—Recuerda, no le abras a nadie que toque la puerta. —Lara estaba lista con su uniforme de enfermera, había pasado todo el rato diciéndome las cosas que no tenía que hacer.
Yo estaba sentada en el sofá con mi pijama puesta viendo un programa en la televisión. Era de noche.
—No te preocupes —le dije— En un rato más me duermo. Estoy cansada por el día de hoy.
—Está bien. De todas formas te llamaré dentro de una hora. También te dejé el número de teléfono del hospital en la mesa de la cocina por cualquier cosa.
—Lara, estaré bien. Vete tranquila —le sonreí para tranquilizarla. Ella me devolvió la sonrisa.
—Está bien. Me voy —salió de la casa yéndose. Agradecía que Lara se preocupara por mí pero a veces sentía que ella tenía una responsabilidad que no le correspondía. Ella le había hecho de mi madre todo este tiempo: yendo a reuniones del colegio, participando en mis promociones etc.
Salí de mis pensamientos en el momento en que el televisor cambió de canal solo. Fruncí el ceño, tomé el control y le cambié al que estaba. Pero éste se cambió de nuevo a otro canal.
Qué extraño.
Quizás el televisor ya estaba malo.
Me puse de pie y lo apagué. De por sí no había nada interesante en la televisión. Tomé mi celular y revisé mis mensajes o llamadas. No tenía nada. Ninguna. Pensé que quizás mis amigas se dignarían a llamarme, pero al parecer no les hacía falta. Afuera, en la calle, había movimiento. Me dirigí a la ventana grande que daba a la calle y aparté un poco las cortinas. Habían un grupo de chicos del otro lado de la carretera, ellos estaban fumando y platicando sobre algo.
Quizás ellos van a la preparatoria que iré.
—¡Simon! —grita alguien de la casa vecina. Es una de las trillizas. Ella estaba vestida con un camisón de pijama y lleva arrastrando por el césped un oso de peluche— ¡Mamá quiere que entres! ¡Recuerda que no puedes estar afuera después del atardecer! —la niña quizás parecía de unos 9 años, o no lo sé.
Me preguntaba a qué se refería con estar afuera después del atardecer. ¿En donde había escuchado eso ya? ¡Claro! En la misma canción:
1, 2, 3 no salgas después del atardecer
1, 2, 3 o el lobo te va a comer.
Qué extraña canción. Supuse que se las enseñaban a los niños para que no salieran a la calle de noche. Era comprensible. Pero también una mentira.
—¡Rue métete a la casa! —el chico que parecía llaScare Samual era alguien alto, pelo amarillo y medio delgado. Tenía un cigarro en sus manos y un teléfono celular en la otra— Deberías de estar dormida —le dice a su hermanita.
—¡Simon! ¡Es peligroso estar afuera!
—¡No es luna llena, Rue! —contesta otro chico— ¡Estaremos bien!
—¡Rue, ven acá! —ahora parecía que era la madre de Rue quien la llamaba. La niña se giró y corrió hacia su casa.
Qué extraños son todos aquí, pensé.
Cerré las cortinas y me dirigí hacia mi habitación. Las luces de la casa están apagadas, hace frío y hay un silencio extraño en el ambiente. Este pueblo era silencioso por así decirlo. Era como medio fantasma. Cuando entré a mi habitación me dirigí a mi escritorio y me senté. Encendí la laptop y busqué el borrador que tenía desde hace unas semanas. Frente a mí estaba el bosque y el lago. A pesar de que no había luna, la luz de las estrellas alumbraban.
Ahora ya no me parecía muy coherente lo que había escrito hasta ahora. Al parecer tenía una especie de bloqueo. Respiré profundo y me concentré. Mi vista pasó al bosque, al camino que lleva al lago. Todo estaba tranquilo, no se veía nada, pero de repente noté cómo pasó un animal corriendo por el camino de tierra.
—¡Por Dios! —exclamó, viendo detrás de mi— ¡entra! —Simon corre y se adentra a su casa.
Dios, ¿por qué presiento que hay algo detrás de mí?
Mi corazón latía más a prisa, ni siquiera quería voltear. Escuché pisadas así que confirmé de que atrás de mí estaba ese lobo que había visto más antes. Es un lobo indefenso así que no podrá hacerme daño. Había estado estudiando a los lobos comunes y sabía que si no hacía algún movimiento comprometedor estaría bien.
Escuché un gruñido detrás de mi, muy cerca de mí, así que eso me hizo saltar del susto en el mismo lugar. Okay, necesito voltear. Me armé de valor y me giré lentamente, muy lento, hacia esa cosa. Gemí al notar que no era un simple lobo común, este lobo era de mi tamaño y impresionante.
—Oh, no —sentí que empezaba a hiperventilar, sentí que empezaba a entrar en pánico— Dios mío —susurré. El lobo estaba viéndome directo a los ojos, su hocico estaba listo para atacar. Sus ojos eran dos huecos negros, su pelaje era negro y brillante.
Un lobo. Es un lobo. ¿Es esto un lobo? Parece que fuera un enorme oso. Es grande e intimidante.
El lobo gruñe así que me asusté de nuevo.
¿Qué hago? ¿Corro? ¿Me quedo aquí? ¿Qué? No tengo posibilidades de salir. Llevé mi mano a mi collar y lo saqué, apretándolo un poco. Al menos que me diera suerte este símbolo. Mi collar era de el símbolo Triskelion, lo tenía desde bebé. Creo que esto era lo que me daba la valentía. La valentía de estar aquí frente a un enorme lobo y no salir corriendo o desmayarme.
El lobo mira mi collar, eso hace que pierda un poco su postura. Ahora parece indeciso, no sabe qué hacer. Mira a ambos lados y luego a mí. El lobo me da una última mirada y un último gruñido para luego girarse y correr hacia el bosque.
Yo me quedé allí de pie, atónita sin saber qué había pasado. Se sentía todo tan irreal como si hubiera sido producto de un sueño. O quizás una pesadilla. Minutos después reaccioné y recordé que habían lobos sueltos por allí, salí corriendo hacia mi casa y me encerré.
Había estado a punto de morir y por alguna extraña razón sentía que mi collar de Triskelion me había salvado.
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