¡Sprish!
Salpicó el cuerpo febril de Clarisa con agua fría, lo que la despertó de un momento de estupor. Levantó la vista para ver al hombre al que se había agarrado de pie justo delante de ella.
El hombre se quitó el abrigo y lo tiró al suelo. Alto y guapo, iba vestido con una camisa blanca y un pantalón de traje negro. Tenía rasgos cincelados como los de un modelo masculino, y sus ojos parecían en especial astutos e insensibles.
-¿Ya estás sobria? -Su voz era de lo más fría y severa.
-Lo siento -dijo Clarisa avergonzada.
Acababa de bajar del avión para visitar a su madre, a la que no veía desde hacía años. Sin embargo, ni en sus mejores sueños esperaba que su madre la drogara y la llevara a la cama de un hombre mayor y pervertido.
Confusa y delirante, se había aferrado a un desconocido.
Si no fuera por este buen caballero, no se atrevería a imaginar qué sería de ella ahora. Clarisa se acurrucó en la bañera y bajó la cabeza para ocultar el dolor de sus ojos, sin darse cuenta de lo seductora que se veía con el vestido pegado a la piel.
Matías entrecerró los ojos. «¿De verdad no intenta seducirme?»
—Señor Tamayo. —La voz de Daniel se escuchó en la puerta del baño-. El médico y la ropa están aquí.
-Gracias —dijo Clarisa mientras levantaba la cabeza—. Siento mucho las molestias.
No era necesario dar explicaciones porque sólo eran extraños entre sí. Había notado la mirada inquisitiva y burlona del hombre, y pensó que, si le daba explicaciones, la malinterpretaría como si tuviera un motivo oculto.
Una doctora entró justo cuando Matías estaba a punto de salir del baño. Dejó la ropa a un lado y le dio un pinchazo a Clarisa antes de salir poco después.
Afuera, la habitación ya estaba vacía para cuando Clarisa se había cambiado de ropa y había salido a duras penas del baño. «Rayos, ¿en qué estaba pensando?».
Después de una noche de descanso en el hotel, se resistía a volver a casa de los González, pero no tenía otra opción, ya que necesitaba recuperar sus pertenencias.
-¿Todavía tienes la audacia de volver? -Su llegada interrumpió de inmediato el ambiente de tranquilidad en el salón. Era la hermanastra de Clarisa, Ivone, quien lo había dicho.
-Vengo por mis cosas.
Clarisa pasó por la sala de estar, con la intención de volver a su habitación, pero Ivone le impidió el paso y le dio una fuerte bofetada en el rostro. Sorprendida, Clarisa levantó la cabeza con rabia.
—¡Ingrata! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Cómo te atreves a desaparecer anoche en una ocasión tan importante? Intentábamos conseguirte un novio. ¿Sabes quién es ese hombre? ¿Sabes cuántos problemas nos has causado? ¿Sabes lo humillante que fue para nosotros que te escaparas? -Ivone soltó todo un torrente de ofensas contra Clarisa.
-Si ese hombre es tan importante, ¿por qué no te lo quedaste tú? -Clarisa contraatacó, mientras se acariciaba la cara.
«¡Nunca me acostaré con un viejo calvo y gordo de más de cincuenta años!».
-Por qué tú...
-Somos familia, Ivone. No te pongas tan nerviosa -interrumpió Zacarías antes de que su hija volviera a perder los estribos.
Luego, con una mirada tranquila, le dijo a Clarisa:
-Lo hacemos por tu bien, Clan. El Señor Jiménez tiene un patrimonio cuantioso y aún está soltero. ¿No has oído que los hombres mayores son más sabios y mucho más amables con las mujeres? No tienes que preocuparte por el resto de tu vida si te casas con la Familia Jiménez. Tu madre ha dicho que no te cuidamos bien, así que hemos querido compensarlo al encontrarte un buen hombre.
—¿Por qué no me dijiste que habías llegado a Ciudad D? ¿Acaso no me consideras tu amiga? ¿Dónde estás? -El corazón de Clarisa se animó ante sus palabras.
-Estoy de camino a un hotel...
-¿Hotel? Podrías haberte quedado en mi casa.
—No creo que eso sea conveniente. Yo...
—No aceptaré un no por respuesta. Dirígete al Edificio Ciudad J. Pasaré por ti y podremos ir a comer juntas.
Clarisa dejó escapar una risa de impotencia ante el comportamiento dominante de Elida. Al colgar el teléfono, sólo pudo decirle al conductor que tomara otra ruta.
Después de bajarse del taxi, Clarisa esperó a la sombra del Edificio Ciudad J. Jugaba con su teléfono cuando levantó la vista y vio la silueta de un hombre con una camisa blanca y un pantalón de traje. Había algo en ese hombre que lo hacía parecer imponente mientras salía del edificio.
Seguido por una multitud a su alrededor, Clarisa se preguntó qué estaría diciendo mientras la gente se despedía de él con una reverencia después. El conductor abrió la puerta y el hombre estaba a punto de subir cuando de repente miró en su dirección.
Sorprendida, Clarisa bajó rápido la cabeza avergonzada y fingió ignorar lo sucedido. Matías miró a la joven a través de la ventanilla del auto hasta que éste se alejó y su figura desapareció de la vista.
—Daniel —dijo—. Necesito que investigues los antecedentes de esa mujer.
Daniel comprendió con naturalidad a quién se refería. «¿Qué probabilidades había de encontrarse con la misma mujer que se había lanzado dos veces sobre el Señor Tamayo?».
Nunca habían creído en la pura casualidad y el accidente.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Amor inesperado