La puerta de la mansión se cerró con lentitud y la pequeña figura de Estela desapareció de la vista de Roxana. Mientras extrañaba a la niña, la mujer respiró profundo y se obligó a contener las lágrimas. Habían pasado bastante tiempo juntas y Estela se había encariñado con ella y los niños, además, su enfermedad mostraba signos de una evidente mejoría. Si fuera posible, Roxana deseaba poder quedarse con ella y cuidarla hasta que se recuperara por completo. «Cómo me gustaría escucharla decir una oración completa…». Por desgracia, parecía que ya no era posible.
Dado que Andrés y Bautista bajaron las escaleras detrás de Roxana y Estela, pudieron darse cuenta de que su madre estaba triste por despedir a la niña. A pesar de que ellos se sentían igual, se guardaron sus palabras.
—No estés triste, mami. Prometemos que siempre estaremos contigo —dijeron los niños acurrucándose en sus brazos al ver lo triste que estaba su madre.
Roxana los abrazó y, poco a poco, volvió a colmarse de cariño. A pesar de que se resistía a separarse de Estela, la exigencia de su trabajo hacía que fuera imposible para ella lidiar con otros asuntos, dado que todos los días se preocupaba por sus compromisos laborales.
Durante ese fatídico día, Roxana siguió su rutina y se marchó del instituto de investigación cuando llegó la hora de ir a buscar a los niños al jardín de infantes. Mientras iba en camino, recibió una llamada de Leandro y la atendió.
—Hola, Leandro. ¿Qué sucede?
—¿Puedes hablar? Me gustaría pedirte un favor —dijo un poco preocupado.
Roxana pudo percibir que algo andaba mal, así que accedió a ayudarlo sin vacilar.
—Dime.
—Es mejor si hablamos en persona. Más tarde te envío la ubicación, encontrémonos allí —respondió.
Ambos trabajaban en el ámbito de la salud, así que él pudo explicar la situación del paciente con brevedad. Esas pocas palabras bastaron para que Roxana entendiera para qué necesitaba su ayuda.
—Trabajamos juntos en varias ocasiones cuando vivíamos en el exterior y, de todos los doctores que conozco, eres la más calificada en esta área. Por eso esperaba… —Guardó silencio cuando empezó a dudar.
A fin de cuentas, una craneotomía es un procedimiento difícil y arriesgado, así que el cirujano que llevara a cabo la cirugía afrontaría un gran estrés. Roxana no tenía obligaciones y no necesitaba correr un riesgo como ese. Sin embargo, entendió que a Leandro le preocupaba que ella se sintiera agobiada por el riesgo que implicaba.
—¿Dónde está el paciente? Si es posible, creo que debería ir a ver su estado en persona. Como dijiste, esta es mi especialidad, así que podría encontrar otra solución. ¿Quién sabe? Quizás podemos evitar la cirugía —dijo ella enseguida sin esperar a que él terminara de hablar.
Leandro aún pensaba en cómo terminar la oración cuando las palabras de la mujer provocaron que un destello de desconcierto se reflejara en sus ojos. «¿A-accedió a ayudarme así sin más?».
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