-Señorita Villa, me sorprende lo rápido que cambia de personalidad. -Tomé mi bolso lanzándole una mirada apresurada y me preparé para irme a casa de los Ayala. Como Alvaro no estaba dispuesto, era mi trabajo ir en su lugar. Tan pronto como llegué a la puerta, Rebeca se paró enfrente de mí para bloquearme el paso. Al ver que Alvaro no estaba, por fin podía dejar de fingir ser una conejita indefensa y de manera drástica, me cuestionó:
-¿Cuándo vas a firmar los papeles del divorcio?
Me quedé asombrada por un segundo. Sin embargo, me reí y la miré.
—¿Estás jugando a ser la rompe hogares para obligarme a divorciarme de él?
-¡Tú eres la rompe hogares! -Llamarla de esa forma parecía ponerla con los nervios de punta porque su rostro se puso serio y replicó—. Si no fuera por ti, la dueña de esta casa habría sido yo. Desde que Jorge murió, no hay nadie que te proteja y nadie te va a asegurar que sigas
viviendo aquí. Si fuera tú, firmaría los papeles de divorcio, tomaría el dinero que Alvaro me ofreció y me iría lo más lejos posible.
-Bueno, ¡es una lástima que no sea como tú, señorita Villa! —respondí con tono frío mientras ignoraba sus puñaladas y la esquivaba para bajar las escaleras. A parte de Alvaro, nadie podía decirme nada para lastimarme. Al ser una persona que disfrutaba ser el centro de atención, Rebeca se sentía insatisfecha por el hecho de que la estaba ignorando y de pronto, agarró mi brazo.
-¿Qué tan descarada puedes ser, Samara? Ni siquiera le gustas a Alvi. ¿Cuál es el punto de afórrate a él?
Al observarla, me dieron ganas de reírme, pero dije mis siguientes palabras con mucha calma.
-Cómo estás consciente de su postura hacia mí, ¿de qué hay que estar nerviosa?
—Tú... -Rebeca se sonrojó sin poder contestar. Me incliné hacia ella con una ligera mueca en mis labios y bajé la voz para susurrar.
-En cuanto a por qué me aferro a él... -Di una pausa mientras entonaba mi voz-. Tiene muy buenas habilidades. Dime, ¿por qué me iría?
Él levantó su ceja.
-¿No te da miedo que vaya a pensar que empujaste a Rebeca?
Mis ojos se hundieron mientras un indicio de amargura brillaba a través de ellos.
-No importa si la empujé o no. La verdad es que Rebeca se lastimó y alguien debe tomar responsabilidad por ello.
-¡Es bueno que lo sepas! —Gael bajó de las escaleras y salió del chalé con su maletín médico en la mano.
Probablemente, se dirigía al hospital a ver a Rebeca.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Amor arrepentido contigo