No eran las ocho cuando salieron del hospital. Roxana estiró su cuerpo rígido con pereza; estaba muy contenta de volver a respirar aire fresco después de haber estado confinada en una cama durante un día.
Andrés y Bautista la seguían de cerca por miedo a que le volviera a ocurrir algo.
—Señorita Jerez, ¿por qué no se va a casa a descansar un poco? ¿Quizá pueda tomarse la mañana libre? —Lisa hizo todo lo posible por convencerla de que no se fuera a trabajar de inmediato.
—Estoy en perfecto estado, así que no te preocupes por mí. Después de la operación que hice anteayer, fui corriendo al jardín de infantes con la ropa sudada porque no tuve tiempo de cambiarme. Lo más probable es que me haya resfriado y por eso tuve fiebre. Prometo tener más cuidado la próxima vez —le aseguró con una sonrisa. Luego, se inclinó y despeinó a los niños—. Tengo que terminar mi trabajo en el instituto de investigación. Señorita Lisa, ¿puede llevarlos al jardín de infantes? Le avisaré a la señorita García que llegaran tarde.
Los niños la miraron con preocupación ya que, de ser posible, ellos preferían que su madre pudiera tomarse un respiro y descansar. Sin embargo, eran muy conscientes de que su madre era una adicta al trabajo y que no lo dejaría para después así que, aunque les costó un poco, al fin asintieron de mala gana.
Roxana se volvió hacia Lisa y le dijo:
—Dejaré que lleve a los niños al jardín de infantes, pero primero le informaré a la señora García como corresponde.
Lisa aceptó. Tras lo cual, Roxana se acercó a Luciano, quien ya estaba esperando junto a la entrada principal.
—Solo quería agradecerle por lo de anoche. Yo me hice cargo de Ela la última vez y ahora usted me devolvió el favor así que ya estamos a mano —dijo con tranquilidad.
Los sentimientos de Luciano eran todo lo contrario a la mirada impávida que tenía. Momentos después, rompió el silencio con una respuesta concisa.
—Por supuesto —respondió de forma indiferente; sus pensamientos eran indescifrables.
Justo cuando Roxana estaba a punto de darse la vuelta para marcharse, una pequeña mano la agarró por el dobladillo del vestido.
—¡Señorita Jerez!
Esa mañana, Lisa había tomado un taxi para ir al hospital mientras que a Roxana la había llevado Luciano la noche anterior, por lo tanto, estaban sin su propio vehículo. Por desgracia, como era hora pico, no pudieron escapar del colapso de tráfico porque no pasó ni un solo taxi que estuviera libre, ni siquiera después de haber esperado un rato.
Mientras Roxana debatía si debía molestar o no a Conrado para que fuera a buscarla al hospital, Luciano le dijo:
—Es difícil conseguir un taxi a esta hora. Deje que los lleve a todos a donde tengan que ir.
Roxana se sobresaltó al oír su voz dado que creía que el hombre ya se había marchado. «¿Por qué sigue aquí?». Se dio vuelta y se encontró con los ojos adorables de Estela, quien parecía esperar que aceptara la oferta. Fue entonces cuando comprendió que, aunque sentía debilidad por la niña, ya no quería tener nada que ver con ese hombre. Por lo tanto, rechazó la oferta mientras fruncía el ceño.
—No se haga problema, señor Fariña. Ya le he traído bastantes problemas últimamente. Estoy segura de que necesita llegar a su oficina lo más rápido posible, así que, por favor, siga adelante y no se preocupe por nosotros. Nos las arreglaremos solos.
En el instante en que terminó su frase, vio cómo Luciano fruncía las cejas enojado. «¿Acaso dije algo que le molestó?». Desconcertada, Roxana no se atrevió a seguir hablando.
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