“… Llegas a mi vida como un sol, como la suave transparencia del amor, como el aroma de la brisa en la mañana, borrando para siempre mi dolor…” Cristian Castro.
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Manizales- Colombia.
Consorcio colombiano del café: Alma Mía.
Desde muy temprano las asistentes colocaban los informes en las carpetas que se les iba a entregar a los accionistas de la empresa. Aquel día se llevaba a cabo una junta directiva para dar lectura a los balances semestrales.
Carlos Duque sostenía entre sus manos una taza de café, mientras el humo de la bebida se colaba en sus fosas nasales, él miraba la ciudad, una leve sonrisa se dibujó en sus labios al recordar las palabras de la mujer que le robaba sus pensamientos.
«Mi señor, estoy segura de que esa reunión será todo un éxito, su papá se va a sentir muy orgulloso de usted»
Le pareció escuchar la aterciopelada y dulce voz de ella, entonces suspiró profundo, le dio un sorbo a la bebida y enseguida tomó su móvil, necesitaba escucharla.
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La joven limpiaba con sumo cuidado varias piezas de porcelana de la finca: La Esperanza residencia de la madre de Carlos, la chica sostenía el paño con sus manos y cuando su móvil repicó soltó la tela al piso del susto, miró a todo lado y se escondió en uno de los pasillos.
—Mi señor casi me espanta —comentó sonriendo con emoción.
—Solo quería escucharte, y que me desearas buena suerte, en una hora se realizará la junta y se evaluará mi gestión.
—Usted no necesita bendición para eso, es un hombre muy inteligente y capaz —contestó ella—. Me gustaría tanto verlo leyendo esos balances. —Suspiró—, se veía tan guapo hoy. —Susurró sin darse cuenta de que se lo dijo a él, su rostro enrojeció y mordió su labio inferior imaginando la cara de suficiencia que debió poner Carlos.
El joven no pudo evitar carcajear al escucharla, y ella cada vez que lo oía reír sentía que se le alegraba el alma.
—Vos siempre decís lo que pensás —mencionó.
—No lo puedo evitar —respondió ella—, pero ya debo colgar, no deseo que me regañen por no hacer mis labores.
—Lo comprendo —comentó él respirando profundo.
Justo antes de que Carlos se despidiera de ella, la chica habló.
—Recuerde lo que charlamos el otro día, no es bueno albergar resentimientos en el alma, hoy que va a estar su hermano presente, procure llevar la fiesta en paz —solicitó—. Prométame que por lo menos lo va a intentar.
Carlos bufó y ladeó con la cabeza, pero a esa mujer él nunca podía negarle nada, ella era como la voz de su conciencia, la que le hacía dar cuenta de sus errores, la única capaz de calmar los demonios que llevaba por dentro.
—Lo intentaré —mencionó—. Ely, espérame en el lugar de siempre —solicitó antes de colgar.
—Ahí estaré, mi señor —aseveró ella sintiendo su corazón palpitar con emoción, entonces finalizó la llamada porque escuchó voces.
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Una hora después.
Joaquín subió al automóvil que su padre envió por él al aeropuerto, saludó con el chofer y a medida que se aproximaban al edificio en donde funcionaba la empresa de su familia, aquella sensación de ansiedad de nuevo se apoderó de su ser. Inhaló profundo observando el paisaje que la ciudad mostraba a través de las ventanas del auto. Su cuerpo le pedía a gritos licor, entonces limpió su frente con un pañuelo debido a las gotas de sudor que aparecieron, enseguida sacó un botellín con agua y lo bebió de golpe, justo en ese instante: «Me estoy enamorando by Alejandro Fernández» sonó en el reproductor de música.
«Me estoy enamorando, me estoy ilusionando con tu amor. Y siento que la pena, que me afligía el alma, ya no duele más...»
Joaquín escuchaba atento la letra de la canción, su corazón se estremeció al pensar en ella «¿sería posible que en verdad la pena que sentía, podría extinguirse gracias al amor de María Paz?» pensaba en el camino; pero él seguía con las dudas, recordaba las palabras de su hermano Carlos:
«Vos dañas todo lo que querés» «Vos no debes amar a nadie, porque a quien le has dado tu cariño han muerto» «Por tu culpa, tu madre se murió»
Sacudió su cabeza para olvidar aquellos pensamientos, entonces miró el edificio del consorcio, y se dio cuenta de que había llegado a su destino, agradeció al chofer y de inmediato se colocó las gafas, arregló su cabello, e ingresó.
Lo primero que hizo fue saludar con una amplia sonrisa a la joven de recepción:
—Hola, muñeca —expresó guiñándole un ojo.
La chica lo miró y no pudo evitar sonreír y sonrojarse.
—Hola —saludó ella.
—¿Ya empezó esa aburrida junta? —investigó.
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