Luciano miraba atónito mientras su hija iba tras el auto de Roxana desesperadamente. «No la ha visto muchas veces, así que ¿por qué está tan apegada a ella?». Mientras él estaba sumido en un estado de confusión, la niña se cayó de repente y eso lo hizo volver en sí; luego se apresuró a abrazarla.
—¿Estás bien? Deja que papá te revise.
Estela se negaba a soltar los brazos alrededor del cuello de su padre, por lo que él se preocupó por su situación y a la vez oyó a la niña sollozar; por un momento, pensó que oía mal. Aunque solo estaba llorando, era la primera vez que ella rompía el silencio de esa manera. Estela lloró fuerte y se aferró a él con tanta fuerza que la sintió alrededor de su cuello. A pesar de la conmoción que él estaba sintiendo, lo sobrellevó en silencio y la consoló.
—La señorita Jerez... quiero a la señorita Jerez...
El tartamudeo brusco de la niña tomó a Luciano por sorpresa, ya que nunca había esperado que esas fueran sus primeras palabras. «Pensar que aprecia tanto a esa mujer». Ese pensamiento le dejó un sabor amargo y, al final, solo le dijo la verdad entre dientes:
—La señorita Jerez se ha ido, pero papá estará aquí contigo, así que no llores más.
El incesante llanto de Estela la agotó tanto que comenzó a temblar y, como no tenía otra opción, Luciano pidió que la excusaran del jardín y la llevó a la casa. En el camino de vuelta, la niña se calmó, lento pero seguro, solo se sorbía la nariz de vez en cuando mientras estaba en el asiento trasero en un absoluto silencio.
Tras ignorar a todos cuando regresaron, la niña se dirigió directo a su habitación y cerró de golpe la puerta. Luciano supuso que debía estar haciendo sus berrinches de siempre, al tener en cuenta la frecuencia con la que se habían producido las anteriores crisis similares. Como si eso fuera poco, su presencia en la compañía era muy necesaria ese día así que, después de haber deliberado un poco, le pidió a Catalina que vigilara a la niña antes de dirigirse a la oficina.
En la tarde, cuando estaba a punto de terminar su trabajo, recibió una llamada de la mujer.
En el pasado, cuando mencionaban a Roxana al menos le provocaba a Estela algún tipo de reacción, pero, esa vez, estaba completa e impávidamente inmersa en su propio mundo; Luciano se entristeció al ver eso. Por la reacción de la niña, era evidente que había vuelto a presentar los síntomas de su autismo. Cuando se dio cuenta, llamó rápido por teléfono y solicitó la atención inmediata de su buen amigo, Jacobo Lara. Era un profesional prestigioso en el campo de la psicología y había sido el encargado de tratar a Estela durante años.
Enseguida, Jacobo acudió a ver cómo estaba la niña; él también se puso serio tras evaluar su estado.
—Por favor, salgan. Me gustaría intentar hablar con ella un rato —dijo tras dirigirse a las otras dos personas que estaban en la habitación.
Luciano y Catalina cooperaron e hicieron lo que les pidió. Jacobo hablaba con Estela con mucha paciencia, pero todo lo que le decía ella solo respondía con su mirada desenfocada. En comparación con las sesiones anteriores que habían tenido, esa situación estaba resultando mucho más difícil.
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