Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1) romance Capítulo 17

“Me estoy enamorando. Me estoy ilusionando con tu amor. Y siento que la pena

Que me afligía el alma. Ya no duele más…”  Alejandro Fernández.

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María Paz seguía observando el horizonte, sentada en el muelle, sus ojos estaban rojos e hinchados, había llorado: por la muerte de Agatha, por el abandono de Joaquín, sumida en sus recuerdos no se percató de la presencia de dos jóvenes que empezaron a incomodarla. La joven se puso de pie, ambos muchachos la rodearon.

—¿Por qué tan sola, mamacita? —Preguntó uno de ellos con aliento a alcohol. 

María Paz retrocedió, trató de correr, pero uno de los chicos la tomó del cabello y le tiró con fuerza hacia atrás. La jovencita presionó sus ojos por el dolor que le causó el tirón de aquel sujeto. 

—¡No se metan conmigo! —advirtió la muchacha observando con atención.

—¡Qué hermosos ojos! —exclamó uno de ellos, mientras se acercaba demasiado a ella.

María Paz giró su cara, pero aquel individuo la tomó con ambas manos del rostro e intentó besarla, mientras el otro la tenía sujeta, entonces la jovencita elevó su rodilla y golpeó en la entrepierna al maleante que la quiso besar, y le dio un codazo en el estómago al que la tenía sujeta. 

Joaquín parpadeó, se sorprendió y se quedó estático al mirar como ella emitió un fuerte grito y lanzó una patada al sujeto que se puso de pie e intentó agredirla. 

—¡SUÉLTENLA! —espetó Joaquín, lleno de ira agarró a uno de esos muchachos, lo retiró de María Paz tomándole de la camiseta y lanzándole al suelo. 

El otro intentó agredir a Joaquín, no obstante, al ver a la chica en posición de ataque corrió despavorido. 

—¡Huye! —gritó a su amigo. 

El sujeto intentó golpear a Joaquín, pero el joven Duque fue más rápido y le propinó un golpe a aquel individuo, lanzándolo al piso, el chico lamió su sangre, se puso de pie, sacó un cuchillo y amenazó a Joaquín, el joven colombiano lo retó.

—¡Ven infeliz! 

María Paz observó con atención el escenario. 

—¡Ten cuidado! —advirtió ella sintiendo su corazón bombear con fuerza. —¡Está armado! —exclamó la jovencita. 

Al momento que Joaquín se distrajo el tipo se le fue encima, pero él en un rápido movimiento y como todo un experto en artes marciales, lanzó una patada haciendo que el arma saliera volando, el muchacho que se creía tan valiente por tener esa navaja en sus manos, huyó.

María Paz algo nerviosa se acercó a Joaquín, y lo abrazó, el corazón de ella palpitaba con fuerza producto de la adrenalina que sentía.

Joaquín respiraba exaltado, se sentía culpable por haberla dejado abandonada.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? —preguntó Joaquín angustiado, mientras María Paz inhalaba el aroma de él, enseguida la estrechó entre sus brazos.

—Perdóname, todo es mi culpa... yo solo quería asustarte por un momento —explicaba Joaquín arrepentido—. Decime que no te lastimaron, por favor...— imploró el joven, mientras la tenía sujeta a su cuerpo con todas sus fuerzas. 

María Paz respiró profundo, se sentía segura y protegida en sus brazos.

—No creo que se les ocurra volver por aquí, soy experta en artes marciales —confesó con suficiencia—, así que más te vale tener cuidado conmigo. 

—¿Seguro? ¿Quién te enseñó a defenderte?

María Paz sonrió y elevó una de sus cejas.

—Desde niña acudo a clases de artes marciales, mi madre siempre dice que es necesario aprender defensa personal.

Joaquín se separó de ella por un instante la miraba y acariciaba su rostro como tratando de examinarla y cerciorarse que estaba bien, al escucharla soltó el aire que estaba conteniendo.

—¡Perdóname! — suplicó Joaquín y volvió a abrazarla. — Entendeme se te paso la mano con esa broma de mal gusto. ¿Por qué lo hiciste? —preguntó.

Ella observaba por todo lado con el temor de que aquellos hombres regresaran.

—¡Vayámonos por favor! —suplicó la jovencita.

Joaquín se sacó su chaqueta y cubrió a María Paz, de la brisa que soplaba. Él la tomó de la mano y caminaron a lo largo de la bahía, a un lugar alejado del bullicio de la gente, en dónde el joven solía pasar cuando necesitaba reencontrarse así mismo.

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