Mi Jefe y Yo romance Capítulo 46

Me encontraba sentada en aquella incómoda silla desde hacía más de cuatro horas seguidas, en las cuales, las personas a mi alrededor no dejaban de parlotear a todo pulmón.

Me removí en mi asiento intentando con todas mis fuerzas no caer dormida en aquel juicio, escuchaba la voz del abogado público de Arthur Jerome, al otro lado de la estancia, los jueces y el jurado escuchaban atentamente sus argumentos, mientras mi padre se mantenía en su lugar cabizbajo, sin absolutamente nada por decir.

Ni una mirada me dedicaba, lo cual agradecía sobremanera, ya que me daba a entender que por fin comenzaba a sentir arrepentimiento por lo que había ocurrido. 

Ese horripilante hombre había logrado luego de meses en reposo y descanso absoluto, continuar con su vida como lo había hecho hasta ahora.

El abogado Black a mi lado, un simpático hombre que cruzaba casi por los cuarenta y tantos, se puso en pie de un salto para refutarle algo a su contraparte, obligando al juez a mandarlos a callar para que no se armara un alboroto innecesario en la sala. 

Rasqué mi cabeza ansiosa porque esa tortura acabase de una buena vez, sabía que eso se demoraba un buen tiempo, no obstante, aquel encuentro se estaba tardando tanto, que comenzaba a exasperarme el resultado definitivo que darían. 

Luego de que el jurado se reuniera y le pasaran su veredicto sobre lo evidenciado al juez, este nos indicó con un gesto que nos levantáramos de nuestros puestos. Con cara de pocos amigos le hice caso, y entonces, anunció su esperada decisión.

—Según lo que hemos escuchado de parte de los dos abogados, junto con las respectivas evidencias y testigos de lo acontecido, sentenciamos al señor Arthur Jerome Wilson a cadena perpetua, sin posibilidades de libertad condicional —murmuró el anciano de toga negra con su semblante demasiado serio, permitiendo que su agotadora mirada vagase por toda la estancia—. La señorita Lucy Wolfang, su hija, observando el caso clínico de su estado psicológico a causa de lo que su padre le ha hecho desde que era niña, su reacción el pasado 27 de Mayo en su apartamento, se considera como una manera de defensa propia, además de que no estaba en su sano juicio a la hora de cometer la agresión, por ende, no se puede considerar intento de asesinato. Sin más, se le despoja de cualquier cargo, o deuda —guardó silencio para observarme fijamente, petrificándome en mi lugar con su semblante impenetrable—. Sin embargo, el señor Wilson tiene una pequeña petición, desea una última charla con usted señorita Wolfang, sólo si usted lo permite.

—¿Qué está pasando, Black? —inquirí al más alto, cruzándome de brazos disgustada con lo que acababa de escuchar, se suponía que Arthur no debería de volverme a molestar jamás en la vida.

—Solo acepta —contestó con una sonrisa malévola, mientras se acomodaba con uno de sus dedos el marco de sus lujosos lentes—. No te preocupes, no podrá hacerte daño aun si lo intenta.

Sin más remedio, ateniéndome de sus firmes palabras, terminé por asentir al juez, accediendo un tanto temerosa a lo que sea que fuese a decirme mi padre. 

Las personas que presenciaban aquella intensa discusión en las bancas, se fueron marchando con cada segundo que pasaba y nosotros no nos quedamos atrás, luego de recibir las alegres felicitaciones y platicar con uno que otro conocido del abogado Black, este me condujo por los gigantescos pasillos del tribunal supremo, para detenernos tras recorrer un largo trayecto frente a una puerta metálica, la cual ni se habían tomado la molestia de pintar.

Entre en la gélida estancia, con el corazón acelerado en mi pecho, escuché los pasos de Black tras mi espalda, sin embargo, desapareció veloz como un rayo por una puerta oscura, antes de que pudiese decirle que se quedara conmigo haciéndome compañía en ese tormento. 

No estaba segura de qué ocurriría, pero probablemente sería la última vez que vería a mi padre, lo cual no me entristecía en lo más mínimo, sin embargo, nuestra desgraciada relación de sangre no la podíamos ignorar por mucho que quisiéramos, al menos ese espantoso hombre se merecía una agradable despedida antes desaparecer de mi vista, para pudrirse en la cárcel.

Aquel reducido cuarto estaba levemente iluminado por una lámpara fluorescente que colgaba del techo, en medio ocupando casi todo el espacio se encontraba una vieja mesa de madera y dos sillas, donde una la ocupaba mi padre con su mirada compungida clavada en el suelo. 

Sin pensarlo demasiado, tomé asiento frente a él, asegurándome de mantenerme alerta a cualquier movimiento sospechoso, dado que por mucho que quisiera, no podía confiar en él. Esa actitud afligida que estaba tomando era demasiado extraña de su parte, como para tragármela de entero, afortunadamente podía estar segura de que más de una persona vigilaba que nada fuera de lo normal ocurriera, por lo tanto, mi vida estaba fuera de algún peligro.

—¿Qué sucede, Arthur? —quise saber, fulminándolo con mi mirada, dado que no se había dignado a abrir su boca, a pesar de saber que llevaba buen rato allí, esperando por lo que sea que tuviera que decirme—. ¿Qué es lo que quieres hablar conmigo?

—Lucy, yo quería disculparme por todo lo que sucedió —confesó,  dedicándome una expresión cargada de dolor que me dejó sin habla por unos breves instantes, por sus mejillas se resbalaban las saladas lágrimas y sus ojos grises estaban inyectados por un agobio que me helaba la sangre—. Realmente sabes que nunca he querido hacerte nada de lo que ha sucedido, porque yo te quiero demasiado. Por ello, deseaba ofrecerte una sincera disculpa, por lo que he hecho todos estos años, por haberte violado tantas veces, por intentar asesinarte ese día, por lastimarte desde que eras pequeña, espero tengas la compasión suficiente como para olvidar el pasado y empezar de nuevo.

Extendido una de su manos temblorosas aprisionadas por esa gruesas esposas en sus muñecas, lo observé con una ceja arqueada sin dar crédito a lo que me estaba mostrando, su inexistente sensibilidad salía a flote por una vez en su vida, sin embargo, no me atreví a tocarlo siquiera, porque algo en mi interior me decía que era solo un teatro de su parte para usarme de alguna manera.

—Te conozco perfectamente Arthur, ¿Qué tramas? —escupí, escudriñándolo con mi furiosa mirada, él soltó un bufido lleno de decepción por sus pésimos talentos de actuación y dejó escapar esa sonrisa siniestra que tanto lo caracterizaba.

—Preciosa, no es fácil engañarte, ¿verdad? —se carcajeó, acercándose peligrosamente a mi rostro, como una serpiente se retorcía andando lentamente por la mesa, clavándome sus ojos lascivos en cada rincón de mi cuerpo, pero ya no le tenía miedo, no como antes, por lo tanto, me quedé quietecito en mi lugar con mi semblante severo, casi indiferente a sus ocurrentes acciones por perturbarme—. Tu amorcito logró encerrarme de nuevo, pero me la vas a pagar muy caro, Lucy. ¡Eres un maldito estorbo, me la vas a pagar tarde que temprano! —gruñó, dedicándome una sonrisa burlona, que me hizo poner los ojos en blanco, aburrido de sus amenazas estúpidas—. No estés tan tranquila, porque ten por seguro que hasta que yo no me muera, no voy a dejarte ser feliz.

—Haz lo que quieras —suspiré, pasando una de mis manos por mi cabello, despenándolo, para de inmediato levantarme de la silla dispuesta a marcharme, sin embargo, Arthur encolerizado porque no estuviese temblando de miedo, se lanzó contra mí, empujándome violentamente contra la pared, mientras sus manos apretaban mi garganta con fuerza, dejándome sin una pizca de aire.

—Te buscaré, no sé cómo pero lo haré, Lucy —masculló entre dientes, con su rostro rojo como un tomate a causa de la intensa rabia que sentía por mi actitud tan diferente para con él—. Y la próxima vez no voy a rendirme hasta verte muerta.

—S-suerte con eso, Arthur —balbucí, intentando quitármelo de encima con todas mis fuerzas.

Gracias al cielo, los guardias aparecieron junto con Black llevándose a ese hombre a su celda, la cual sería probablemente la más segura y apartada de toda la cárcel, estaría tan lejos de mi vida, tan lejos de todo contacto humano que era poco probable que volviese a fastidiarme solo para entretenerse.

Quizás después de todo lo que había vivido los últimos meses, intentaba mantenerme sereno con él; porque sabía que no era buena idea volver a atacarlo. No deseaba otro problema peor, así que aunque le temía con cada poro de mi piel, no era la suficiente justificación como para lastimarlo gravemente. 

Así que había aprendido a sobrellevar el comportamiento psicópata de mi padre, sin alterarme más de lo necesario.  

—¿Cómo es que puede estar tan chiflado? —murmuró el abogado a mi lado, analizando mi expresión descompuesta.

—El pésimo uso de las drogas te atrofian la cabeza —susurré, arreglando mi blusa. Black, al verme tan irritada, dejó escapar unas risitas por lo bajo—. Y beber mucho también es malo. Deberías dejarlo, abogado Black —cuchichee pensativa, dado que si mal no recordaba, el hombre soltero que estaba de pie a mi lado con esa desgarradora sonrisa, se la pasaba casi todo el tiempo bebiendo de los mejores licores que su dinero podía pagarle.

—¡Pareces mi madre!

—Es bueno que alguien cuide de ti. —farfullé con una cariñosa sonrisa, antes de palmear su hombro con una de mis manos—. Gracias, por todo tu trabajo.

—Fue un placer, después de todo eran los deseos del presidente Jackson. 

—Sí, lo sé —asentí, cabizbaja porque él no pudiese estar allí para compartir ese momento de felicidad que embargaba cada rincón de mi ser. 

Black, al notar el brusco cambio en mi expresión, me sacudió el cabello sacándome una que otra carcajada con su torpeza.

Segundos más tarde salimos de ese inhóspito cuarto, caminamos en silencio por los desolados pasillos de ese majestuoso lugar, que estaba decorado con cuadros de la época barroca, incluso cada pared a la que se mirase se veía exquisita, tenía un toque en su estructura único y despampanante.

Al llegar al exterior, nos despedimos con un simple gesto, el haber mencionado a Jack me había decaído un tanto, sin embargo, el abogado Black tenía cosas más importantes que hacer que estar consolándome. 

Bajé lentamente por esas extensas escaleras, recordando involuntariamente ese fatídico día, sin poderlo evitar, me estremecí y mis ojos se llenaron de lágrimas, había sido la peor experiencia de mi vida, definitivamente.

"Código Azul. Código Azul". Repetía la melódica voz de la enfermera por los parlantes. "Habitación 7007". 

Me puse en pie de un salto, con mis piernas temblorosas, las cuales anduvieron casi por inercia lejos de esa mesa, sentí mi corazón desplomarse al suelo y mi vista volverse borrosa a causa de las lágrimas. 

—Ryan, ayúdame —farfulló el peli negro, atajándome con más fuerza, al escucharlo mi hermano menor, me agarró de las muñecas, evitando que los golpeara más de la cuenta.

—¿Cuánto se tardará Nia?

—¡No lo sé, demonios! —escupió el más alto, encolerizado por lo que estaba ocurriendo—. Si no lo calmamos nosotros, le puede dar algo.

—¡Suéltenme! — supliqué histérica, desde allí podía escuchar ese pitido tan familiar, que había escuchado tanta veces en otras personas, pero que ahora le pertenecía a la máquina de la persona que amaba.

—Lucy, enserio lo siento, pero se lo prometimos a Jack —susurró Cody en mi oído, dejándome petrificada con sus palabras. 

—¿Cómo que se lo han prometido? —murmuré, perdiendo todo color en mi rostro. 

Por ello todos estaban tan preparados, menos yo. 

La única idiota que tenía la mínima esperanza de que ese estúpido viviría para estar a mi lado para siempre, era yo. Me había mentido de nuevo, Jack sabía que no existía ninguna posibilidad y yo lo sabía de antemano, pero quería creer que quizás existía una pequeña excepción. 

Me había hecho ilusiones de algo que lastimosamente, jamás se cumpliría.

—El hermano Jack nos pidió a cada uno de nosotros, que si algo llegaba a ocurrirle, no podías verlo, no quería dejarte en mal recuerdo —admitió Ryan rechinando los dientes, enfurruñado de que realmente estuviera haciendo eso, después de todo, mi hermano menor era un hombre de palabra.

Mis piernas cedieron contra mi voluntad, me hubiera ido de bruces contra el suelo de no ser por Cody que me sostenía. 

Me arrodillé en el helado piso, cubriendo mi rostro con mis manos, el pelinegro se acomodó a mi lado, abrazándome con tal fuerza que todos los pedazos rotos de mi corazón lograron juntarse.

—¡Yo soy tu hermana, no Jack! ¡¿Cómo pudieron aceptar esta estupidez?! ¡¿Cómo pueden hacerme esto?!

—Lo siento, hermana Lucy —se excusó el moreno, tuve los fervientes deseos de levantarme de donde me hallaba, solo para golpearlo como nunca lo había hecho en mi vida.

No obstante, me limite a gritar cosas sin sentido y berrear, el chico permitió a la tristeza que hiciera de las suyas, y delante de mí derramó agrias lágrimas, al igual que Cody, enfurecida me trataba de soltar de las manos de mi amigo, pero en ese instante Nia, apareció con la enfermera Kim, pisándole los talones.

—Lucy, solo relájate. No es bueno para tu salud que estés así —comentó Nia, mientras se tendía a frente a mí, para aplicarme un maldito calmante, me dejé hacer sin rechistar, pero aquello definitivamente tardaría en perdonárselos—. Ya todo pasará, no te preocupes.

—Jack…

Sentí el mundo dar vueltas y mi vista volverse borrosa. 

Ya más calmado, Cody me acunó en sus brazos para que de a poco la negrura se apoderara de cada parte de mí, llevándome muy lejos a un mundo imaginario, en el cual solo Jack existía, donde su risa llenaba de alegría mi corazón y su mirada me brindaba la paz que necesitaba.

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