La tomó de la muñeca y sacó a Roxana del banquete casi a la fuerza ante la vista de todos. La mujer trató de soltarse varias veces, pero el agarre del hombre era lo suficientemente fuerte como para disuadir tal intento y no fue hasta que llegaron afuera que la sujetó con menos fuerza. Roxana se apartó con una mueca y dio varios pasos hacia atrás para distanciarse de él.
—Gracias por su amabilidad, pero puedo conducir a casa. No hay necesidad de molestarlo para que me lleve, señor Fariña. Su madre y su prometida todavía están adentro, así que debería volver y acompañarlas.
Luego, comenzó a caminar hacia la puerta de la mansión mientras lo evitaba. En un principio, había planeado irse por su cuenta y no se imaginó que la situación llegaría a ese extremo; todavía no podía creer que Luciano fuera capaz de hacer algo así. Estaba muy confundida y todo lo que quería hacer era estar en silencio.
Mientras caminaba delante de Luciano, él volvió a tomarla con más fuerza que antes.
Roxana se detuvo; reprimió sus sentimientos confusos y miró al hombre a su lado con la mayor calma posible.
—¿Necesita algo más, señor Fariña?
Luciano frunció el ceño y vio su mirada apática. Sintió malestar al pensar en la sonrisa de la mujer mientras conversaba con Leandro.
—Como dije, quiero ver a mi hija. Dejarla solo me queda de pasada. Quiero que mi hija duerma temprano, así que por favor deje de perder el tiempo y súbase al auto.
—Conduje hasta aquí —insistió Roxana—. Y Catalina los está cuidando en casa. Puede irse, señor Fariña.
Se tornó más serio cuando lo volvió a rechazar mientras que su mirada reflejaba la furia por su reticencia.
—Bebió un par de tragos, si recuerdo bien. ¿Planea que le saquen una multa por conducir bajo los efectos del alcohol?
A Luciano se le ensombreció la mirada al ver el perfil de la mujer a través del reflejo de la ventanilla. «Sonreía cuando hablaba con el hombre en la cena, pero conmigo, en cambio, tiene esa expresión». Mientras más lo pensaba, más le molestaba. Como ya no pudo soportar el silencio, se aclaró la garganta.
—¿Quién es el señor Morales para usted? Él mencionó que se conocen muy bien.
Roxana quedó paralizada por un momento por la repentina pregunta antes de mirarlo con apatía.
—No creo que sea de su incumbencia. —Apartó la mirada con indiferencia antes de mirar por la ventanilla, con una clara intención de no volver a hablar.
El auto quedó en silencio una vez más. Luciano emanaba un aura escalofriante muy notoria. Camilo deseaba estar en cualquier lugar menos allí e incluso respiró con cuidado por miedo a llamar la atención de los pasajeros.
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