De manera muy obediente, Estela le tendió la mano que se había lastimado y, cuando él vio la herida, frunció el ceño.
—¿Qué sucedió? ¿Te molestaron los otros niños?
Estela se quedó tiesa durante un segundo y negó con la cabeza.
«¿Acaso no la intimidaron los demás niños?», pensó Luciano confundido.
—Entonces, ¿qué sucedió?
Estela tomó un lápiz y escribió despacio unas cuantas letras en su cuaderno «trupeze». Luego ladeó la cabeza un poco dudosa de lo que acababa de escribir. Esa palabra era demasiado difícil para ella como para deletrearla y cuando no podía deletrear alguna palabra, solía intentar hacerlo según el sonido o simplemente la omitía. Sin embargo, tampoco solía escribir esa palabra, por lo que no estaba segura de sí la había escrito bien.
—¿Te tropezaste? —preguntó Luciano luego de mirar la palabra que había escrito.
Estela asintió y, ante eso, Luciano suspiró aliviado y le tocó con suavidad la herida.
—¿La profesora curó tu herida?
Estela volvió a asentir. Luciano asintió con la cabeza antes de dirigir su mirada de nuevo a sus hermosas manos.
—Esto tardará unos días en curarse y tienes que tratar la herida. Yo te ayudaré, ¿de acuerdo?
Estela se mostró de acuerdo con él así que, de inmediato, Luciano se agachó y la levantó en brazos para bajar por las escaleras.
Una vez que llegaron a la sala de estar, se sentó en el sofá y sentó a la niña en su regazo.
—Trae el botiquín —le dijo a Catalina al mismo tiempo.
La mujer asintió como respuesta y no tardó en llevarle lo que le había pedido.
Luciano sacó un aerosol, lo roció sobre la herida de Estela y luego le masajeó durante un rato. Aquella era una herida bastante grande y aunque ya habían pasado algunas horas desde que se la había hecho, todavía le dolía. Sin embargo, Estela no se quejó y se limitó a fruncir tanto los labios como el ceño.
De vez en cuando, Luciano la miraba para analizar su expresión y ver si la estaba lastimando. En cuanto vio su rostro, se perdió en sus pensamientos. «Se parece un poco a ella cuando está así de seria».
Al sentir la mirada de su padre, Estela levantó la vista y lo miró desconcertada. Al instante, vio sus labios heridos y los señaló confundida. Era fácil entender lo que quería decir; le estaba preguntando cómo se había lastimado.
—Está bien. Un gatito salvaje me mordió —respondió Luciano mientras le tomaba la mano.
«¿Un gatito salvaje?» Estela se sintió aún más confundida. Por lo tanto, tomó el lápiz y el papel de la mesita y escribió: ¿De dónde salió el gato?
La mirada de Luciano se ensombreció.
Roxana sonrió y la miró.
—¿Te gustan? Podrías tener uno.
Al oír eso, Magalí sacudió rápidamente la cabeza.
—Olvídalo. Si tengo uno tal vez no sea tan sensible como Andrés y Bautista. Así que prefiero robarte los tuyos.
—Tía Magalí, no es necesario que nos robes. Si te emborrachas, seguro que Andrés y yo también te cuidaremos así. —Bautista consoló a su madrina mientras seguía masajeando la cabeza de su madre.
Al oír eso, Magalí quiso abrazar al niño y besarlo; sin embargo, los dos pequeños estaban ocupados.
—¡Son los mejores! Los quiero con todo mi corazón —expresó.
Roxana se estremeció por lo cursi que era Magalí. Luego tomó el remedio para la resaca que le dio Andrés y lo bebió lento. Para cuando terminó de beberlo, ya era tarde en la noche.
—Bueno, ya estoy bien. Suban rápido a descansar.
Roxana besó las frentes de sus dos hijos. Ambos asintieron y le dieron las buenas noches a Magalí antes de subir las escaleras.
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