La verdad de nuestra historia romance Capítulo 50

Estela estuvo enojada durante todo el camino de vuelta e ignoró a Luciano, quien la seguía, y subió las escaleras hasta su habitación sin mirarlo. Después, incluso dio un portazo con rabia.

Catalina estaba en la puerta cuando llegaron padre e hija, así que se dio cuenta del estado de ánimo de la pequeña. Cuando desvió la mirada hacia el rostro inmutable de Luciano, quien caminaba detrás de la niña, se dio cuenta que estaban enojados uno con el otro. Al oír el fuerte portazo de la puerta de arriba, Catalina se volvió hacia Luciano con una mirada de preocupación.

—Señor Fariña, ¿por qué está enojada la señorita Estela?

En cuanto Luciano recordó porque Estela estaba enfadada con él, respondió impasible:

—Por nada, solo está haciendo un berrinche. Cuida de ella.

—Sí, señor —respondió Catalina tras asentir como de costumbre.

«Me pregunto por qué la pequeña Estela estará tan molesta con el señor Fariña dado que no es muy habitual que se muestre tan expresiva. Además, el señor no es bueno para persuadir a los demás. En definitiva, necesitamos una mujer en esta casa».

Estela solo estaba enojado con Luciano, así que cuando Catalina llamó a la puerta le abrió de forma muy obediente.

—Señorita Estela, venga a comer algo. —Catalina llevó una bandeja con la comida favorita de Estela a su habitación.

Por desgracia, la niña no tenía apetito así que, después de tomar dos bocados, apartó el plato y se sentó seria junto al escritorio. Su reacción hizo que Catalina se sintiera angustiada por ella; sin embargo, sabía que eso era algo entre padre e hija, así que no estaba en condiciones de dar ningún consejo. Por lo tanto, llevó la comida de vuelta a la cocina y luego de unas horas volvió para ayudar a Estela a ducharse.

Después de limpiar el baño, Catalina vio a la niña recostada boca abajo en su cama mientras miraba fijo y con enojo el portátil que tenía delante. Catalina se preguntó qué hacía la niña golpeando el teclado con tanta seriedad; no obstante, estaba acostumbrada a que tecleara fuerte, así que sin preguntar nada, salió en silencio de la habitación después de que terminó de limpiar.

Mientras tanto, en el camino de vuelta, Roxana se encontraba en un embotellamiento junto con Andrés y Bautista. Los niños se sentaron en silencio en el asiento trasero y de vez en cuando intercambiaban miradas entre ellos mientras analizaban la expresión de su madre a través del espejo retrovisor. No sabían qué era lo que había ocurrido en el jardín de infantes, pero, aunque Roxana no les dijo nada, notaron que estaba de mal humor.

—¡Mamá, hoy hicimos unas tarjetas! La maestra nos hizo hacerlas para las personas que queremos, ¡así que Andrés y yo hicimos una para ti! —Bautista miró en secreto a su hermano para insinuarle que animara a su madre.

—Es tan largo. No es de extrañar que su maestra me dijera que sobresalían en chepanés. ¿Y tú, Andrés?

Andrés se sentó derecho y comenzó a leer en voz alta:

—Mi mami es una doctora increíble. Salvar vidas es un trabajo difícil y también lo es cuidar de mi hermano y de mí. Quiero ser como ella cuando sea grande. Me gustaría poder crecer rápido y ganar dinero para mi familia, para que mamá no tenga que estar tan cansada todo el tiempo.

Roxana se sintió muy conmovida luego de escuchar esas confesiones y se olvidó lo que había ocurrido en el jardín de infantes.

—Gracias, niños.

Los pequeños intercambiaron miradas y suspiraron aliviados al mismo tiempo cuando se dieron cuenta de que el humor de su madre había mejorado.

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