BEBÉ POR ENCARGO romance Capítulo 3

Heilyn abrió los ojos una hora después de que amaneciera y apenas lo hizo supo que se había quedado dormida ¡otra vez! Lo último que quería era tener que despertar a aquel angelito que dormía a su lado, pero tenía que apresurarse a llevarlo a la escuela y volar más que correr hacia su primer trabajo del día.

—¡Hola rayito de sol! —susurró poniendo su mejor sonrisa porque a pesar de que no estaban en su mejor momento, el pequeño no tenía que enterarse de que algo iba mal.

—¡Hola mami! —lo escuchó decir con aquella sonrisa radiante antes de darle un abrazo muy apretado.

—Mami se quedó dormida, tenemos que apurarnos. ¿Nos levantamos rapidito a desayunar?

—Mmmm… —Sian bostezó estirándose—. ¿Tostadas, o podemos comer wafles?

Heilyn hizo una mueca pensativa y luego negó.

—¿Sabes qué? ¡Siempre hay tiempo para wafles!

—¡Síiiiii! —exclamó Sian porque ese era su desayuno favorito.

—Vamos, arréglate rapidito en lo que mami hace tus wafles —le pidió la muchacha y el niño se lanzó de la cama en cuestión de segundos.

Heilyn ya era una experta en desayunos ricos de emergencia así que quince minutos después tenía a Sian comiéndose unos deliciosos wafles y luego lo llevaba a la escuela que quedaba muy cerca de su casa.

—Ten un lindo día mi amor —le deseó abrazándolo y Sian se despidió de ella con un beso.

Apenas lo vio entrar a su salón, salió corriendo en dirección a la casa, porque tenía que prepararse para su primer trabajo. Tenía cuatro, intermitentes casi todos porque no había mucho oficio fijo en un pueblito tan pequeño como Conway y ella hacía hasta lo imposible por conseguir dinero para mantener bien a su hijo. Pero entre pagar las deudas y sobrevivir, cada día se le estaba haciendo más difícil.

En aquel momento en particular había un buen arribo de turistas en el pueblito, así que podía trabajar en las mañanas como guía, mostrándoles el castillo y sus alrededores. No ganaba mucho con eso pero le dejaban algunas propinas decentes.

Estaba a punto de salir de su casa cuando se topó con aquel hombre intentando pegar un aviso impreso en rojo en su puerta.

—¡Señor Jenkins, por favor! ¡Deje de ponerme avisos de desalojo, ya le dije que le voy a pagar! —le suplicó Heilyn con desesperación, porque casi cada mañana se encontraba con lo mismo.

—¡Estás atrasada con la renta, niña! —graznó el hombre.

—Más te vale, niña. Más te vale —se fue el viejo rezongando y la muchacha cerró los ojos un instante, tratando de superar aquel patético encuentro antes de correr hacia el castillo.

La primera ronda de turistas fue muy amable, y era evidente que les encantaba la arquitectura así que Heilyn tuvo que hacer acopio de todo lo que había estudiado con el castillo y para las nueve de la mañana ya estaba con dolor de cabeza. Por suerte las propinas también fueron generosas.

La segunda ronda fue menos conversadora y más activa. Venían muchos niños en ella así que lo primordial era asegurarse de que nadie se fuera a accidentar. Finalmente aquellos padres terminaron siendo mucho más espléndidos, pero para el mediodía ella ya estaba rendida.

Comió apresurada un sándwich que se había metido en uno de los enormes bolsillos de la chaqueta y enseguida se preparó para la tercera ronda. Eran personas mayores de paseo, así que prometía ser un tour tranquilo hasta que todos se dispersaron para conocer el lugar y la mirada de Heilyn recayó en aquel hombre que no se movía, que solo se había quedado mirándola.

Y bastó solo un instante para que él se acercara y la muchacha sintiera que perdía la respiración. El corazón martilleaba en su pecho con miedo, con expectación, con ansiedad.

Aquel hombre debía tener escasos treinta años, quizás fuera solo un poco mayor que ella. Era absurdamente atractivo, con aquella belleza tosca de los hombres de campo, pero por más que intentó retroceder, en el mismo momento en que él empezó a caminar hacia ella, Heilyn se dio cuenta de que no podía moverse.

—¡Tú sabes quién soy! —escuchó aquella voz profunda no pudo evitar estremecerse—. ¡Tú sabes quién soy porque ya has visto estos ojos antes!

Y era cierto. Los había visto. Los veía cada mañana porque eran exactamente los mismos ojos de su hijo Sian.

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