Como Roxana era consciente de que Magalí había buscado a los niños dos días seguidos, ese día planeó ir ella misma. Así que, por la tarde, luego de terminar su trabajo, se dirigió a la residencia Quevedo. Cuando llegó, examinó a Alfredo para asegurarse de que no había ninguna complicación antes de continuar su tratamiento de acupuntura. Mientras esperaba el momento de retirar las agujas, Jonatan se acercó con un documento en la mano.
—Doctora Jerez, aquí está el contrato que he preparado. Si le parecen bien los términos, puede firmarlo.
Roxana no se sorprendió, dado que habían hablado de eso la noche anterior y después de revisar el documento en detalle, lo firmó. Luego de que firmara el contrato, Jonatan cambió su actitud hacia ella y comenzó a ser más agradable.
—A partir de ahora, somos socios. Sin embargo, seguiremos necesitando de su ayuda por el estado del abuelo.
Roxana asintió en respuesta.
—Es lo menos que puedo hacer.
Tras una breve conversación, Roxana miró la hora y extrajo las agujas del cuerpo de Alfredo. Aunque había hecho lo posible por apresurarse, las clases de los niños habían finalizado cuando ella terminó de guardar sus cosas, así que se despidió con rapidez y fue a buscarlos.
De camino al jardín de infantes, se preguntó si sus hijos estarían preocupados, ya que no les había avisado que llegaría tarde. Cuando llegó, todos los alumnos se habían ido y el jardín ya estaba vacío. Al observar a los alrededores, vio a los dos niños sentados en un pequeño banco en el patio del lugar y, como no había rastro de ningún maestro, se apresuró a acercarse a ellos.
—¡Mamá! —gritaron los niños en cuanto la vieron y corrieron en su dirección.
Roxana los abrazó y se arrodilló para acariciarles el rostro.
—Lo siento. Estaba ocupada y perdí la noción del tiempo.
Al principio, Estela solo se limitó a observar a Andrés y a Bautista; sin embargo, en cuanto vio a Roxana apareció un destello en sus ojos. Cuando se dio cuenta de que Roxana la estaba mirando, sonrió placenteramente mientras intentaba saludarla. No obstante, al segundo siguiente, Roxana apartó la mirada, lo que hizo que Estela dejara de sonreía mientras los miraba abatida. «Es evidente que me reconoce, pero prefiere ignorarme».
—Mamá, ¿qué sucede? ¿Estás cansada del trabajo? —Andrés estrechó la mano de su madre al notar que parecía distraída.
—No, para nada —respondió con una sonrisa en cuanto volvió en sí.
Luego, Bautista la tomó con alegría de las manos y exclamó:
—¡Entonces vamos a casa!
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