Capítulo veintiuno
—Me estás diciendo que si él muere, ¿tú también?
—No.
—¿Entonces? —junto mis cejas sin entender nada.
—Él está ligado a mí, pero yo no a él —suspira —y creo que por eso él también siente esa conexión contigo —susurra.
—¿Cuál conexión?
Me levanta ligeramente de su cuerpo —nada, olvida lo que acabo de decir, de acuerdo—me aparta y se levanta del sillón, tiende su mano hacia mí y la tomo sin protestar—vamos a examinar y limpiar esas heridas.
Me lleva a la segunda planta y entra al último cuarto del corredor, prende las luces y veo de arriba a bajo el lugar que combinaría perfectamente con mi alma.
¿El negro es el color más amado en todo el planeta? ¿Confirmamos?
Pues yo pienso que sí.
—¿Es tu habitación?
Se encoje de hombros —puede ser.
—¿No lo es?
Me observa de reojo —bueno... el dueño no me dijo nada antes de morir.
Abro mis ojos de par en par —eh, ¿cómo?
—Tranquila, el viejo ese ya está en un mejor lugar —giña.
—No sé porque algo me dice que lo mandaste tú al otro lugar —meto mis manos dentro de los bolsillos del pantalón.
—¿Me tienes miedo por ser un asesino? —pregunta en un tono de voz neutral.
Niego viendo mis pies descalzos —por alguna extraña razón no —muerdo el interior de mi mejilla — no te tengo miedo, Len—en la habitación se instala un silencio donde solo las ramas de afuera de la casa hacen ruido al chocar con otras.
¿Abre hecho mal con decirle eso?
Aunque creo que estoy diciendo más de lo que debería.
—Quítate la ropa —dice de la nada.
Ladeo mi cabeza y doy dos pasos fuera de su alcance —¿perdona? ¿Qué has dicho? ¿Escuché bien?
—Sí, escuchaste bien. Desvístete.
Alzo una ceja —estás bien equivocado si crees que me voy a quitar la ropa en frente de ti.
Sonríe de lado —allá abajo estuvimos a punto follar y ahora me dices que no te quieres quitar la ropa, ¿es en serio?
Pero... ¡QUE TIPO MÁS INSENSIBLE!
¿Qué le pasa? ¿Se volvió loco?
Un momento... Claro, este es el Len de siempre.
Ruedo mis ojos—Pues ahora te quedas tú solo aquí, yo me voy —intento pasar por su lado y toma mi antebrazo —¿no me vas a violar o sí?
Tengo pena, no quiero.
Si soy sincera toda mi ropa interior es de dibujitos por el hecho de que mi personalidad es totalmente distinta cuando estoy sola o cuando estoy con mi familia, nunca creí que esto llegaría a pasar.
Nunca.
Trago grueso, ¿y si le digo que esperaré a curarme por mi cuenta? Sí, eso le diré.
Carraspeo —¿Len?
—Dime.
—Lo he estado pensando y creo que es mejor... —no me deja terminar cuando abre la puerta, llevo mis dos manos para tapar mi ropa interior, pero es inútil. Él lleva una de sus manos a su boca que hace amagos de reír, traga saliva varias veces y mira en otra dirección. Junto mis cejas —NO ME DEJASTE NI TERMINAR. BRUTO, VAMOS BURLATE.
Niega, —lo que pasa es que me atragante con saliva —camina a la cama —ven y siéntate.
No despego mis ojos de los suyos para ver si me mira y con cuidado tomo asiento en la cama con sabanas negras, pongo una almohada sobre mis piernas tapando mi bochornosa situación y dejo caer el cabello sobre la cara.
Len se agacha y toma mi barbilla con cuidado para examinar mi rostro, sus ojos negros solo se concentran en esa área y aprieto mis piernas al sentirme tan indefensa ante él, recita un montón de palabras que no entiendo y de su pantalón saca una crema pequeña, me pone sobre el área golpeada y aprieto mis dientes al sentir un fuerte dolor a quemadura —duele —digo y él ignora mi voz.
Coloca su dedo índice en uno de mis hematomas hechos por las escaleras y los conecta con otros por todo mi cuerpo—Kak tol'ko oni poyavilis', oni ischeznut— levanto una ceja extrañada y veo como la sangre acumulada por distintas partes se junta en mi pecho y desaparece por arte de magia, él abre sus ahora ojos celestes y me da una mirada rápida, toca mi rostro y retira la crema restante —con esto debe ser suficiente —dice y su pulgar toca las comisuras de mis labios, los entreabro e inclino mi cabeza ligeramente hacia su mano, se acerca lentamente a mí y hago lo mismo hasta quedar a escasos centímetros —¿me dirás cual es la última regla? —llevo mi vista a sus labios y mojo los míos.
—¿Quieres saber cuál es la última regla, uh? —susurro en su oído y bajo a su cuello —porque si la quieres saber —muerdo levemente su cuello—quiero que pierdas totalmente el control conmigo —beso fuerte mi mordida y sonrío al ver el morado que le he dejado al separarme.
Ya sé que estoy jugando con fuego, pero con él no puedo controlarme.
Simplemente no puedo.
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