Los días a su lado fueron pasando tan a prisa, que comencé a asustarme de que en algún momento acabaran sin que siquiera me hubiera podido dar cuenta de ello.
Habíamos pasado demasiado tiempo juntos y todavía no lograba comprender cómo no nos habíamos cansado del otro, dado que dormíamos juntos.
A veces desayunábamos viendo televisión, hacíamos las compras en el supermercado apenas recibíamos la paga del día, trabajamos en el mismo lugar, donde tenía que lidiar con las chicas lanzadas que acosaban a Jack. Este último, con los hombres que a veces intentaban ligarme en todas sus narices, en especial Cody, quien aún no se rendía con la idea de estar a mi lado.
Parecíamos una pareja de recién casados o algo por el estilo.
Y aunque en un principio la idea de tildarnos como “novios” me había molestado un tanto, ya que nunca había estado con alguien oficialmente, gracias a que la soledad había sido mi mejor aliada durante prácticamente toda la vida, tuve que aceptar, debido a los berrinches de Jack.
Este, con su personalidad tan brillante y animada, empezó a mostrarme lados de él aún más arrolladores que los que ya conocía.
No podía verme tranquila en algún lugar con mi pijama, porque le daban arranques de ser la persona más pervertida sobre la faz de la tierra y era poco probable que ganara una batalla contra él, al oponerme a sus caricias.
Pero eso no era suficiente para él, se había apoderado no sólo de mi cuerpo, mi apartamento y mis cosas, también de mi alma y todo lo que encontraba; como mi débil corazón, aunque eso no lo admitiera en voz alta, dado que debía saberlo con solo mirarme durante un instante.
En ocasiones era demasiado cariñoso, tanto, que me dejaba sin aliento. No tenía que besarme para poner de cabeza mi mundo, con una simple palabra amorosa o un abrazo, era más que suficiente para que esas mariposas aparecieran a revolotear dentro de mi estómago.
Y de vez en cuando, justo en los días en que estaba más amargada, o de malas pulgas; hacía pataletas para que yo le prestara atención, pedía a gritos que lo consintiera, algo que a regañadientes hacía, ganándome como premio una bella sonrisa.
Me había adaptado sin más remedio a su comportamiento, en los instantes en que se sentía amenazado o celoso de la “competencia” como él los llamaba, con cierto odio en su tono de voz.
En esas ocasiones se volvía demasiado meloso, sin preocuparse en lo que pensaran las personas a nuestro alrededor, no se dignaba a soltarme por nada del mundo, quizás porque me veía como un peluche, no estaba del todo segura.
Aquello era insufrible, como las horripilantes noches en que Cody iba al bar sólo para mantener una breve platica conmigo antes de que Jack lo ahuyentara, con sus métodos poco ortodoxos.
—¡Ella es mi bebé! —canturreó una noche, con una voz demasiado tierna como para ponerme la piel de gallina con solo escucharla.
Me estrechó entre sus brazos, haciendo suspirar a más de una chica allí presente, las cuales por alguna extraña razón, se atontaban demasiado al vernos.
Nos tenían como una especie de bromance barato, que en definitiva no estaba muy alejado de sus cavilaciones fantásticas.
—Suéltame —refunfuñé molesta.
—No quiero —musitó, haciendo un dulce puchero, mientras dirigía una mirada asesina en dirección a Cody, quien se reía un tanto incómodo con tanta cercanía de su parte, una que él también esperaba obtener algún día—. Lucy bebé.
—¡Jack! —gruñí con un semblante muy severo, el susodicho de inmediato al verme bastante enfadada, me soltó, marchándose con cara de pocos amigos a atender las mesas que pedían a gritos un montón de cerveza.
Habían sido días difíciles y sólo porque tenía que soportar a un chiquillo a mi lado como lo era Jack últimamente, a pesar de ser mayor que yo en edad, no se comportaba como era debido.
Era algo que tenía que soportar, a veces no era tan malo, no obstante, Jack no conocía los límites, por lo tanto, había momentos en los que sinceramente me sentía junto a un niño al que tenía que educar como si yo fuera su madre.
Sin embargo, nada era lo suficientemente trágico o desagradable, excepto el hecho de vivir en un pueblo demasiado chico, como para poder hacer cosas distintas cuando se nos antojara; como era ir a cine, o comer un helado sin que las pueblerinas nos acorralaran rompiendo nuestra cita, sin que pudiéramos hacer algo para evitarlo.
O como mínimo, caminar por algún bonito parque para charlar sobre cosas triviales, lo cual traía como resultado a montones de chicas que intentaban arrebatarme a Jack.
Era más que obvio que no podríamos hacer mucho allí y menos, siendo una pareja tan dispareja.
En ocasiones, preferíamos simplemente acurrucarnos en el sofá a ver lo que sea que dieran en la tv, habíamos comprado juegos de mesa y cuando estos se volvían aburridos, inventábamos los nuestros, con nuestras propias reglas, los cuales por alguna razón, terminaban llevándonos a la cama.
—Quítate la blusa —me ordenó Jack mordiéndose los labios, deseoso de que le hiciera ese espectáculo con tanta sensualidad, como sólo yo lo podía hacer alucinar.
—¡No quiero! —bufé, cruzándome de brazos frente al pecho, había perdido en el UNO, así que tenía que obedecer toda petición absurda que me hiciera.
—Pero te he ganado, Lucy —dijo con una sonrisa socarrona—. No hagas trampa.
—¡Oblígame! —grité, poniéndome en pie de un salto del sofá, corriendo aterrorizada por toda la casa, con Jack pisándome los talones, dado que era una espacio muy reducido para dos personas, terminó por atraparme en cuestión de segundos.
Me puso sobre su hombro con facilidad, como si fuera algún costal de papas y me llevó a la habitación, para tirarme en la cama a devorarme ansioso por hacerme miles de cosas que se quedarían grabadas en cada centímetro de mi cuerpo.
A veces, tras una larga jornada de trabajo, nos subíamos a la azotea del edificio a tomar cualquier trago que a Jack se le antojaba comprar en el supermercado.
—¡Ni hablar, Jack! —sentencié, esperanzada de que se rindiera de buena vez con la idea, pero como era de esperarse de él, se echó en la cama a sacudirse y patalear, mientras soltaba berridos fingidos.
—¡Lucy!
—No me vas a convencer —le aseguré, sin siquiera dedicarle una mirada, era hasta vergonzoso ver a un hombre de su edad girando de un lado a otro, gritando cosas sin sentido, solo para sacarme de mis casillas—. Si decido llevarte, tendrá que ser con ciertas restricciones.
—¡Te odio!
—Vete —farfullé, guardando en el bolso lo último que faltaba para que todo estuviera preparado, unos pequeños regalos y las galletas de fresa que tanto les gustaban a los niños—. Entorpeces mi espacio.
—¡Llévame contigo! ¡Por favor! ¡Prometo portarme bien!
—No te creo —suspiré, agotada de que siguiera con lo mismo sin cansancio.
Jack debería también tener un botón de apagado, o un método para calmarlo en sus momentos de locura, pero desafortunadamente, nada de eso existía aún.
Me di la vuelta para buscar un suéter en el armario y cuando regresé a la cama todo estaba regado sobre esta última.
—¡Deja de sacar las cosas, Jack!
—¡Lucy! —chilló, colgándose de mi cintura—. Bebé, llévame contigo…
—No sigas con eso —le pedí con una mirada suplicante, en el momento en que comenzaba a hablar como si fuera un niño de tres años, me crispaba sobre manera—. ¡Basta!
—Bebé…
—¡Jack, he dicho que no! —dije levantando demasiado la voz.
Al ver sus pucheros, me lamenté de haberlo hecho, respiré profundamente, evitando vislumbrar su expresión compungida por mi negativa, pero no podía hacerme cambiar de idea, no importaba que hiciera, se quedaría en la casa hasta que yo volviera.
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