Jeremías
Miro la hora con prisas antes de continuar con mi trabajo, termino de hacer todo lo que tengo pendiente mientras las horas siguen pasando sin que mi esposa regrese y cuando por fin son más de las diez de la noche decido llamarla.
Me molesta muchísimo que ella no conteste la llamada y aunque estoy segura de que los niños están perfectamente bien, no puedo creer que se atreva a regresar tan tarde sin siquiera contestar mi llamada.
Espero unas dos horas más antes de intentar llamar otra vez, pero esta vez su teléfono simplemente suena apagado.
Decido esperar unas horas más ocupándome de encontrar un nuevo doctor y alguna otra niñera, me digo que esta vez las entrevistaré una por una antes de tomar una decisión.
Separo seis currículos antes de quedarme completamente dormido en la sala de estar a la que me mude para esperar a que mi mujer llegara.
Me despierto cuando alguien toca mi hombro y me pongo en pie con prisas al notar que la empleada del servicio es quien me despierta con preocupación.
—¿Sucede algo, señor? — aún no lleva su uniforme— ¿Pasó aquí la noche?
¿La noche?
Frunzo el ceño antes de tomar mi móvil en una mano, la molestia más absoluta me llena cuando descubro que son nada más y nada menos que las cinco de la mañana.
Camino furioso hacia las habitaciones, pero tanto la cama de mis hijos como la de mujer siguen intactas.
Trato de llamarla una vez más, pero su móvil continúa apagado, así que rasco mi cabeza intentando no ponerme histérico. Me repito que están con Lizbeth y que no podría pasarles nada.
Así que después de unos diez minutos de estar reflexionando bajo el agua caliente, decido ir por mis propios pies a buscar a mi mujer y mis hijos.
Salgo del baño con prisas y estoy a punto de comenzar vestirme cuando escucho pasos subiendo rápidamente las escaleras.
La risa femenina que viene detrás de esos pasos me dice que Lizbeth al fin se ha dignado aparecer y aunque eso me ha quitado un terrible peso de los hombros, ahora estoy terriblemente molesto con que se hubiese marchado sin decirme una sola palabra.
—¡Lizbeth!
Mi voz sale demasiado furiosa, camino hacia el pasillo donde ella se ha quedado prácticamente congelada y ni siquiera me molesto en mirar a los niños antes de tomarla de la mano para arrastrarla a mi habitación.
Cierro la puerta un minuto antes de soltarla en el medio de mi cuarto y el rostro preocupado ahora muestra una expresión igual de molesta que la mía.
—¿Qué haces?
—¿Qué hago? — le grito — qué haces tú pasando la noche con mis hijos fuera de casa sin contestar mis malditas llamadas, ¡Explícame!
—Fuimos con el doctor, pero los llevé a casa de mi madre y terminamos durmiendo ahí, pensé que no habría ningún problema, dijiste que podía…
—¡Dije que me avisaras! — le respondo — ¿tienes idea de lo preocupado que estuve? — niego — no me preocupa que estuvieran contigo, me preocupaba que hubiese sucedido algo —masajeo el puente de mi nariz — después de todo lo que ha sucedido lo último que necesitaba era que mis hijos desaparecieron sin poder saber dónde estaban, ¿me entiendes?
La mujer frente a mí me mira completamente en silencio, su barbilla comienza a temblar y veo las lágrimas caer de sus ojos sin control.
Lizbeth, parpadea confundida, sus ojos anhelantes se dilatan cuando reconoce el sonido y siento mi corazón desacelerar cuando ella cubre sus hinchados labios con sus manos, pierdo el equilibrio cuando mi esposa intenta apartarse, mis piernas dan algunos pasos por instintos y caigo sobre mi esposa sobre el colchón de mi cama.
El sonido que ahora se es una alarma sigue sonando. La mujer conmocionada bajo mi cuerpo no dice absolutamente nada, pero sus ojos están fijos hacia el sur de nuestros cuerpos.
Mis ojos se mueven también en esa dirección y siento que la sangre que antes fluía ardiente hasta mi miembro comienza a hacerlo con más velocidad.
La toalla que rodeaba mi cuerpo ha desaparecido, la delicada prenda que cubre la feminidad de mi mujer está rozando íntimamente mi carne y noto entonces el delicado piercing en el ombligo que no imaginé podría tener mi mujer. También me pregunto cómo su falda termino unos centímetros más arriba de su ombligo, pero supongo que eso no importa ahora.
—Oh dios mío…
Jadea ella, su mirada se encuentra con la mía y mientras su rostro comienza a ponerse rosa tengo que contenerme para no restregarme sobre el cálido lugar en que mi masculinidad descansa.
Ella jadea una segunda vez, siento mi cuerpo vibrar aún más ansioso debido a ese pequeño, pero tentador sonido y solo cuando el tono de llamada de mi propio celular se une a la irritante alarma soy capaz de apartarme de su cuerpo.
—¡Esto…! — mi mujer baja su falda rápidamente —esto…
—Dije que no que un error — la miro — no pensé llegar tan lejos, pero ni siquiera sé cómo me siento ahora mismo y prefiero ser claro contigo — decido decirle la verdad — te deseo y no quiero que pienses que te exigiré alguna cosa, comprendo que no quieras o que no desees algún tipo de intimidad conmigo — cubro mi cuerpo con una de las sábanas sobre la cama — y con respecto a lo que sucedió con los niños solo asegúrate de llamarme antes.
Lizbeth abre y cierra su boca, parpadea varias veces antes de tomar su celular del suelo, donde cayó cuando la bese y corre hasta la puerta, pero se detiene en medio de esta. No se voltea, pero habla con claridad.
—No sé realmente si sea buena idea o si debería decir esto, pero… — abre la puerta — , se sintió bien besarte… Jeremías…
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