Era una hora del chalé hacia la casa de la familia Ayala y durante todo el camino, me sentí en un trance. Mi mente abundaba en pensamientos acerca del bebé de Rebeca y la mirada de Alvaro antes de irse. Parecía no poder llenar mis pulmones con suficiente aire. Mi pecho se endureció y justo cuando el auto se detuvo enfrente de la familia Ayala, sentí una ola de náuseas. Salí apresurada del auto y me dieron arcadas a lado de las flores por un largo tiempo sin poder vomitar.
-Al parecer, ser la señora Ayala te ha hecho débil viendo que casi vomitas luego de un corto paseo en auto. -Una voz firme y desagradable sonó por la puerta principal de la casa. No necesitaba voltear a ver para saber quién era. Jorge tenía dos hijos: el mayor era Cristofer Ayala, quien había fallecido en un accidente automovilístico junto con su esposa años atrás dejando a su único hijo, Alvaro y el segundo era Carlos Ayala. En ese momento, la persona que se estaba burlando de mí afuera de la casa era la esposa del tío Carlos, Elena Carrillo. Había muchos altercados dentro de las familias ricas y ya estaba acostumbrada. Contuve la incomodidad en mi estómago,
miré a Elena y la saludé de manera respetuosa.
-Tía Elena. -Nunca le he agradado a Elena. Quizás estaba celosa porque Jorge me tenía mucha preferencia a pesar de venir de una familia pobre o tal vez descontenta porque Jorge valoraba a Alvaro tanto que le cedió su propiedad a él. Dado al contexto, pudiera estar desquitando su enojo conmigo. Me lanzó una mirada fría antes de ver por detrás de mí y al notar que no había nadie en el auto, su expresión se puso seria.
-¿Qué? Alvaro, el nieto favorito, ¿no se presentó al funeral de su abuelo?
Iban a ver muchos invitados el día de hoy y la ausencia de Alvaro era inaceptable. Levanté la comisura de mis labios para sonreír y preparé una respuesta.
-Se le presentó un problema y quizás llegue tarde.
-¡Ja, ja! -burló Elena-. Esta es la persona en quien mi suegro ha puesto todas sus esperanzas. Me pregunto qué le habrá visto.
—¿En dónde está la llave?
-El señor Ayala se la dio al señor Alvaro. -La señora Hernández me analizó mientras me aconsejaba—. Ha perdido mucho de peso últimamente. Debería cuidar su salud. El señor Ayala siempre deseó que usted y el señor Alvaro tuvieran un hijo sano para que fuera el heredero de la familia. Ahora que falleció, no dejen que el árbol familiar termine con ustedes dos. -Al mencionar al bebé, me quedé sorprendida por un momento y luego le sonreí decidiendo no comentar nada al respecto. Al terminar con las plegarias, el ataúd del abuelo iba a ser llevado al cementerio para enterrarlo. Ya era mediodía cuando llegamos, pero Alvaro seguía sin aparecer; tenía que presentarse incluso cuando se acabara el funeral. Pronto, Carlos se acercó a mí junto con Elena agarrada de su brazo y me dijo:
-Sami, tu abuelo Jorge no va a regresar nunca. Ve a decirle a Alvaro que deje de guardarle rencor. El anciano no le debe nada.
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