“… Déjame, gritar lo que siento. Te lo juro no miento…” Ricardo Arjona.
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Una vez que subieron al auto: «Mágico by Sagitario» empezó a sonar al momento que Joaquín dio marcha al vehículo.
«Yo te quiero, así como tú me estás queriendo... y no hay tiempo, ni distancia que a nosotros nos pueda separar... Dios del cielo, bendice este amor que es puro y bello... yo te ruego, que en nuestro camino no se interponga la maldad...»
Entonaba él, era como si un aviso o si alguien quisiera tratar de decirle que María Paz era la persona por la que él había esperado toda su vida. Joaquín de reojo observaba a la chica quien veía a través de la ventana el paisaje de la noche. Ella también escuchaba atenta la letra de la canción, el sonido de aquellos acordeones le llegaba al alma.
María Paz giró su rostro hacía él, las lágrimas corrieron por sus mejillas, ella sabía que con la distancia que interpuso entre ellos podía perderlo, pero un riesgo que debía tomar a pesar del dolor que eso le causaba.
El joven Duque aparcó su auto a la orilla de la carretera.
—Por favor no llores mi reina, vos no sabes cómo me duele verte así.
Joaquín respiraba alterado, cerró sus ojos mientras la aprisionó a su pecho.
María Paz por más que hubiese querido alejarse de él, no podía, él era como un imán que la atraía.
—¡Me estás ahogando! — exclamó ella, él la abrazaba tan fuerte, como si nunca quisiera despegarse de su lado.
—Lo siento —dijo contrariado—. María Paz debes escucharme por favor.
—Dime.
—Ponme cuidado mi reina... Vos no tenés idea del despelote que es mi vida, no puedo ofrecerte nada —habló Joaquín con sinceridad, y con lágrimas en los ojos, se separó de ella, hizo su cabeza hacia atrás en el asiento del vehículo.
—Es que a mí no me importa, yo sé que no eres mala persona. A ti lo que te falta es cariño.
Él giró su mirada hacia ella.
—Vos sos una niña, ¿qué sabes vos de lo que carezco?
—Eres tú el que te empeñas en verme como a una niña, además si yo lo consintiera no sería ilegal sostener una relación, sin embargo, son tus miedos, tus inseguridades, los traumas los que te alejan de mí.
—No es solo eso —dijo él—. Eres la hermana de mi mejor amigo, él no me perdonaría si yo te llegara a lastimar.
Joaquín trataba de poner una y mil escusas, para no abrazarla y besarla y decirle que él también la quería.
María Paz resopló intentando comprender los miedos de él.
—Vamos a casa —ordenó volvió a su lugar, cruzó sus brazos y no dijo una sola palabra hasta que llegaron a la mansión Vidal.
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En el salón Diana marcaba otra vez el móvil de su hija. Santiago tomó el suyo para llamar a su amigo, entonces al ver la cantidad de notificaciones en su red social enseguida miró y soltó varias carcajadas, y justo en ese momento el portón se abrió y María Paz en compañía de Joaquín aparecieron.
Santiago enojado increpó a su amigo.
—¿A dónde llevaste a mi hermana? ¿Por qué vienen a esta hora?
Joaquín aprovechó la oportunidad de vengarse de María Paz por la broma que ella le hizo.
—Vamos Paz, cuéntale a tu familia el grave problema que tenés.
La joven no entendía a qué se refería Joaquín, miró a su amigo con desconcierto, pensó entonces en qué quizás él iba a declarar todo lo que estaba sucediendo entre ellos.
—¿De qué hablas? —preguntó ella con temor.
Joaquín caminó hasta quedar parado en frente a la madre de María Paz.
—Señora Diana —se dirigió a la dama—, como usted sabe yo soy amigo de la familia. —Joaquín se rascó la nuca, por dentro reía al imaginar la cara que iba a poner María Paz cuando él prosiguiera.
—¿Qué pretendes? —preguntó ella enojada.
—Yo solo contarle a tu familia el secreto que me confesaste a mí.
—María Paz deja de interrumpir a Joaquín —advirtió Diana a su hija—, por favor habla —pidió al joven.
—Señora lamento ser el portador de tan malas noticias: María Paz está embarazada y no tiene idea de quién es el padre del niño que espera.
María Paz se quedó con la boca abierta, su rostro se tornó carmín al ver la mirada llena de sorpresa de su madre y hermano sobre ella.
—¡Mentira mamá! —exclamó intentando defenderse. — ¡Desgraciado! ¡Infeliz! —arremetió en contra del joven. La muchacha se fue encima de Joaquín. Santiago la agarró con fuerza.
—¡DÉJAME MATAR A ESTE IDIOTA! —gritaba pataleando, tratando de zafarse con uñas y dientes de los fuertes brazos de su hermano. Joaquín esbozaba una amplia sonrisa.
—¡BASTA MARÍA PAZ! —exclamó su madre. La chica respirando agitada, dejó de forcejear con su hermano.
—Mamá este desgraciado miente —explicó desesperada la joven.
—¿Qué está sucediendo María Paz? —averiguó Diana con voz serena, entonces la jovencita para desquitarse continuó con la mentira.
—Si mamá, es verdad, si estoy embarazada y si sé quién es el papá.
Joaquín abrió sus ojos de par en par, su quijada tembló.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1)