Nate sentía que el corazón le retumbaba en el pecho como una bomba de relojería. Tenía muy claro qué era eso que tenía con Blair: “un negocio”; sin embargo, aquellos presentimientos que tenía hacia ella, aquella preocupación que se le disparaba en un segundo por ella, que se le hiciera un nudo en el estómago por ella... eran solo algunas de esas cosas que lo hacían sentirse frustrado consigo mismo, porque quizás era la primera vez en su vida que no lograba tener un norte definido en un negocio.
—¡¿Qué le pasó a Blair?! —Se levantó mirando a su hermano y en cuestión de segundos su madre le quitó a la bebé de las manos.
—Es que... Bueno, la llevamos a cabalgar apenas amaneció... Asher y yo...
—¡¿Y no les dije claramente a Asher y a ti que solo yo iba a enseñar a montar a Blair!? —espetó furioso—. ¡¿Por qué demonios se la llevaron sin mi permiso?! ¡¿Qué fue lo que le pasó?! ¡No me digas por Cristo que se cayó de la yegua! —jadeó asustado restregándose la cara con las manos.
—No, no... No se cayó, te lo juro... —trató de explicarle Sebastian—. Si en lo de montar le va muy bien, se le da solito, pero es que...
—¡¿Que qué, Sebastián?! ¡¿Dónde está?! ¡Escúpelo! ¡¿Qué fue lo que pasó?! —lo apremió Nate.
—Pues es que de regreso la llevamos a los establos a ver los potrillos, primero vimos los becerritos, luego los cabritos...
—¡Sebastian!
—¡Pues que se puso a llorar como una loca! —exclamó su hermano encogiéndose de hombros—. ¡Te juro que no sé lo que tiene! Creo que Asher y yo te la rompimos... jodido le zafamos un tornillo…
—¡Maldición! —gruñó Nate y salió corriendo hacia los establos mientras su hermano se quedaba gesticulando y hablando con su padre.
Obviamente, los gemelos estaban demasiado distraídos para entender qué pasaba. Simplemente, al regreso de la cabalgata habían pasado por los establos para que la muchacha viera los potrillos recién nacidos, y Blair se había encontrado con la peor escena que podía ver en aquel momento.
Así que cuando Nate llegó junto a ella, se encontró a Asher a cuatro metros de distancia mirando a todos lados como un cachorro perdido, mientras la muchacha lloraba sin consuelo delante de aquel pequeño cuartón.
—¿Blair...? —Nate se agachó junto a ella y trató de levantarla mientras la muchacha lloraba amargamente—. Blair, ¿qué te pasa? ¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?
Ella intentó limpiarse la cara sin mirarlo, pero no lo consiguió.
—Es que... es que vinimos a ver los potrillos y este... —Nate miró dentro del cuartón y se dio cuenta de que el animalito estaba solo—. ¡Su mamá se murió! Y no le han puesto otra mamá, no tiene nadie que lo cuide... —Y solo la muchacha podía entender por qué aquello la descompensaba tanto.
—¡Dios, se nota que estás en tus días para hacer bebés...! —susurró él con un suspiro de alivio—. Debes tener las hormonas por el techo.
—¡Esto no tiene nada que ver con las hormonas! —exclamó ella sobresaltándolo y lo agarró por las solapas de la chaqueta, tirando de él para acercarlo—. ¡Tienes que jurarme por tu vida que vas a cuidar mucho a mis hijos, Nate!
—Blair, habla más bajo...
—¡Que me lo jures! —gritó ella sacudiéndolo mientras toda la familia llegaba corriendo para ver aquella escena.
—¡Te lo juro, Blair, te lo juro! —respondió Nate apurado, mirando alrededor—. ¡Demonios! ¡¿Por qué no le han puesto otra yegua a este potrillo?! —vociferó furioso y Elijah levantó una mano como si supiera la respuesta.
—Bueno.. el potrillo nació hace un par de días y la yegua murió, es un pura sangre y se criará para semental, así que papá decidió no ponerle otra madre, dijo que podíamos alimentarlo nosotros y así se cría más desapegado.
El rostro de Blair, con sus lágrimas, su nariz roja y sus ojitos furiosos, se giró en cámara lenta hacia el señor Vanderwood, y Rufus se quitó el sombrero muy despacio dando un paso atrás.
—OK, todos... Retrocedan lentamente y no la miren a los ojos... —murmuró.
—¿Desapegado…? ¿!Desapegado!? —gritó Blair en su dirección—. ¿En serio? ¡¿Tanto cuesta ponerle una madre a la pobre criatura?! ¿!Usted tiene idea de lo que es crecer así de solito y sin nadie que lo cuide, que le empuje un poquito su colita para que aprenda a caminar!? ¡¿Por qué tiene que ser desapegado, no le parece que ya es bastante feo no tener mamá!?
—¡Blair, cálmate, no puedes hablarle así a...!
—¡Nate! —lo interrumpió su padre haciéndole un gesto para que bajara la voz—. Háblale bonito, retrocede despacio, no la mires a los ojos...
Él respiró profundo y pasó un brazo alrededor de Blair para estrecharla mientras su padre daba la orden de que trajeran de inmediato a otra yegua recién parida para que pusieran con ella al potrillo.
—Listo, ¿ves? Ya está... Ya va a tener quien lo cuide. —El señor Vanderwood le habló con una expresión amable.
—¡Más le vale, porque lo voy a estar vigilando! —replicó Blair poniéndose dos dedos bajo los ojos y señalando con ellos a su “suegro” repetidas veces.
—Ya, vamos, cálmate —murmuró Nate acariciando su cabello mientras la empujaba fuera de allí con suavidad y Rufus se abanicaba con el sombrero, desinflándose.
—¡Ay, Jesús, qué susto! —exclamó el viejo apoyándose en una paca de heno—. Que les sirva de lección, muchachos, ¡jamás de los jamases se discute con una mujer cuando está en modo "madre"! —les advirtió.
—¡Maldición, a mí también me suena! Pero no sé de dónde —admitió contrariado.
—Entonces es mejor que comiences por el principio, por el lugar del que salieron los camiones —le sugirió Ranger—. Pero hazlo con sutileza, acuérdate de que el seguro ya pagó por el accidente, no pueden correr rumores de que esto fue un sabotaje.
—Sí, tienes razón —respondió Nate—. Mañana mismo bien temprano me voy hacia el centro de distribución, uno de mis tíos lo dirige y es un buen hombre. Estoy seguro de que nos ayudará en todo y con discreción.
Nate agradeció mentalmente que el resto del día toda la familia siguiera en el plan de la decoración de Halloween, y al día siguiente bien temprano se fue a la central distribuidora.
Blair, por su parte, estaba buscando hacerse útil de alguna manera cuando encontró aquel cochecito entre las cajas de decoración y se le ocurrió una idea.
—Señora Adaline, ¿le molestaría que usara esto para darle un paseo a Nathalie por la hacienda? —preguntó con respeto y la mujer le sonrió con una negativa.
—¡Por supuesto que no, linda! Todo lo de esta casa es tuyo, no tienes que pedirlo. ¡Vayan, den un paseo, disfruten!
Blair limpió el cochecito y sentó a su hija en él para llevársela a dar un largo paseo por la propiedad. La mañana era preciosa y sin notarlo ya iban por los prados y la pequeña hacía muecas con cada florecita que su mamá le recogía.
Blair no se dio cuenta de cuánto se habían alejado de la casa hasta que vio los árboles y aquella cabaña al final de ellos.
"La fortaleza prohibida de Nate", recordó.
Pero para ser prohibida y tan privada, le sorprendió ver salir a Matthew de allí.
Se dio la vuelta para marcharse, pero por un momento la curiosidad fue más fuerte que ella, así que cuando él se alejó, Blair empujó el cochecito de su hija hasta la pequeña casita y empujó la puerta.
Tenía quizás unos veinte metros cuadrados, y lo mejor era que la mitad de los techos eran tragaluces de cristal, por los que se veía el cielo. En lo demás, la cabaña realmente era igual a Nate, eficiente y un poco tosca. Cama, diván, escritorio y muchos, muchos libros, tocadiscos y colecciones de vinilos.
Sin embargo, lo que Blair no sabía era que lo importante no era todo lo que había allí... sino todo lo que faltaba.
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