Volvió a casa solo. Volvió a casa ofuscado, adolorido, con un mar de sentimientos tan oscuros latiendo dentro de él, que sentía como si todo el tiempo que había tenido para sanar hubiera desaparecido. El pasado lo golpeó con fuerza, ahogándolo como siempre hacía, y como siempre hacía él, respondía a aquellos sentimientos con lo peor de sí mismo.
Casi nadie sabía por qué, y cuando eso pasaba todos se alejaban de él. Sin embargo, en aquel momento, la única persona que sí sabía por qué, lo vio regresar y regresar solo.
Matthew frunció el ceño, sabiendo perfectamente que había salido con Blair, y ver a Nate regresar de aquella forma y con aquellos nudillos ensangrentados, hizo que se lanzara del porche donde estaba sentado y corriera hacia él.
—¿Dónde está Blair? —lo increpó, haciendo que su hermano le dirigiera una mirada asesina—. ¡No me mires así que no me voy a mear en los put0s pantalones! ¿Dónde está ella, qué fue lo que pasó?
—¡A ti no te importa!
—Tienes razón, pero me importas tú. Saliste de aquí con Blair. ¿Dónde est...?
—¡Blair tiene la maldit@ costumbre de meterse en cosas que no son suyas! ¡Exactamente igual que tú! ¡Y jodidamente en el mismo lugar que tú! —le espetó Nate con rabia, y Matthew retrocedió.
Aquel asunto jamás iba a morir entre ellos, pero eso no significaba que tuvieran que involucrar o lastimar a nadie más. Precisamente por eso se habían ido todos aquellos años, para no romper a su familia. Por eso mismo, Nate se había ido a Nueva York y él se había alejado de aquella casa hacia su propio departamento y un negocio muy diferente, que no tenía nada que ver con la empresa familiar.
—¡Te hice una maldit@ pregunta, Nate! ¿Dónde la dejaste? ¿En la cabaña?... —Su hermano estaba seguro de que algo malo debía haber pasado.
—¡No te metas en esto! ¡No es tu puto problema!
—¡Ni de ella tampoco! —espetó Matthew—. ¡Esto es un problema tuyo y mío, y espero por tu bien que no lo hayas descargado con Blair!
Nate vio a su hermano salir corriendo hacia las caballerizas, y todos se apartaron de su camino mientras se dirigía al primer caballo ensillado y se subía a él de un salto.
Matthew Vanderwood era un hombre de pocas palabras, se había acostumbrado a actuar y actuar bien. Azuzó al caballo, poniéndolo a todo galope, y unos minutos después saltaba al suelo frente a aquella cabaña con el corazón desbocado, empujando la puerta.
Contuvo el aliento cuando vio el destrozo que había en aquel lugar. La cesta del picnic estaba volcada, la botella de vino se había roto, y todo se había derramado en el suelo de madera. Los discos de vinilo se empapaban con el vino, el tocadiscos estaba roto en medio de la habitación, una de las paredes de madera tenía el rastro rojo del puño de Nate... y en el diván estaba ella.
Sentada en medio de aquel caos, con la mirada perdida mientras aquellas lágrimas le corrían por el rostro.
—¿Blair...? —Matthew estaba aterrado cuando se agachó frente a ella y trató de quitarle aquel cabello del rostro, pero no se atrevió a tocarla—. Oye, ¿estás bien?
Sus ojos intentaban escrutar si tenía alguna herida, si por alguna maldit@ razón había quedado en el camino del puño de su hermano, pero a simple vista no parecía que la hubiera lastimado.
—Oye, Blair… Blair —la llamó intentando captar su atención—. Mírame, ¿estás bien? ¿Estás herida?
Blair se mordió el labio inferior para evitar que su barbilla temblara por el llanto. Había visto las fotos de aquella mujer en el cesto de la basura, probablemente las mismas que él estaba reclamando con tanta desesperación, las mismas que alguien había tirado, pero no había sido ella. Las mismas por las que quizás Nate Vanderwood era el ogro que era y tenía ese corazón donde no había espacio ni compasión para nadie más.
—No... —susurró intentando limpiarse las lágrimas a toda costa—. No, no estoy herida... —le dijo porque había heridas que simplemente no podían verse.
Sin embargo, junto a ellos estaba aquel cesto de basura lleno de fotos, y a él no le fue difícil imaginar lo que había pasado.
Blair intentó levantarse, pero se tambaleó un poco, y Matthew la sujetó por los hombros para mantenerla en equilibrio.
Se veía desarreglada, y apenas intentó sacarla de la cabaña y caminó detrás de ella cuando se dio cuenta de que llevaba la falda muy fuera de lugar. Se la bajó con un gesto brusco y nervioso y la levantó por la cintura para sentarla de lado en aquel caballo.
No dijo ni una sola palabra mientras se subía tras ella y la llevaba de regreso a la casa. Pero apenas entraron en un área concurrida de la propiedad, Blair apretó su antebrazo.
—Por favor, déjame aquí —le pidió con tono ronco, y Matthew intentó negarse.
El remordimiento le atenazó la garganta sin dejarlo respirar bien, y subió los escalones de dos en dos, empujando la puerta de su cuarto. Se metió al baño para lavarse la sangre de la cara y de las manos, y en el cesto de las cosas sucias vio la ropa que llevaba Blair ese día. Las paredes de la ducha seguían mojadas, así que ella había estado allí.
Se bañó de prisa y bajó buscándola por toda la casa, hasta que la encontró sentada en la cocina, con la vista clavada en la masa de hacer pan mientras forzaba una sonrisa para su madre.
—Blair, ¿podemos...?
—Sí, ya casi —respondió ella sin mirarlo—. Solo deja que termine de ayudar a tu madre a hacer de comer.
Nate se hundió los dedos en el cabello y se alejó de allí, sabiendo que no podía tener aquella conversación delante de nadie más, y en aquel momento todo el mundo se fijaba solo en ese labio roto que traía. No era la primera vez que entre hermanos se pasaban de pesados y se iban a los golpes, pero siempre resultaba molesto para todos.
Salió de aquella cocina sintiendo que era incapaz de respirar bien, y estuvo asfixiándose el resto del día mientras Blair se rodeaba de personas y en ningún momento la dejaban sola.
Necesitaba hablarle, necesitaba... ¡Maldición, ni siquiera sabía lo que necesitaba!, pero era obvio que las estrellas no se iban a alinear para dárselo, porque para las seis de la tarde los gemelos comenzaron a montar aquellas tiendas de campaña en el jardín y levantaron los ladrillos para la fogata.
—¡Tenemos acampada esta noche! —anunció Elijah—. ¡Todos vamos a dormir bajo las estrellas!
Y ENate ahogó un gruñido de impotencia cuando se dio cuenta de que la compañía sería imposible de evitar toda la noche.
Blair seguía siendo amable, pero nada de aquello podía borrar la forma en que, a veces, su mirada se perdía en el fuego mientras abrazaba a su hija.
Sabía que aquello era un negocio, Nate se lo repetía cada maldito segundo, entonces ¿por qué lo asfixiaba el simple hecho de saber que había roto algo definitivamente entre los dos?
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