si él estuviera en un estado frenético, esa calidez con la que empezó se había marchitado. Empecé a aborrecer ese beso tan salvaje, así que lo empuje para alejarlo de mí; como consecuencia, lo único que logré oponiendo resistencia era hacerlo que se alocara más. No dejó de besarme, y sus labios empezaron a bajar a mi cuello y hacia más abajo. No tardó mucho para que él perdiera la paciencia y me desgarrara la ropa que llevaba puesta. Fue en ese momento que lo volteé a ver con molestia. 

«¡Aj! ¿Cómo puede ser tan descontrolado como para romperme la ropa? ¿Y ahora qué usaré después de esto?» 

Mi humor había sido estropeado y ahora quería alejarlo de mí; sin embargo, él no me dio la oportunidad como para hacerlo, pues pasaba sus manos por todo mi cuerpo y encendía mis deseos a un nivel fervoroso. Para mi sorpresa, él ya no estaba tan nervioso como antes; ahora, él actuaba con paciencia, me provocaba sin cesar mientras que admiraba mi respuesta.  

Aún era de día en ese momento, por lo que él podía ver con claridad cada una de mis reacciones cuando me tocaba. Mientras lo miraba con ojos llorosos, pude ver que había una pequeña sonrisa en los labios de Miguel, me avergoncé y miré hacia otra parte.  Al sentirme así, giré mi rostro hacia alguna otra dirección para ocultarla de su mirada. Después de todo, que un hombre esté estudiando cada gesto en tu rostro a tal hora era bastante vergonzoso.  

Daba al parecer que Miguel se había percatado de mi timidez, por lo que sus labios se relajaron y la alegría se ocultó detrás de sus ojos. No cabe duda de que la mayoría de los hombres se regocijan al ver a una mujer gemir durante su tiempo a solas, ya que eso sería sumamente gratificante para sus egos; Miguel no era una excepción.  

Para ese momento, yo ya me estaba retorciendo con impaciencia. Fruncí el ceño en señal de disgusto cuando me di cuenta de que él no estaba motivado a empezar.  

«¡Maldita sea, estoy segura de que me está torturando de esta manera a propósito el día de hoy! Él sabe muy bien que no puedo aguantar tanta provocación después de abstenerme por tantos días, pero decidió sacarme del momento con toda la intención. ¡Jamás había sido él tan paciente cuando lo habíamos hecho en el pasado!» 

Al notar mi inquietud, pude ver la satisfacción en los ojos de Miguel. Al acercarse a mi oído, me murmuró: 

—¿Qué pasa? ¿Estás deseando por mí? 

—¡Apresúrate si lo vas a hacer, Miguel! ¡Me estás atormentando a propósito! 

«¡Él es un completo pervertido! ¡Aj! ¡Es todo un sinvergüenza por pedir que le suplique!» 

—¡Esta vez fuiste muy lejos, Miguel! ¡Yo también tengo mi dignidad! 

Yo aún tenía mi dignidad, a pesar de que siempre elegía transigía ante él; suplicarle era algo que yo nunca iba a hacer.  

Tan pronto como salieron mis palabras, el rostro de Miguel se ennegreció mucho; podía ver cómo controlaba su enojo con una mirada abrasadora mientras me observaba. 

—¿Dirías lo mismo si en vez de mí fuera Raúl Valdez? 

Parecía estar interrogándome mientras que me miraba fijamente a los ojos. Yo no entendí por qué había mencionado a Raúl, pero eso no impidió que la furia me invadiera en el instante que lo escuché. 

—¿Qué quieres decir con eso, Miguel Sosa?  

«¿Qué tiene que ver nuestra relación con Raúl? Aunque había decidido salir con él, nosotros nunca habíamos hecho algo íntimo, ni siquiera nos hemos tomado de la mano, ¡mucho menos dormir en la misma cama!» 

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