La verdad de nuestra historia romance Capítulo 188

Estela se rehusó a irse casa con él porque quería ver a Roxana, y por ese motivo Luciano no tuvo opción más que esperar en una esquina. Nunca se imaginó escuchar tal noticia. Estela lo miró con nervios y lo tomó de la manga.

—Señorita Jerez.

Luciano sabía lo que su hija quería preguntarle, así que le ayudó a terminar lo que quería decir.

—¿Qué le sucedió a la señorita Jerez?

Lisa, quien no sabía nada de su historia, les contó lo que le había sucedido:

—La señorita Jerez no se ha estado sintiendo bien desde que llegó a casa anoche. Creí que estaba extenuada, pero cuando la fui a ver al mediodía, tenía fiebre. Tengo que volver a cuidarla. —Luego, sostuvo a los niños de la mano y se fue.

Andrés y Bautista se fueron con prisa y no se despidieron de Estela, por lo que se le enrojecieron los ojos a la niña.

—Señorita Jerez… —No pudo evitar murmurar en voz baja.

Luciano miró a la niña y vaciló por un momento. Luego, le pidió al conductor que siguiera el auto de Lisa así podían visitar a Roxana.

Los niños estaban tan preocupados por su madre que corrieron hacia su habitación y no dijeron nada cuando el hombre entró a la casa. Lisa no evitó que Luciano y Estela subieran. Roxana se despertó cuando los niños abrieron la puerta; abrió los ojos y se topó con unos ojos grandes e inocentes.

—Mami, ¿cómo estás? Debes estar sintiéndote muy incómoda. —Andrés le toco la frente y se sorprendió por el calor.

—Es solo fiebre; se me pasará cuando duerma lo suficiente —respondió con una sonrisa reconfortante.

De repente, escuchó la voz de una niña pequeña.

—Señorita Jerez.

Roxana quedó paralizada por un momento. Hizo la cabeza a un costado y vio a Estela tocar el borde de la sábana y la miró con preocupación. «¿Ela? ¿Por qué está aquí?». Por instinto, Roxana miró hacia la puerta y vio una figura delgada de pie en la entrada. Después de intercambiar miradas, Luciana frunció el ceño y entró a la habitación.

Los niños la tomaron de la mano y la ayudaron a ponerse de pie. Estela estaba tan exasperada que se le enrojecieron los ojos. Al ver lo ansiosos que estaban los niños, Roxana no tuvo opción más que obedecerlos. Asintió y miró a Lisa.

—¿Puedes venir al hospital conmigo?

Los niños insistieron en acompañarla, pero Roxana se negó con el ceño fruncido.

—Ustedes quédense en casa a descansar, ¿sí? Volveré pronto.

No quería que sus hijos salieran a esa hora.

Antes de que Lisa pudiera decir que sí, se escuchó la voz gruesa desde atrás.

—Yo la llevo. Lisa puede quedarse en casa y cuidar a los niños.

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