<<. —Eli… —Cerró la puerta con llave y luego dio un paso hacia mi escritorio—. No voy a pedirte de nuevo que te quedes aquí.
—Perfecto. —Me encogí de hombros—. Eso hace que me resulte mucho más fácil marcharme. —Me colgué el bolso del hombro y me dirigí a la puerta lateral, pero él me agarró el codo por detrás y me obligó a girarme para mirarlo.
—¿Por qué estás siendo tan difícil? —Apoyó la frente en la mía—. En serio, hoy necesito que te quedes aquí, conmigo…
—Entonces es necesario que me dé una razón para que valga la pena.
Sus labios buscaron repentinamente los míos, y me rodeó la cintura con los brazos. Después me desató hábilmente el cinturón del abrigo. Sin apartar la boca de la mía, separó las solapas y me deslizó el abrigo por los hombros hasta que resbaló al suelo. Introdujo la mano por debajo de mi vestido al tiempo que
me mordía el labio inferior, y me arrancó lentamente las bragas empapadas. Me besó hasta que me quedé sin aliento antes de empujarme con suavidad hacia atrás, contra el escritorio.
Separó brevemente los labios de los míos para lanzar al suelo todas las carpetas y archivos. Comenzó a sonar el teléfono de sobremesa, y también lo tiró al suelo. Sin decir una palabra, me sujetó por la cintura y me levantó, plantándome firmemente encima del escritorio. Noté el frío de la superficie de caoba en las nalgas desnudas, y contuve el aliento al percibir su polla endurecida a través de los pantalones.
—Separa las piernas —ordenó.
El sonido de gente hablando al otro lado de la puerta de mi oficina hizo que quisiera saltar, pero él me puso la mano en el estómago y me miró a los ojos.
—No van a oírnos —susurró—. Haz lo que te he dicho. Ahora.
Separé las piernas y él se aflojó la corbata, manteniendo la mirada entre mis muslos. Se interpuso entre mis piernas y presionó el pulgar contra mi clítoris hinchado, aplicando la presión justa para hacerme gemir.
—Tienes que prometerme que no vas a gritar —dijo—. O van a imaginar que…
Asentí, incapaz de responder cuando él se inclinó y se puso a succionarme el clítoris.
—¿Puedes prometerme eso, Elizabeth?
—Mmm… —Asentí de nuevo mientras inspiraba lentamente cuando sopló contra mi piel—. Sí… Te prometo que no… gritaré cuando me folles…
—No me refería a cuando te folle. —Levantó la cabeza, sonriendo—. Antes te voy a comer el coño. —De repente me agarró por los tobillos y, colocándose rápidamente mis piernas sobre los hombros, me llevó hasta el borde del escritorio.
Sin perder un segundo más, enterró la cabeza entre mis piernas y apretó la boca contra mi coño, enervando cada nervio de mi cuerpo al instante. Su lengua acosaba mi clítoris de forma implacable, y grité cuando sentí que deslizaba dos gruesos dedos en mi interior con un gruñido.
Llevé las manos a su cabello, y tiré con fuerza mientras le rogaba que tuviera piedad, pero él continuó torturándome a placer. Entre gemidos, amenacé con gritar, pero él solo se rio, y los golpes de su lengua se hicieron más intensos.
Mientras me sostenía las piernas contra su boca, noté que me venía un orgasmo, sentí que todo mi cuerpo comenzaba a temblar.
—Paolo—Luché para decir otra palabra, pero mi cuerpo convulsionó contra el escritorio, obligándome a romper mi promesa y a gritar tan fuerte que estuve segura de que todas personas de la planta pudieron oírme.
Sentí que apretaba los dedos contra mi boca, oí que me ordenaba que me callara, pero cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, perdiendo todo el control.
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