El hombre presionó los ardientes labios contra los de ella y ambos respiraron sobre la piel del otro. En ese preciso instante, a Roxana le quedó la mente en blanco; jamás se imaginó que Luciano llegaría a hacer eso. El hombre incluso le tomaba el mentón con más fuerza, parecía que intentaba obligarla a que abriera la boca. En ese momento, Roxana recobró los sentidos y comenzó a darle una golpiza.
—¡Suélteme, Luciano Fariña! ¿Acaso se volvió loco? Estamos en un restaurante, cualquiera podría entrar en cualquier momento.
Luciano se apartó un poco dado que ella forcejeaba y, cuando comprendió lo que dijo, frunció el ceño.
—¿Y qué? ¿No fuiste tú la que me dijo que ibas a compensarme? Solo tomo lo que me debes, pero ¿ya tienes miedo?
Roxana parpadeó perpleja y sintió un gran disgusto cuando pensó en lo que había sucedido aquella noche. Tal vez fue porque había estado drogado y Luciano apenas sabía lo que hacía. Aun así, había actuado por instinto y había sido rudo, por lo tanto, lo único que ella recordaba era el dolor del aquel incidente.
Dado que el aroma del hombre y el leve olor a alcohol volvían a invadirle la nariz y después de escuchar lo que él dijo, Roxana comenzó a temblar. Cuando Luciano no vio que ella respondía, sus ojos se tornaron sombríos y se inclinó para volver a besarla; fue un beso más brusco que el anterior. La mujer no podía moverse ante el agarre y el pánico que sentía se hacía cada vez más intenso.
Habían pasado seis años, pero su cuerpo no podía resistirse a ese hombre. «Si nota mi reacción, para él, seguiría siendo la misma persona de hace seis años», pensó y volvió a estar sobria al instante.
Cuando sintió que el hombre intentaba abrirle la boca, ella se apresuró morderle el labio con fuerza y el sabor metálico de la sangre les inundó la boca. El hombre se paralizó, pero, en el siguiente instante, se movió con más vigor. Roxana apenas podía tomar un respiro de sus constantes besos y, lentamente, perdía la fuerza. El único motivo por el cual no se desplomó fue porque él seguía presionando con la mano. Poco después, Luciano se detuvo.
—Pensé que dijiste que no sentías nada por mí. ¿Por qué te debilitaste tanto? —le preguntó con los labios aún sobre los de ella—. Roxana, tu cuerpo es mucho más honesto que tu boca —dijo con voz ronca.
La mujer jadeó y sintió una mano que se acercaba a su pecho justo cuando estuvo a punto de rebatir. Una vez que sintió lo que hacía, de alguna manera, reunió la fuerza para apartarlo y le dio una bofetada.
—Quiébrales las manos que utilizaron para tocarla —le ordenó a Camilo tras mirar con desdén a las personas que estaban en el suelo.
Al percibir la tensión en el ambiente, Camilo bajó la cabeza y respondió sin vacilar:
—Sí, señor.
Luciano no dijo nada más antes de irse.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La verdad de nuestra historia
Me atrapo...