En el pasado, siempre habían sido ellos tres comiendo juntos: Roxana, Andrés y Bautista; algunas veces se les unía Magalí. Sin embargo, era la primera vez que comían con Luciano así que, en ese momento, Andrés y Bautista sintieron una mezcla de emociones.
Luciano se detuvo y se dio vuelta para ver los ojos llorosos de Estela. Luego, miró el asiento a su lado, donde había utensilios sobre la mesa y por eso le brillaron los ojos de la emoción, ya que, en efecto, los cuatro eran una familia, por lo que sería extraño si se sentaba allí. Si bien se le cruzó ese pensamiento por la mente, ya se había sentado de forma inconsciente.
Por algún motivo, el ambiente que un principio había sido alegre se tornó tenso y no pudo evitar preguntarse si él era el motivo del cambio.
Andrés y Bautista se quedaron callados y agacharon la cabeza para comer. Como los niños ya no le hablaban, Estela perdió el apetito. Tomó los cubiertos y eligió pequeños bocados de comida.
—Ela, ¿hay algo que no te guste? —preguntó Roxana con amabilidad, al notar el cambio en su comportamiento.
Tras escucharla, Ela se apresuró a sacudir la cabeza, ya que le gustaba todo lo que preparaba; era solo que no estaba de humor como para comer. Bautista sabía que Ela no podía hablar.
—Ela es como nosotros. No le gustan las zanahorias ni los pimientos; siempre los separa en el jardín —respondió Bautista luego de dejar los cubiertos.
Roxana sonrió con amabilidad.
—Te ayudaré a sacarlos, ¿sí?
Estela volvió a esbozar una sonrisa y asintió de forma obediente. Tras escucharla, caminó hacia Estela, tomó las zanahorias y los pimientos de su plato y los puso en el suyo. Luego, vio a Estela tomar la cuchara de nuevo.
Justo cuando la niña estaba por volver a comer, algo le hizo doler la mano, lo que la hizo llorar de nuevo por el dolor. Dejó de mover el brazo, levantó la cabeza y miró a Roxana con pena para que la ayudara. Al ver su expresión, Roxana enseguida dejó los utensilios.
—¿Qué sucede?
Estela se mordió el labio, haciendo el mayor esfuerzo para evitar llorar mientras daba vuelta la mano para que la mujer la examinara. Todos se sorprendieron cuando vieron la palma de la mano, ya que tenía la piel muy blanca y, al darle la luz, se podía ver una marca roja espantosa.
—¿Qué sucedió? —preguntó Roxana con preocupación, frunciendo el ceño.
Estela vaciló por un momento antes de asentir con gentileza. Al ver que lo admitía, Luciano frunció el ceño.
—¿Por qué no me dijiste?
Estela se acercó más a Roxana, asustada. La mujer le echó un vistazo a Luciano con desagrado cuando vio la reacción de la niña. «Está herida. ¿Cómo puede hablarle con ese tono?».
—¿Te dolió mucho? —Roxana apartó la mirada y le sostuvo la mano para masajeársela con delicadeza.
Estela hizo una mueca con la boca y asintió.
—Estarás bien. Te ayudaré a ponerte ungüento y enseguida ya no te dolerá. —Le soltó la mano con gentileza y les instruyó a los niños—: Háganle compañía. Iré a buscar el botiquín.
Los niños asintieron de inmediato y comenzaron a turnarse para contarle historias interesantes a Estela.
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