Roxana suspiró aliviada por el poco esfuerzo que le costó. Ella pensó que le tardaría mucho más en encontrar una niñera adecuada así que se sorprendió al encontrar una tan prometedora con tanta facilidad.
—Ven mañana por la mañana —propuso Roxana tras una breve conversación sobre el salario de Lisa—. Ya tendré listo el contrato así que podrás firmarlo si todo está en orden.
Lisa asintió como respuesta. Luego, se despidió y se marchó con sus herramientas, dejando solo unas pocas en la sala de estar.
Aunque el estado de ánimo de Roxana mejoró luego de hablar con Lisa, volvió a comportarse de manera formal cuando se dirigió a Luciano.
—Siento que tuviera que vendar mi herida y conseguirme una niñera. Le debo una.
En los ojos de Luciano apareció un extraño destello y con mucha rapidez reprimió los sentimientos que estaba sintiendo.
—Ni lo mencione. Ela y yo fuimos los que la molestamos en primer lugar. Considere estos asuntos triviales como una muestra de mi gratitud —respondió con la misma indiferencia que ella.
Estela asintió de forma vivaz a las palabras de su padre e incluso corrió a tomar la muñeca de Roxana mientras le observaba el dedo lastimado durante un buen rato.
Roxana sonrió mientras acariciaba la cabeza de la niña.
—No hay problema, no te preocupes. No me duele en lo absoluto.
Estela parpadeó mientras le tocaba los dedos a Roxana con delicadeza. Al comprobar que, efectivamente, no sentía ningún dolor, levantó la vista y le sonrió con dulzura. Roxana se siente conmovida ante la ternura de la niña.
—Se hace tarde. Ya hemos abusado de su hospitalidad demasiado tiempo. —Luciano se aclaró la garganta mientras a Estela—. Ela, despídete de la señorita Jerez y de los niños.
De forma obediente, Estela, quien al parecer no quería hacerlo, al fin saludó a los niños ya que pensó que los vería al día siguiente. Los dos pequeños correspondieron a su sonrisa y saludaron.
—Si el padre de Ela les pregunta alguna vez cuántos años tienen, deben decirle que tienen un año menos que ella, ¿sí?
Los niños entendieron enseguida lo que su madre les decía; sin embargo, fingieron no hacerlo.
—¿Por qué? —preguntaron.
Roxana dudó, sin saber qué decirles; no pudo evitar suspirar.
—No hay ninguna razón. Hagan lo que les digo, por favor.
Los niños intercambiaron otra mirada antes de asentir lentamente. Andrés no mostró ni una pizca de emoción, pero su hermano parecía confundido. «Está claro por qué mamá quiere que le digamos a papá que tenemos un año menos que Ela. Es para que no descubra que somos sus hijos. ¿Qué pasó entre mamá y papá? Él fue amable con ella, ¿no? ¿Por qué no quiere que él sepa que somos sus hijos?».
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