—Lo siento, el número solicitado no está disponible...
Julia cortó enfadada; sin embargo, podía escuchar a Daniel hablando con alguien desde algún lugar de la casa, entonces, se acercó a la puerta y escuchó con curiosidad.
—Hiciste bien. Ahora que llegamos a estas alturas, deberías divorciarte. ¿Ya recibiste el acta?
Julia se enfureció. «¡Este viejo tonto! Siempre trama algo malo. ¿Cómo puede odiar a Elisa? ¡Se arrepentirán! Recuerden lo que digo». Se asegurará de que cuando Elisa se vuelva a casar será el acontecimiento del año; se morirán de envidia y se arrepentirán. Ella se dio cuenta de lo que había hecho mal; no debió haberlos obligado a seguir casados durante tantos años, ya que debió haber sido una tortura para Elisa. Debió haberse rendido antes. Cuanto más pensaba en eso, más disgustada se sentía. En ese momento, intentaba decidir qué tipo de hombre sería ideal para su nieta perfecta.
—¿Acabas de firmar los papeles? ¿Qué esperas? ¡Date prisa! En cuanto estés divorciado, anunciaré que Linda te salvó y aclararé lo que pasó entre Elisa y tú.
—¿Alguna vez tuviste que preocuparte por cómo controlo las situaciones? ¿Haría esto si fuera perjudicial para la compañía?
Julia estaba sorprendida y enojada. No iba a entrar a discutir con él porque no le importaba lo que su marido pensara y, más importante aún, Gabriel ya no quería a Elisa, así que la anciana se aseguraría de que la muchacha tuviera la felicidad que se merecía. A partir de ese día, investigaría a todos los solteros cualificados para encontrarle al más adecuado.
Esa noche, Elisa durmió bastante bien. Lo había pensado mejor y decidió no quedarse en la casa, así que encontró un barrio privado cerca de su lugar de trabajo. Al día siguiente, desayunó y volvió a la cama. Los años que pasó con los Weller los vivió con mucho miedo; no tuvo ni un momento de paz, así que era la primera vez que dormía tan bien en mucho tiempo. Su teléfono sonó mientras se estiraba y enarcó una ceja al ver quién la llamaba. Era una buena amiga abogada, muy amigable y siempre dispuesta a divertirse, así que atendió y, antes de que pudiera decir una palabra, su amiga empezó a hablar.
—¡Elisa! ¡Emergencia! Ven a salvarme.
—¿Qué hiciste esta vez? —preguntó haciendo una mueca.
—¡Nada!
—¿Qué ocurrió entonces? —preguntó con curiosidad.
—¡Ese hijo de p*rra! ¡Estoy muy enfadada! Está claro que gané, ¡pero dice que hice trampa y ahora quiere mi auto!
—¡Mi salvadora! Por fin estás aquí.
Raquel Martínez llevaba un enterito, pero se veía decente y pulcra. Sus rizos rubios rojizos le llegaban un poco más abajo de las orejas, y tenía los ojos muy abiertos y brillantes mientras miraba con entusiasmo a Elisa. Por su parte, su amiga miró a su alrededor y vio una gran multitud de espectadores, además de varios corredores esperando su turno.
—Estamos en horario laboral. ¿Qué haces aquí haciendo carreras? —preguntó con el ceño fruncido.
—Hoy no tenía ningún caso en el que trabajar. Ya conoces mi compañía, estamos a punto de anunciar la quiebra en cualquier momento. Ahora mismo estoy en busca de un nuevo trabajo —respondió con una mueca luego de levantar las manos con impotencia.
Elisa llamaba la atención incluso cuando llevaba un simple pantalón vaquero y camiseta; parecía emanar confianza y nobleza incluso con solo estar allí de pie. Sus anteojos de sol le cubrían la mitad del rostro, haciéndola parecer algo misteriosa. Todas las miradas estaban puestas en ella y también llamó la atención del oponente de Raquel.
—¡Eh! ¿A ella llamaste para que te ayudara? —Se escuchó una voz burlándose.
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