Soy la esposa del tío de mi ex romance Capítulo 24

Marcus detuvo el beso, mientras Evana agachaba la cara, estaba tan sonrojada, que no podía sostener la mirada.

Marcus miró a Álvaro con rabia.

—¿Qué quieres? ¿No sabes llamar a la puerta?

—Es que… mi abuela, ella te espera abajo —titubeó Álvaro con rabia, sentía que estaba lleno de furia al ver esa escena.

Marcus asintió.

—Volveré, mi amor, espérame despierta — guiño n ojo, el beso su frente y salió tan rápido.

Lo dijo para molestar a Álvaro y al ver su cara supo que lo consiguió.

Cerró la puerta y miró a Álvaro que lo siguió, Marcus podría sentir su mirada sobre él, como un cuchillo filoso, pero solo podía sentir lástima por él.

Evana recuperó la respiración perdida, pero sus piernas, todo su cuerpo parecía hecho de gelatina, temblaba.

Se recostó, miró al techo, respiró profundo.

«¡Ese hombre va a acabar por volverme loca, debo irme, debo escapar!», pensó.

Marcus bajó al despacho, su madre y su padre, junto Álvaro, estaban ahí.

—¿Qué pasa, hijo? Nos despertaste para algo, y nos tienes preocupados.

Marcus miró a sus padres.

—Es una verdad sobre Ismael que deben saber.

El nombre de su hijo causó que Fátima sintiera un escalofrío, no podía aún, después de todo ese tiempo, tolerar su perdida.

—¿Qué pasa con mi padre, tío? Habla ya.

—Él tuvo otro hijo.

Los ojos de Álvaro se abrieron enormes, luego sus manos se volvieron un puño rabioso.

—¡¿Qué has dicho!? ¡es mentira! ¿Qué pretendes, ahora? ¡Quieres robarme mi herencia! Lo planeaste con la zorra que tienes en la cama, ¿Verdad?

Marcus dio tal bofetada a su sobrino, impactando a todos.

—¡Basta! ¡No peleen! —exclamó Andrés—. ¿Qué dices, Marcus? ¿Qué hijo?

—Es cierto, padre, me enteré hace poco, pero hay algo más grave.

—¡No le creas abuelo!

—Él está enfermo, mi sobrino Ian, está muriendo, tiene hidrocefalia, y varias enfermedades que comprometen su salud, no tiene remedio, él… pronto dejará el mundo.

Los ojos de Fátima se abrieron enormes, le miró destrozada.

—¡Quiero verlo! —exclamó la mujer sollozando, Marcus la abrazó.

—¿Cómo sabes que no mienten? —preguntó Andrés

—Lo sé, además, no me han pedido dinero, ni nada por él; Álvaro, tu padre nunca te abandonó, solo debía viajar para operar a tu hermano, planeaba volver para estar cerca de ti.

—¡Cállate, tío! No hables de como mi padre me abandonó, nunca volvió de ese viaje, y todo por un bastardo…

Álvaro salió de ahí, sus ojos lloraron.

—Déjalo, Marcus, Álvaro sufre, lo sabemos.

Marcus asintió.

—¿Buenos momentos? Yo tuve buenos momentos, fui la única que dio felicidad y paz, tú solo lo absorbiste como un maldito parásito, no vengas y digas que eres inocente, tal vez yo me vaya de aquí, pero me queda el placer de saber que nunca serás feliz, ni conmigo, ni sin mí, estás vacío por dentro, nunca serás alguien bueno.

Evana lo empujó y siguió de largo.

—Nunca amarás a otro más que a mí, sé que cuando él te toca piensas en mí.

Ella se detuvo, esbozó una sonrisa triste. Se giró a mirarlo.

—En realidad, Álvaro, no suelo hablar de mi intimidad, pero tú me hiciste odiar el sexo y pensar que es aburrido, tú no vales nada, ni en la cama, ni en la vida.

Ella siguió el camino, Álvaro bajó la mirada, no esperaba esas palabras, Marcus que estaba escondido, escuchándolo todo, vio como las lágrimas corrían por el rostro del joven, caminando por el pasto en círculos, desesperado.

Marcus subió la escalera, entró a la alcoba, vio a Evana sentada al borde de la cama, al verlo se levantó.

—Quiero el divorcio, Marcus Ford, tenemos lo que queremos, tú tienes la presidencia Ford, y yo ya cumplí mi venganza, ahora déjame irme lejos.

Él la miró con ojos enormes, sus palabras le robaron el aliento, se acercó a ella, no esperaba que pidiera eso.

—¿Es eso lo que quieres? ¿De verdad?

Ella le miró asustada, asintió.

—Eso es todo lo que quiero, Marcus, ahora déjame ir.

Él bajó la mirada, se sintió vencido, observó como ella sacó su maleta, comenzó a meter la poca ropa que tenía ahí, Marcus sintió que la frustración, rabia y desesperación se apoderaron de su conciencia, sus ojos se volvieron severos.

Él tomó su brazo de forma repentina, dejándola perpleja, y sacando la ropa, esparciéndola en el suelo.

—¡No irás a ningún lado! No te dejaré ir, punto final, es mi última palabra, te quedas aquí, conmigo, para siempre.

Ella le miró con estupor, pero sus grandes manos tomaron su rostro, besó sus labios con profunda pasión, Evana no pudo escapar, de pronto tampoco lo quiso, la recostó en la cama, sintió el peso de su cuerpo sobre el suyo, impregnándola de calor, sus lenguas danzando, ella tomó las sábanas con fuerza, para soportar el ardor de sus caricias sobre sus labios y su piel.

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