Maya no dijo nada cuando ve al rubio irse con la enfermera. Pero cuando se ven solos, se da la vuelta para lanzarse en los brazos del rubio quien la recibe gustosa.
—¡Te extrañe! No debiste irte Maya. No sabes todo lo que te busque.
—Lo siento. Tenía que hacerlo, no podía dejar a mi amiga sola con todo esto.
—Pero debiste buscarme, mira que pasar todos estos meses ustedes solas en ese apartamento tan demacrado.
La pareja seguía abrazada mientras hablaban… muchas veces la morena quiso contactar a Adrien pero por fidelidad a su amiga no lo hizo, y eso que algunos meses se vieron muy graves. Pero al final de todo siempre salían a flote. Pero internamente agradecía que ellos las hubieran encontrado.
—Quise buscarte, pero me dio miedo. Tu padre es muy cruel, y nos dijo cosas muy feas. Nosotras solo quisimos que no los desheredaran por nuestra causa.
—La herencia de mi padre nos importa un bledo.
Le dice el rubio al fin viéndola a los ojos… acuna las mejillas de la chica entre sus manos para luego plantar un beso en sus labios.
—La verdad es que importas más tú que el dinero de mi padre.
—Adrien…
—Me gustaría que te convirtieras en mi pareja Maya, quiero que vivas conmigo.
—Pero ¿y tu padre?
—Ya no me preocupa el. Puedo vivir independiente si me da la gana. Sonríe. —Entonces, ¿Qué dices?
—¡Me encantaría vivir contigo! Responde alegre la morena, besándolo en medio de la sala de espera.
En la sala de parto, Zoé pujaba con insistencia… el dolor era desgarrador para la castaña. Llevar a dos bebes dentro no era fácil. Y estando sola en la sala tampoco. Se preguntó dónde estaba su amiga, y también si haber visto a Jean solo había sido una alucinación.
Pero no lo había sido, ya que ese francés entraba en la habitación atraviado con ropa de hospital. Ella solo abrió los ojos como platos al verlo situarse a su lado.
—¿Qué haces aquí? Le dije entre pujes.
—Son mis hijos, y tú mi esposa. Este es mi lugar.
—¿Esposa? Pregunta con descredito.
—Aun eres mi esposa Zoe. Este le sonríe.
La castaña no pudo responderle porque estaba teniendo otra contracción, y seguido de eso empezó a tener a sus bebes… la doctora la apremiaba a pujar con fuerza, mientras que Jean estaba a su lado animándola y consolándola en su dolor.
—Tú puedes hacerlo, vamos. Le decía.
—¡AAAh! Duele. Gritaba.
Hasta que al fin, después de varios pujes la castaña escucho el llanto de su primer hijo varón… la doctora lo sostuvo cuando segundos después ambos padres escucharon el llanto del segundo hijo.
—¡Son varones! Dice la doctora sonriente.
Las enfermeras después de envolver los cuerpos de los niños los acercan a sus padres… Jean toma a un bebé en sus brazos mientras que la madre sostiene a otro.
—Son perfectos. Dice el rubio.
—Son hermosos. Responde la madre.
—Jean… ella llama al rubio.
—Te amo Zoé, deseo que sigas siendo mi esposa.
—Pero esa mujer, su bebe… tu… se le aguaron los ojos a la joven.
—Ese bebé no es mío. Le he hecho una prueba y confirme mis sospechas. Nunca firme el documento de nuestro divorcio, por ende legalmente seguimos casados.
—Todo este tiempo seguimos estando casados.
—Si.
Las enfermeras llegaron nuevamente llevándose a los niños para luego sacar a Jean de la sala de partos. En cuanto el rubio salió la pareja de afuera los acorralo.
—¿Cómo está? Pregunto Maya medio pálida.
—Ya tuvo a los gemelos, son fuertes y grandes. Este sonríe orgulloso.
—¡Ahhh! Que emoción, ya soy tía. Dice una Maya aplaudiendo feliz.
—Felicidades hombre. Por partida doble. Los hermanos se abrazan. –El viejo seguro que se muere.
—¡Seguro!
Estos se echan a reír, sabían que su padre le daría un infarto cuando se enterara que su hijo había tenido gemelos con su verdadera esposa.
Luego de un rato, todos pasaron a cuarto donde los esperaba Zoé… más agotada que nunca, pero al ver entrar a su familia se alegró de no estar sola en esa habitación.
—Qué bueno que llegan, comenzaba a pensar que nunca entrarían.
—Yo no me iré a ningún lado. Bueno, si tú me permites seguir a tu lado. Le dice Jean.
—Me gustaría que estés a mi lado.
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