La verdad de nuestra historia romance Capítulo 80

Se reflejó un destello en los ojos de Bautista y, envalentonado por la aceptación del gesto de Andrés, intentó hacer lo mismo de forma tentativa. Tomó el cucharón, colocó una papa asada en el plato del hombre y lo miró de forma expectante. El gesto considerado del niño sorprendió a Luciano, ya que pensó que le complicaría la situación, pero le sonrió con gratitud cuando recobró la compostura.

—Gracias, tú sírvete papa también.

Mientras hablaba, Luciano realizó la misma acción.

Como se acordó cuáles eran las verduras que el niño mencionó que no le gustaban, le dio esas de forma deliberada.

Bautista abrió grande los ojos por la sorpresa.

—Gracias, señor Fariña. ¡Lo haré!

«¡Papi me dio comida!».

Mientras tanto, Andrés hizo una mueca con desprecio al observar la interacción. «Bautista es tan idiota. Ni siquiera puede darse cuenta del plan evidente de papi para ganarse su favor. ¡Yo no dejaré que me engañe con tanta facilidad!».

El resto de la cena transcurrió en un ambiente extraño. Roxana se puso de pie para limpiar la mesa cuando terminaron. Por respeto y en silencio, Luciano la ayudó a poner la vajilla en los cajones de la cocina. Cuando terminó, se quedó de pie con vacilación, ya que no sabía qué hacer y, si bien creía que debía volver con Estela, pensó que sería inapropiado irse después de que Roxana se había molestado en recibirlos.

Luciano asintió de forma evasiva. Con una mano en el bolsillo, observó a los tres niños que se divertían con los ladrillos de juguete y a veces los ayudaba con el armado.

En la cocina, Roxana estaba distraída. En vez de la tarea que tenía que hacer, su atención estaba fija quienes estaban en la sala de estar y comenzaba a arrepentirse de haberle dicho a Luciano que se quedara a cenar.

Andrés y Bautista ya habían revelado demasiada información cuando confrontaron con Luciano la última vez, así que estaba muy nerviosa de que estuvieran solos. En particular, le molestaba mucho la forma en la que se llevaban e incluso tenía más miedo de que los niños dijeran algo que no debían. «Si Luciano se entera de que los niños son suyos…». Roxana sintió pánico de solo pensarlo, ya que no podía garantizar que Luciano no quisiera quitárselos y, dada la situación de ese momento, sería fácil para él hacerlo. No podía imaginar cómo se sentiría, ya que de por sí era difícil concebir un futuro sin los niños. Roxana comenzó a asustarse mucho. Se le resbaló el cuenco y cayó al suelo antes de que pudiera reaccionar. El sonido fuerte del vidrio al estrellarse la hizo recobrar los sentidos.

Sobresaltadas, las cuatro personas en la sala de estar miraron hacia la cocina al unísono.

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