—Puedo explicarlo —fueron sus primeras palabras de respuestas pero Matt no tenía ni idea de que serían las únicas coherentes, porque aquella admisión fue como si el autocontrol de Heilyn se esfumara por completo.
—¡No puede ser, no puede ser…! ¿Liquidaste mi deuda? ¿Liquidaste mi deuda sin decírmelo?
—¡Es que era lo correcto…! —intentó defenderse Matt.
—¡No, no lo era, no tienes ni idea! ¡No tienes ni idea, tenías que haberme… tenías que haberme consultado! ¡Saca ese dinero de mi cuenta, sácalo de inmediato!
—¡Heilyn no puedo hacer eso, cálmate! —replicó Matt—. No puedo sacar el dinero de tu cuenta, la deuda ya está pagada y está bien.
—¡Yo no te pedí que lo hicieras!
—¡Es que no tenías que hacerlo! Hiciste lo que debías hacer para conservar a Sian, para darle una madre, para darle amor, no es justo que sigas pagando una deuda tan grande y esforzándote tanto cuando es obvio que solo mereces estar tranquila y feliz, no preocupándote por esto. Sian no necesita ahora mismo que su mamá esté pensando en buscar trabajo porque tiene una deuda que pagar, necesita que su mamá esté feliz y con él mientras hace su tratamiento…
Heilyn hizo un gesto de impotencia y tomó su teléfono empujándolo hacia él.
—¡Al menos saca el dinero de más! ¡Sácalo, por favor! ¡No puedo tener esa cantidad de dinero! —exclamó ella y Matt frunció el ceño porque no comprendía para nada aquella insistencia.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que no me estás diciendo, Heilyn…? —preguntó dando un paso hacia ella y la vio retroceder.
—Nada, solo… no quiero tener todo ese dinero. Dame tu número de cuenta para regresártelo —le pidió sin dar más explicaciones porque ¿cómo iba a decirle que no era la única persona que podía ver aquella cuenta, cómo podía decirle que todavía quedaba un fantasma en su pasado al que no había tenido más remedio que acudir para poder sacar aquella enorme deuda y poder tener a Sian?
¿Cómo iba a decirle que prefería mil veces deberle dinero al banco que permitir que cualquier cosa, empezando por ese dinero, la pusiera de nuevo en la mira de aquel hombre.
—Está bien —respondió Matt—. Mañana te paso mi número de cuenta.
—Gracias —replicó ella dándose la vuelta para marcharse de allí.
Y Matt no supo por qué, pero aquello levantó cada una de sus alarmas, las más fuertes. Sin embargo la investigación sobre Heilyn había sido exhaustiva y no había nada más en la vida de la muchacha que pudiera arrojar una luz sobre aquello.
Su segundo día en aquella casa comenzó, invariablemente, con la alegría de Sian y las ojeras de la muchacha.
—¿Estás bien? —le preguntó Matt con ligereza, como si no le diera demasiada importancia.
—¿Es raro que extrañe que me patee en las noches? —respondió Heilyn con otra pregunta.
—No, estás acostumbrada a vigilarlo de cerca. ¿Cuántas veces te levantaste anoche para ir a ver que estaba bien? —la interrogó Matt poniendo en sus manos una taza de café humeante y oloroso.
—A mí no me miren, si ustedes pueden asumir la responsabilidad por un animalito, entonces yo les autorizo hasta un oso —sentenció.
Sobra decir que Matt y Sian corrieron hacia aquella tienda y para cuando salieron ya llevaban camita, comedero, bebedero, correa… de todo menos al perro, que lo llevaba Heilyn en brazos.
—Dos niños, un perro cagón y una adulta mentalmente desequilibrada… no estamos tan mal —murmuró ella dándose ánimos y poco después volvían a la casa.
Era hermoso ver a Sian jugando con su cachorrito, pero era menos hermoso que anduvieran corriendo en el patio con el frío que había.
—¡Sian, tu abrigo! —le recordó su madre por centésima vez, sin saber que aquel simple aco de sudar en medio de un húmedo invierno londinense podía tener duras consecuencias.
Matt, en cambio, supo que algo iba mal desde el mismo instante que la vio abrir la puerta de su habitación sin molestarse en tocar siquiera.
—¿Qué haces, Heilyn… qué?
—¡Sian tiene fiebre!
—¿Cómo? ¿Cómo que tiene fiebre? —se asustó Matt y bastó un momento para que corriera al cuarto de su hijo, poniendo una mano en su frente para comprobar su temperatura—. ¡Maldición!
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