Viendo que Susana estaba a punto de correr hacia la cocina, las sirvientas la pararon de inmediato:
-Señora, no es necesario.-
Les pagaban para preparar el desayuno en la Villa Marcos cada día. Ahora que Susana había hecho su trabajo, y si Pablo lo descubría, ¿mantendrían su trabajo?
—Señora, la Sra. Lucía y yo somos responsables de preparar el desayuno aquí. Puesto que eres nueva aquí y no estás familiarizada con la dieta de nuestro amo, sería estupendo que te mantuvieras fuera de aquí —dijo una de las sirvientas y no sonaba nada complacida.
-La Sra. Cala tiene razón. Señora, mejor no entres en la cocina -añadió la Sra. Lucía-. Además, a nuestro amo no le agrada este tipo de desayuno.
Mirando hacia el típico desayuno preparado por Susana, la
Sra. Cala la ridiculizó diciendo:
-Porque alguien como el Sr. Marcos siempre toma un desayuno saludable como avena con un vaso de leche. El desayuno que tú has preparado parece bastante poco saludable, ¿no te parece?
Escuchando esto, Susana se quedó sorprendida al principio, pero luego se sintió descorazonada un poco después.
Cabizbaja, dijo:
—Tienes razón.
La gente rica era más consciente de la salud y preferiría más ese tipo de desayuno.
En su escuela, aquellos alumnos que eran más adinerados en verdad no habrían escogido comer en el comedor de la escuela, y menos alguien como Pablo.
«¡Qué tonta!» pensó.
Tras recomponerse, Susana alzó la barbilla y sonrió a la
Sra. Cala:
—¡Imagino que todo esto debe ir a la basura!
Echando un vistazo al copioso desayuno de la mesa, la Sra. Lucía sintió pena de la joven señora, así que sugirió:
-Señora, si no te importa nos lo podemos comer las sirvientas mejor que desperdiciarlo. Y de nuevo, sería fantástico si no volvieses a entrar en la cocina.
Tras dudar un momento, Susana dijo:
—De acuerdo. Me voy arriba.
De modo que se giró y se fue arriba.
Sintiéndose un poco enfadada por dentro, Susana bufó al darse cuenta de que no era bienvenida o aceptada en esa casa.
Mientras tanto, en el dormitorio, su marido aún estaba durmiendo aguadamente.
Tumbada en la cama, Susana contemplaba la mandíbula cincelada del hombre. Mordiéndose el labio inferior, murmuró:
-Vosotros la gente de la ciudad estáis muy mimados. De todas las cosas, ¿por qué tenías que tomar avena para desayunar? Yo nunca la había tomado antes, así que cómo se supone que me voy a acostumbrar a ella...
Antes de casarse, su tía Gracia la había aconsejado sobre todas las cosas que debería tener en cuenta al convertirse en esposa. Lo primero de todo, una mujer debería satisfacer todos los deseos de su marido en la cama. En segundo lugar, una mujer debería satisfacer todas las apetencias culinarias de su marido. Mientras estos dos asuntos estuvieran satisfechos, su matrimonio duraría toda la vida.
Como Susana pensaba en el incidente de la noche pasaba, seguido del incidente que había ocurrido en la cocina hacía un rato, no podía evitar sentirse contrariada. Considerando que era una recién casada, en verdad no quería que su vida matrimonial fuese desgraciada.
La noche pasada, Pablo la había besado un poco, pero no siguió hasta el final, haciendo que ella se preocupara por su condición física. Al final, pensó que estaba bien si no lo hacían en la cama, porque sus habilidades culinarias serían lo bastante buenas para conseguirlo.
Sin embargo, sus habilidades culinarias habían sido rechazadas también. En ese caso, había vuelto a la casilla número uno -satisfacer sus deseos en la cama.
—¡Eh! -Apretando los labios contempló el alto puente de su nariz—. Voy a besarte si no te despiertas.
Con los ojos aún cerrados, las espesas cejas de Pablo se movieron un poco.
Admirando sus distintivas facciones de cerca, Susana pudo sentir como su corazón palpitaba.
Tumbada cerca de él, intentó besarlo. Tras varios intentos, sin embargo, decidió dejarlo al final, porque se estaba poniendo nerviosa.
«Olvídalo. ¿Quizás la tía Gracia está equivocada? ¿Quizás no hay una relación directa entre tener sexo y ser feliz en la vida de casada?» pensaba. No obstante, se sentía molesta.
Justo entonces, el teléfono sonó. Era la tía Gracia quien llamaba.
Llevándose el teléfono con ella, Susana corrió hacia el baño.
-Susana, ¿cómo ha ido? —preguntó Gracia de una manera bastante directa en el momento que descolgó.
Como la puerta del baño se quedó abierta, la conversación entre Gracia y Susana se podía escuchar desde fuera.
-Bueno... No muy bien.
-¿No muy bien? ¿No lo hicisteis?
Dedicándole una media sonrisa, dijo:
—¿Cómo lo sabes?
-La Sra. Cala me lo contó -dijo Susana inocente antes de morderse el labio inferior.
De pie no muy lejos de donde ellos estaban, la Sra. Cala se quedó helada por el pánico.
El hombre con los ojos cubiertos por un trozo de seda negra dio un sorbo a su vaso de leche:
-¿La Sra. Cala te dijo que no me gustaría?
¡Sí!
Con un cierto tono divertido, él preguntó:
-¿Por qué debería haber algo en la nevera que no me guste?
Sintiéndose un poco avergonzada, Susana contestó:
—Soy yo... No hice por averiguar cuáles eran tus preferencias, así que hice un simple y típico desayuno como el que preparo todos los días.
-¿Ah sí? -Pablo puso el vaso de leche en la mesa de cristal despacio. El peligroso sonido produjo un escalofrío en la Sra. Cala y casi se cayó de rodillas.
-Hasta ahora no sabía que no me gustarían las cosas que tú habías preparado —dijo el hombre con frialdad.
Antes de que Susana pudiera entender lo que quería decir en realidad, le quitaron el tarro de pepinillos.
Cogiendo su tenedor, Pablo pinchó un trozo de pepinillo y le dio un mordisco.
Se veía con claridad que no era algo que él hubiera probado con anterioridad. Sabía un poco ácido, dulce y especiado al mismo tiempo.
—No está mal -dijo Pablo mientras soltaba con elegancia el tenedor—. Sra. Cala, ¿he mencionado alguna vez que no me gustase este tipo de comida?
Esta mañana, esa pequeña dama se tumbaba junto a él y se quejaba de que estaba mimado. Dedujo que era porque la Sra. Cala la había hecho pasarlo mal.
Notando el tono gélido en su voz, la Sra. Cala intentó contener un temblor y se escondió detrás de la Sra. Lucía acto seguido.
-Sra. Cala, ¿no vas a decir nada? ¿Es que no encuentras necesario explicar las cosas a un ciego como yo? -añadió Pablo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Amor precipitado con un hombre frío