A Roxana le causó gracia lo que dijo. Podía acordarse con claridad cómo el hombre le había dicho que no se casaría con nadie más que no fuera Abril hacía seis años; incluso la había tratado con indiferencia porque ella había ocupado el lugar de Abril. «Sin embargo, han pasado seis años y se distancia de esa mujer». Roxana se preguntó cómo se sentiría Abril si lo escuchara en ese momento.
No obstante, más allá de la verdad, el director había acatado sus órdenes. Además, Roxana ya había decidido establecer límites claros entre ella y Luciano. Si algo así podía suceder una vez, podía ocurrir de nuevo y, si bien sus hijos eran inocentes, no quería que sufrieran. Como había pensado en eso, Roxana se recompuso porque ya no quería obsesionarse con el tema.
—Ya escuché su explicación, así que, si no tiene nada más para decir, me iré ahora —dijo con apatía.
Tras hablar, se dio vuelta para irse, ya que no quería quedarse más tiempo en esa casa embrujada. Como podía pensar con más lucidez, estaba segura de que podía encontrar la salida con rapidez. «Puedo esperar por Magalí y los niños afuera». La mujer acababa de girar cuando el hombre la tomó de la muñeca.
—¿Qué más necesita, señor Fariña? —preguntó de forma apática tras detenerse y darse vuelta.
Luciano hizo una pausa momentánea y decidió confesar.
—Necesito de su ayuda con algo.
Tras escucharlo, Roxana se mordió el labio con desprecio. «Lo sabía. Si no necesitara mi ayuda, ¿por qué se esforzaría tanto en encontrarme?».
—¿A qué se refiere? ¿Pensó que Ela es la hija de Abril? —preguntó en un tono distante.
La mujer creyó que él estaba por arrastrarla a la fuerza y estaba preparada para atacarlo, pero se sorprendió con la pregunta. Un momento después, sintió nervios, pero fingió estar tranquila y respondió solo con una pregunta:
—¿Acaso no lo es?
Además de Abril, no se le ocurría ninguna otra mujer.
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