La verdad de nuestra historia romance Capítulo 18

Una vez que Luciano entró a la sala, cerró la puerta de inmediato y el lugar se sumió en un silencio absoluto; solo se podía escuchar el sonido de las respiraciones. Roxana examinó el área y, por alguna razón, tuvo una sensación de peligro y comenzó a luchar con ferocidad.

—¿Qué intentas hacer? ¡Suéltame!

Luciano la inmovilizó contra la pared sin esfuerzo alguno. Ambos cuerpos estaban tan apretados que ella percibió en la oreja el cálido aliento del hombre. De repente, Roxana dejó de luchar, se apoyó contra la pared y se enderezó de forma rígida; sin darse cuenta, ralentizó su respiración. Estaban tan cerca que ella podría tocar con el pecho a la otra persona si llegaba a respirar un poco más fuerte. En la sala había un silencio sepulcral; Roxana apretó los dientes mientras su mente se aceleraba. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado, el sentimiento opresivo que él le provocaba era tan fuerte como antes.

No obstante, su relación había cambiado hacía bastante tiempo. Roxana apretó los puños y se obligó a tranquilizarse. «Ya estamos divorciados. Luciano y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro. Pertenecemos a mundos diferentes», pensó ella y respiró profundo.

—Luciano, déjame ir. Podemos hablar al respecto si tienes algo que decir —dijo tranquila.

El hombre se quedó un poco atónito al escuchar su tono tranquilo y, después de algo de tiempo, dio un paso hacia atrás, pero no la soltó. Roxana suspiró aliviada para sus adentros y su expresión se tornó más calma.

—¿No tienes nada que decirme? —Luciano entrecerró los ojos al ver el cambio en su expresión.

Tal vez, dado que ella había pensado muy bien todo, no se le aceleró el corazón ante esas palabras.

—Señor Fariña, ya han pasado seis años desde que nos divorciamos, así que creo que no tengo nada que decirle —dijo en tono distante.

Cuando ella terminó de hablar, Luciano le pellizcó el mentón con fuerza, por lo que se vio obligada a mirarlo a los ojos.

—¿Cómo acabas de llamarme? —Los ojos del hombre ardían de ira como si pudieran lanzar fuego en cualquier momento.

Luciano tembló de ira, provocando que el ambiente en la sala privada se colmara de una tensión terrorífica. El dolor que Roxana sentía en el mentón se intensificó; sin embargo, ella lo soportó.

—Para ser honesta, usted no estaba consciente aquella noche y yo no sentí nada. Ahora que lo pienso, fue regular, pero es cierto que lo drogué —continuó con calma—. Así que no me opondré si quiere que lo compense.

«Muy bien. Ahora que han pasado tantos años, esta mujer sabe cómo utilizar las palabras para hacerme enojar». Luciano entrecerró los ojos de forma peligrosa. De hecho, estaba inconsciente aquella noche y apenas recordaba los detalles; no obstante, cualquier hombre se enfurecería al escuchar lo que dijo Roxana.

—¿Regular? Dado que provoqué tal malentendido, no me importa volver a estar a tu servicio —dijo Luciano con desdén, elevando un poco el mentón.

El pánico se vio reflejado en los ojos de Roxana cuando vio al hombre inclinarse hacia ella. Quería escapar, pero no tenía a dónde ir.

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