Unos cuantos días después de mi fatídico accidente; la operación de Lucila y Jack se llevó a cabo sin contratiempos en manos de un colega, la cual había sido todo un éxito según él, y la siempre simpática enfermera Kim lo corroboró, ya que me comentó detalladamente todo lo ocurrido en la sala sin falta alguna.
Jack había sido trasladado a su habitación en un estado de inconsciencia absoluta, de la cual se suponía debía despertar luego de unas horas, pero no ocurrió.
Todo lo contrario a Lucila, quien abrió sus ojos perfectamente y al ver a sus padres a su lado, les brindó una tierna sonrisa, ya con el espléndido trasplante en su cuerpo, sólo le faltaban unos cuantos meses más de terapia y estaría totalmente curada de la leucemia, podía sin problemas tener su niñez de regreso, solo si era paciente y muy juiciosa.
Por mi parte, me mantuve en esa horrible habitación, recibiendo tratamiento psiquiátrico, mientras se sanaban mis heridas físicas, por lo que me parecieron unas eternas semanas, en las que por mucho que le suplicara a los cielos o a todos los dioses, Jack no volvía en sí, a duras penas cuando llegaba a su cuarto a visitarlo, el pitido de las máquinas, junto con su débil respiración, era lo único que me recibía como bienvenida.
Por esas fechas, cuando ya estaba a punto de ser dada de alta, me la pasaba gran parte de mi estancia en el hospital, durmiendo en ese incomodo sofá o en una insípida silla, sosteniendo la mano de la persona que amaba, la única que amaba con todo mi ser y que descansaba plácidamente en esa cama, conectado a miles de aparatos que lo lograban preservar con vida.
Para mí la más desastrosa desgracia, Deborah Aisha Walters hizo su última aparición frente a mí, sin que pudiese hacer algo para evitarlo.
Ese día, los tacones contra el duro suelo se detuvieron junto a Jack, levanté la mirada desde el sofá ante el ruido de sus firmes pisadas, encontrándome con ella; imponente y despampanante, como era habitual en su semblante.
Estaba de brazos cruzados, observando despectiva en lo que se había terminado convirtiendo su único hijo.
—Siempre supe que había dado a luz a un idiota —escupió con desagrado, indiferente con verlo de esa manera tan frágil, que a mí siempre me terminaba haciendo llorar desconsolada, por mucho que me contuviera—. Desde pequeño siempre fue así de tonto, dando lo que fuera por los demás, haciendo estupideces sin el más mínimo sentido, viviendo la vida al límite. Jamás creí que llegaría a ser tan tarado, pero Jack siempre busca la forma de salir de sus propios estándares, lo cual me parece ridículo. Después de 35 años, no consigo comprender cómo es que pude tener un hijo tan mal de la cabeza.
Acomodó con desgano un mechón rebelde de su cabello castaño tras su oreja, al escuchar su tono de voz frívolo, como era de esperarse de ella, me puse en pie tambaleante, rechiné mis dientes, deteniendo mis deseos de gritar y lanzarme como una fiera a hacer un espectáculo por sus viles palabras.
Ella en total silencio me escudriño de pies a cabeza, soltando un bufido de asco con lo que se topaba su mirada.
—¿Qué es lo que quiere, señora Walters? —inquirí echando chispas por los ojos, ella, al notar mi enojo sólo pudo soltar unas estridentes carcajadas, que me pusieron los nervios a flor de piel.
—Venía a despedirme; después de todo, no sabemos cuándo este imbécil se muera —contestó, dibujando una cínica sonrisa en sus labios, que me dejó estupefacta
Deborah se estaba mofando más de la cuenta con verlo de esa manera, casi podría jurar que le encantaba saber que estaba a nada de perder la vida en cualquier instante.
Esa mujer era una bruja, un monstruo asqueroso y vil.
—¡No se va a morir! —gruñí, convirtiendo mis manos en puños realmente enojada, sin darme cuenta, había clavado mis uñas en mi tersa piel, causándome un intenso dolor que no se comparaba en nada a aquel suplicio que se apoderaba de mi cuerpo al escucharla decir esas cosas tan espantosas—. ¡Jack va a despertar, señora Walters!
—¡No seas tan ilusa! —me gritó histérica, asesinándome con su penetrante mirada, la cual me dejó hecha de piedra en medio de la helada estancia—. Eres una médica y sabes que eso no va a ocurrir, ni siquiera pidiendo un milagro. Deja de fantasear con una mentira —cuchicheo satisfecha con mi expresión de angustia, ella tenía razón, no obstante, una parte de mi me decía que Jack lo lograría, aún había un millón de oportunidades—. Nunca me agradaste, pero ahora cuando te veo siento pena por ti, porque te tocó quedarte con las asquerosas sobras, quedarte con un vegetal prácticamente podrido.
—Si sólo viene a decir estupideces, ¿por qué mejor no se larga, maldita vieja enferma? —rugí, frunciendo el ceño notablemente ofendida con su arrollador comentario.
—Tranquila pueblerina, no regresaré jamás, me iré muy lejos de aquí. Tan solo quería ver a este tarado por última vez, para así marcharme con un grato recuerdo —farfulló, dedicándole una mirada repugnante a la persona que supuestamente era su hijo.
Respiró profundamente, para segundos más tarde verme embelesada con mis ojos abiertos como platos, y mi mandíbula desencajada, ante el asombro de presenciar lo malvada que podía llegar a ser.
Me sonrió con perversidad.
—Los dejaré totalmente tranquilos, ya que ahora no existe motivo para separarlos, el destino se encargará de ello.
Incluso hasta el final, Deborah fue la misma horrenda mujer que había conocido 8 años atrás, sin ninguna pisca de arrepentimiento en su mirada despiadada, la cual mientras partía se clavaba en mi interior como dagas ardientes.
La observé salir de la habitación con cierto pesar, dado que la única que había perdido un montón de cosas valiosas, era ella. Todo debido a sus delirios de tiranía y riqueza, los cuales se le habían metido en su cerebro, convirtiéndola en ese despreciable ser que no cambiaría para bien por mucho que lo intentara.
Varios meses tuvieron que transcurrir para que pudiese ver mi reflejo en el espejo sin ningún rastro de cicatrices, había sido todo un desafío, pero ahora eran casi imperceptibles mis desagradables heridas.
Casi con pereza, volví a trabajar en la sección de oncología pediátrica, al menos eso distraía mi mente del estado de Jack, el cual seguía en coma. Mi madre fue dada de alta para esa época, y junto a todos la habíamos acompañado a la casa de Cody donde viviría por un tiempo bajo los cuidados de mis amigos y mi hermano menor.
Habíamos hecho una fiesta para celebrar su libertad, sin embargo, por mucho que intentáramos divertirnos, la ausencia de Jack no lo ameritaba.
Lucila aún cuando parecía estar de maravilla, seguía en observación en caso de que el injerto diese problema en su cuerpo, pero ese no había sido el caso. Al estar más recompuesta su salud, Victoria le había contado con delicadeza quién era realmente su padre, no se lo había tomado muy bien al principio, por ende, Nia se había dedicado varias veces a la semana a darles terapia con las intenciones de ayudar a la nueva familia, llegando el punto de que la pequeña había aceptado orgullosa que podía tener dos papás.
Arthur, para mi alivio, se recuperaba satisfactoriamente de mis agresiones, en más de una ocasión me lo había encontrado caminando por los pasillos del hospital, sin embargo, no había podido ni siquiera dedicarme un gesto; por que los policías que estaban al pendiente de él día y noche, lo vigilaban de cometer alguna otra barbaridad.
Estos gustosos solo esperaban el momento indicado para llevárselo de regreso a la cárcel, mientras el juicio que el abogado Black estaba auspiciando, diese lugar.
Ese brillante día, anduve un poco más animada en dirección a la cafetería luego de hacerle una breve visita a Jack: había ido a charlar con él como estaba acostumbrada, aún cuando no había ninguna respuesta de su parte, le contaba todo lo que ocurría, todo lo que vivía sin él se lo decía sin tapujos, y a veces creía ver que sonreía o se decaía, dependiendo de mi tono de voz.
Pero no importaba cuánto llorara con sus manos entre las mías, y le suplicara acongojada que despertase, él no volvía a mi lado.
Por mucho que tratase, no lograba adaptarme a estar sin el revoloteando a mi alrededor, o no escuchar su risa estruendosa, cada aspecto de él lo extrañaba sobremanera con cada segundo que pasaba.
Me detuve tranquilamente tras un largo trayecto –y una extensa fila en el bufet para pedir mi comida–, junto a la mesa en donde ese grupito me esperaba para almorzar, Cody tenía entre sus brazos a Luna susurrándole tonterías que la hacían reír, mientras Vico sentada muy pegada al pelinegro, sonreía satisfecha con la cercanía que padre e hija tenían.
Ryan comía en silencio lo que tenía en su bandeja y Nia se limitaba entre bocados charlar con la rubia, con quien se llevaba demasiado bien, a decir verdad.
—¿Qué tal va la terapia? —pregunté curiosa al tomar asiento en el único puesto libre, ganándome la sonrisa de todos al hacer mi ansiada aparición; dado que debido a mi trabajo y mi pésimo estado anímico que estaba en constante sube y baja como una montaña rusa, rara vez nos veíamos para pasar un rato agradable todos juntos.
—¡Excelente! —respondió Nia, dedicándole una mirada cómplice a Victoria, la cual asintió con una brillante sonrisa de oreja a oreja, ratificando con ello sus palabras.
Mis sesiones con mi vieja amiga seguían estando en pie una vez a la semana, y en varias oportunidades cuando estaba demasiado sumida en la depresión, llegaban a ser hasta tres veces a la semana, sin embargo, con mucha dedicación de querer volver a mi estado habitual había logrado una acelerada mejoría, de la que estaba sumamente orgullosa.
—¡Por fin lo dijo! —canturreé soltando un respingo de tranquilidad, desparramándome en esa silla con una amplia sonrisa, al ver la expresión de consternación de Victoria.
—Te acabas de ganar una cerveza, hermano Cody —dijo Ryan, guiñándole uno de sus ojos socarrón con la timidez del mayor, ante tanto silencio de la madre de Lucila, quien intentaba procesar sus palabras lentamente—. ¡Eres mi ídolo!
—La has dejado pasmada y todo —susurró Nia, ganándose la mirada atónita de Victoria y ella muy inocente, se encogió de hombros.
—¡Beso, beso! —pidió su hija, entretenida con lo que estaba ocurriendo y sin darnos cuenta, todos al unísono nos unimos a su súplica, haciéndolos sonrojar sobremanera con ello.
La gente a nuestro alrededor comenzaba a observarnos con interés, aumentando la tensión en ese decisivo momento.
—Lucila, no creo… —dijo Victoria cohibida por tantas cosas, sin embargo, Cody, regresando de su estado absorto ante la pena que lo invadía por lo que había salido de sus labios, se armó de valor.
Aún con Lucila sentada en sus piernas, se las ingenió para quedar a centímetros del rostro de Victoria, quien lo observada anonadada con su repentina cercanía.
Sin previo aviso, con una de sus manos la tomó de la nuca y ella se dejó hacer, se besaron en todas nuestras narices por unos breves segundos, que fueron la gloria bendita para el pelinegro.
Como si fuéramos unos niños pequeños, gritamos encantados con el espectáculo, incluso pude escuchar a más de uno a nuestras espaldas felicitándolos y aplaudiendo el tan esperado contacto.
—¡Así se hace, hermano Cody!
—¡El amor es tan lindo!
—Lo sé —coincidí entusiasmada con la escena, donde la rubia sonrojada se apartaba para acomodarse su cabello tras sus orejas, haciendo sonreír con dulzura a Cody, ante lo retraída que estaba.
No lo había rechazado ni lo había aceptado, pero las cosas se irían dando a su tiempo sin presiones.
Probablemente hubiéramos continuado tonteando entre risas, de no haber sido por aquel espeluznante sonido que se propagó por todo el hospital, sobresaltándonos de sopetón.
Código Azul. Código azul.
Nos observamos espantados, el tenedor se Ryan se cayó de sus manos, Nia me miró con sus ojos cristalinos a punto de derramar agrias lágrimas, Cody y Vico se quedaron en sus asientos aterrorizados por lo que estaban escuchando, mientras Lucila se mantenía en silencio, sin entender muy bien qué ocurría.
Pero yo estaba allí estática, con mi corazón haciéndose pedazos con cada tenue latido.
Habitación 7007. Código Azul.
—Jack…
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