Una vez que los dos niños estuvieron arriba, a Roxana se le desvaneció lentamente la sonrisa. Luego, Magalí apagó el televisor y se acercó preocupada para preguntarle:
—¿Qué sucede? ¿En qué piensas?
Tras un momento de vacilación, Roxana le contó una versión alegre de lo que había sucedido antes.
—Me encontré con Luciano cuando estaba cenando. —Para Roxana no había nadie más que Magalí con quien pudiera hablar de lo ocurrido hacía seis años.
Cuando la joven oyó eso, se quedó boquiabierta.
—¿Qué clase de hilo rojo los une a los dos? Horneros es una ciudad muy grande, pensé que, a no ser que ambos se buscaran, las posibilidades de que se encontraran serían casi nulas —susurró.
Roxana bajó la mirada sumida en sus pensamientos.
—¿En qué piensas luego de habértelo encontrado? —continuó preguntando.
De repente, la mirada de Roxana reflejó tristeza.
—¿En qué puedo estar pensando? Mi relación con él terminó hace seis años. Ahora no somos más que extraños así que ya no me afecta. Todo lo que quiero hacer es cuidar de Andrés y Bautista el resto de mis días y pasar una buena vida junto a ellos.
Parecía que había pensado muy bien todo. Magalí suspiró aliviada antes de acariciar los hombros de su amiga.
—Está bien. Eres una excelente mujer y hay muchas personas que quisieran estar contigo, así que tomate tu tiempo y elige. Dejemos a ese imbécil en el pasado.
Roxana ya no quería seguir hablando del tema así que se limitó a asentir con la cabeza.
—Por cierto, desde que llegué aquí no he tenido la oportunidad de comprar un auto. Hoy tuve que pedirles a mis compañeros de trabajo que me llevaran a la fiesta de bienvenida y me pareció una situación bastante incómoda. ¿La semana que viene tienes tiempo para acompañarme a elegir uno? —dijo.
Magalí desvió su atención hacia el nuevo tema, pero no entendía por qué Roxana quería comprarse un auto.
—¿Por qué quieres comprarte uno? Tengo varios en el garaje así que solo tienes que elegir uno.
Roxana se rio mientras levantaba las cejas.
—¿De verdad eres tan generosa?
Luego se miraron mutuamente y Magalí abrazó a su amiga.
—Por supuesto. Después de todo, ¡eres la madre de mis ahijados! Lo mío es tuyo —pronunció.
—Gracias —le dijo Roxana.
Los dos conversaron durante un rato y cuando volvieron a mirar la hora, ya era bastante tarde. Fue entonces cuando Magalí se marchó de mala gana a la casa de al lado. Después de asearse, Roxana se recostó en la cama; sin embargo, no podía dormir, pero luego de dar varias vueltas en la cama, logró conciliar el sueño.
Tras recorrer el garaje, Roxana eligió un Mercedes-Benz de gama media que valía más de un millón. Tras lo cual, Magalí le dio las llaves sin dudarlo. Una vez que Roxana tuvo las llaves en sus manos, llevó a los dos niños al jardín de infantes.
—¡Adiós, mamá! ¡No trabajes demasiado! —le dijeron los dos después de bajar del auto.
Roxana les revolvió el pelo.
—Ustedes tampoco. Pórtense bien. Vendré a buscarlos más tarde.
Los dos pequeños asintieron obedientemente y entraron juntos al jardín de infantes.
Roxana puso en marcha el auto y se alejó lentamente una vez que dejó de ver a los niños.
Unos minutos más tarde, un Rolls-Royce pasó por delante de la entrada del lugar. Camilo bajó del coche antes de abrir la puerta del asiento trasero y luego bajó a Estela con cuidado. Una vez que la niña colocó los pies en el suelo, se volvió para saludar a su padre.
—Muy bien, ahora entra —le dijo Luciano suavemente mientras le acariciaba la cabeza.
Estela asintió antes de darse la vuelta y marcharse.
En ese momento, mientras Estela bajaba del auto, Luciano la miró con sospecha ya que la niña parecía mucho más feliz que de costumbre. «Tal vez ha bajado la guardia luego de interactuar con los niños del jardín de infantes. Parece que el psiquiatra tenía razón. Sus síntomas de autismo mejorarán si la dejo que se relacione más con sus compañeros».
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