Me acerqué a la puerta. Antes de salir me dirigí a Lucio, quien seguramente no estaría nada contento con la interrupción.
—Enseguida vuelvo —dije, como pronunciando una promesa.
Salí al pasillo y cerré la puerta detrás de mí. Fuera del aula todo se veía perfectamente normal. Ni el más pervertido de los profesores, como lo era Hugo, sospecharía de lo que estaba sucediendo. Pero de todas formas temí que hubiera algo que me delatara. Aún sentía las orejas húmedas, y el sabor al semen de Juan Carlos no se iba del todo de mi paladar. Tragué saliva, esperando disminuir dicho sabor, además, no quería que ese olor se percibiera en mi aliento. De repente me percaté de que mi mano derecha se sentía algo pegajosa, debido al contacto que había tenido con el miembro viril de mi pequeño estudiante. Junté ambas manos atrás de la cintura, como si le estuviera escondiendo algo a Hugo.
Sabía que mi ropa, salvo algunas arrugas en mi pollera, estaba bien. Y mi pelo recogido seguía prolijamente peinado. Eso se lo debía agradecer a Lucio, que había previsto una situación como esa. Si me estuvieran cogiendo a lo loco, como pretendían hacerlo unos segundos antes, era muy probable que quedásemos todos expuestos, y yo sería la principal perjudicada.
—Disculpá si te contesté mal —dije—. Estaba renegando con los chicos, que no saben hacer los ejercicios más fáciles.
—Sabés que a vos te perdono todo —dijo él—. Hoy te faltaron algunos chicos ¿No?
—Una rateada masiva —expliqué escuetamente.
—Ya Veo —comentó él, arrimándose a mí más de lo conveniente, considerando que estábamos a la vista de cualquiera que fuera a pasar por ahí—. Pero veo que tenés tus soldados fieles. Algunos chicos son inteligentes —agregó después.
—Qué tonto —dije sonriendo, nerviosa—. Qué necesitás.
—Mirá, te lo cuento rápido, para no hacerte perder el tiempo —dijo él, mirándome de arriba abajo, casi como si estuviera desnuda—. Qué linda que estás.
—No seas tonto, dale, decime.
—En serio —su rodilla hizo contacto con mi pierna—. Estás… no sé. Te comería a besos acá mismo.
—No podemos —le contesté.
—¿Querés ir a mi oficina cuando termine la clase? —propuso.
—No. Dale, decime qué querés de mi —dije, aunque oculté mi exasperación.
—Estoy organizando una excursión —explicó él por fin—. La cosa es así. Un amigo mío de Tandil desde hace rato que quiere desafiar a mis chicos de Vóley... Bueno, la idea es que vayan todos los del tercer año para apoyar a los equipos. Y necesito un grupo de profes que me ayuden. ¿Te prendés? —dijo, guiñándome un ojo.
Era demasiado obvio que solo me invitaba para cogerme. Había encontrado la excusa perfecta para estar lejos de su mujer y pasar un fin de semana entero conmigo. SI me lo hubiera propuesto en otro momento, seguramente aceptaría. Pero ahora tenía la cabeza totalmente ocupada en otras cuestiones.
—No me voy a escapar. Pero me tienen que jurar que esto se va a terminar acá —dije entonces, tratando de mostrarme segura—. Voy a hacer lo que quieran, pero no pueden usar esas fotos para siempre. Júrenme que es solo por esta vez. Si me siguen molestando después de esto, me voy a negar, y los voy a denunciar, y ya no me va a importar si caigo con ustedes, porque si el precio por mis errores es que puedan abusar de mi para siempre, prefiero aceptar el castigo social a seguir siendo una cosa que usan a su antojo. Pero si esta es la última vez… si con eso me gano su silencio… entonces sí, pueden continuar usándome como hasta ahora. Eso sí, que quede claro, lo hago solo porque me obligan a hacerlo. Esto es abuso sexual. Si creen que es otra cosa, están locos.
El discurso causó cierto efecto en Juan Carlos, Orlando y Leonardo, quienes parecieron sentir algo de culpa. Quizás hasta el momento no terminaban de percatarse de que me estaban obligando a hacer todo eso. Pero de todas formas, ninguno dijo nada en mi apoyo.
—Bueno, es lo más justo —dijo Ricky.
Gonzalo y Enzo asintieron, aunque no de muy buena gana. Lucio en cambio, no dijo nada.
—Tenés que prometérmelo —lo insté.
—Claro —dijo.
Me pareció que estaba reprimiendo una risa. Pero no me quedaba otra que aceptar su palabra. En ese momento no iba dar marcha atrás.
Me senté detrás de mi escritorio, y observé al alumnado, esperando a ver con qué cosa me salían ahora. Todos miraron a Lucio, ansiosos. Por lo visto no solo era el ideólogo del grupo, sino que lo habían elegido como vocero. Habían pasado ya media hora, y apenas uno de ellos había gozado hasta llegar al orgasmo, así que seguramente pretenderían acelerar las cosas.
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