Heilyn había tenido que crecer como una guerrera, la vida misma la había obligado a ello. No le tenía miedo ni al trabajo, ni al sacrificio, ni a pelear por lo que quería, en especial no le tenía miedo a pelear por su hijo, pero supo que no sabía lo que era el miedo de verdad hasta que no vio aquel expresión del médico.
Su mano intentó cerrarse inconscientemente, pero enseguida sintió los dedos de Matt entrelazándose con los suyos, apretándola con un gesto de seguridad.
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Heilyn con voz ahogada—. Porque tiene algo, ¿verdad?
El médico puso frente a ellos los estudios que acababan de hacerle y negó.
—La buena noticia es que en la resonancia no aparece nada malo, no hay compresión, ni ninguna secuela aparente del accidente —les explicó el doctor Jones—. Eso quiere decir que su cerebro está perfectamente.
—¿Entonces? ¿Qué es lo que pasa? —lo increpó Matt.
—Su equilibrio, es una secuela ligera que no ha ocasionado impacto en su cerebro pero que debemos atender para que no progrese. En el examen previo me he dado cuenta de que todos sus golpes y caídas son del lado derecho —les explicó—. Voy a programar una prueba de posturografía para mañana, veré si podemos hacerle también una electronistagmografía y videonistagmografía, para ver cómo está funcionando su sistema vestibular. Cuanto antes encontremos exactamente qué debemos corregir, antes podremos comenzar su tratamiento.
Todas aquellas palabras largas y extrañas aturdían a la muchacha, pero Matt apretó su mano con un gesto de confianza.
—Está bien, entonces mañana estaremos aquí bien temprano —sentenció con seguridad y se despidieron del doctor antes de ir a buscar a Sian—. Todo estará bien, Heilyn, te lo aseguro —murmuró en el mismo instante en que se quedaron solos en el corredor—. Sian va a estar bien, ya escuchaste al doctor, su cerebro está bien, quedémonos con que es un poco torpe como su padre y lo vamos a corregir, ¿de acuerdo?
La muchacha asintió en silencio, pero su corazón no estaba del todo aliviado. Sin embargo delante de Sian todo tenía que mantenerse en secreto así que aquellas debían seguir pareciendo vacaciones.
El resto del día fue divertido y ligero, almorzaron en un pequeño restaurante en el centro y pasaron casi toda la tarde caminando y comprando juguetes para Sian. El niño jamás había visitado una juguetería en toda regla, así que su madre no tenía corazón para decirle a Matt que no le comprara juguetes bonitos.
—No te preocupes… —lo escuchó acercarse lo suficiente a su espalda como para hablar en su oído—. Me lo puedes pagar después.
Heilyn le sacó la lengua sin cortarse ni un poco y en ese mismo instante Matt se encontró mirándola mientras un solo pensamiento cruzaba su cabeza y todo, absolutamente todo tenía que ver con aquella lengua y aquella boca y…
—¡Son feos! —escucharon un gruñido y los dos miraron hacia abajo para ver a Sian, que se cruzaba de brazos y los miraba con expresión acusatoria, solo le faltaba levantar el dedito frente a su nariz y sería una copia mini de su madre.
—¿Eh? ¿Quiénes son feos, hijo? —preguntó Matt con curiosidad y un segundo después se arrepintió.
—¡Ustedes! ¡Son feos el uno con el otro! ¡Miren! —señaló con la manito al otro lado de la tienda donde una niña se tapaba la cara y sonreía al ver a sus papás besándose—. ¡No puedo sonreír así tonto como esa niña porque ustedes son feos uno con el otro!
Heilyn puso los ojos en blanco en cuanto los vio salir corriendo de la tienda, pero en el medio de Londres en invierno, la verdad era que no había ni jardines ni balcones de donde pudieran sacar ni una mísera florecita. Lo que sí no esperaba era que encargarían el mejor arreglo de rosas de una floristería, envuelta en lindo papel y con unos chocolates de plus.
—Señorita… —dijo Matt con una sonrisa cuando regresaron al hotel y aquel lindo ramo los estaba esperando ya en su habitación—. Para usted, que es la mamá más hermosa del mundo —sentenció entregándoselo y mirando a su hijo de reojo—. ¿Así está bien? —le preguntó en un susurro.
—¡No, papi, todavía! ¡La tienes que besar! —replicó el niño.
Heilyn puso los ojos en blanco ofreciendo su mejilla, y casi casi no se estremeció cuando aquel hombre dejó un beso suave sobre ella. Sin embargo cuando miraron hacia Sian, el pequeño pestañeaba lentamente, como si estuviera esperando otro desenlace.
—Ese no es un beso de papás —rezongó con frustración.
—¿Cómo que no?
—¡No tengo que cerrar los ojos! —El niño se encogió de hombros—. Papi, debes ser muy malo besando, ¿verdad?
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