BEBÉ POR ENCARGO romance Capítulo 30

Aquella era una buena pregunta. ¡Demonios, era una excelente pregunta!

—¿Y estás seguro de que la res fue tuya? —preguntó Ranger.

—¿Y de quién más? Somos los únicos ganaderos en veinte millas a la redonda. No te digo que no haya otros hacendados cerca y que algunos puedan tener alguna vaca, ¡pero vamos, tendría que ser exceso de casualidad y demasiada mala suerte, y sabes que yo no creo ni en lo uno ni en lo otro! —aseguró Nate.

—Entonces hay que investigarlo. Hacer un nuevo conteo de reses, y también ir a buscar a esa que atropellaste. Hay que llegar al fondo de esto de una buena vez.

Sin embargo, y aunque los dos se pasaron esa noche en silencio, yendo y viniendo sigilosamente desde las vaquerizas hasta el despacho, contando animales y cotejándolos con los registros, parecía que ninguno se había perdido. Y para colmo, a la mañana siguiente, cuando Ranger se fue a la ciudad, se encontró con el extraño suceso de que el animal muerto de mil kilogramos había "desaparecido".

—¿Cómo que “desaparecido”? ¡Es imposible! ¡Alguien tuvo que moverlo, ese animal estaba muerto! —espetó Nate frustrado.

—Eso solo significa que tienes razón —le dijo Ranger—. Porque si era un animal ajeno a la casa, no se hubieran molestado en desaparecerlo; así que no importa que los registros sean correctos, es altamente probable que la res hubiera salido de aquí y simplemente la hubieran sustituido después.

—¡Maldición, no puedo creerlo!

—Pues deberías, porque desde el primer minuto nos dimos cuenta de que quien sea que está detrás de todo esto, es muy cercano a la familia y tiene acceso a todos ustedes.

—¡Maldición! —gritó de nuevo con impotencia—. A partir de ahora, por favor, no te separes de Blair ni de la niña. Ya no podemos confiar en ninguno de los empleados.

Nate se fue a su cuarto para dejarlo descansar, y Blair se apresuró a llegar a él cuando lo vio apoyarse en aquella pared con absoluto agotamiento.

—Espera, apóyate en mí... Eso, por este lado... ¡Auch!...

—Lo siento, lo siento. Mejor con esta mano... ¡Ay, ay!

Blair hizo un puchero, y los dos se quedaron quietos por un instante, dándose cuenta de que hasta ayudarse el uno al otro era difícil.

—Me duelen hasta los pensamientos —murmuró ella cansada y Nate asintió porque él se sentía exactamente de la misma manera.

—¿Y si hacemos terapia de recuperación? —propuso intentando que el tono no le saliera demasiado coqueto.

—¿Y esa cómo sería?

—Damos pasitos muy muy lentos, hasta que lleguemos al único lugar que nos puede componer —sugirió él.

—Pues, si crees que hay algo que nos pueda componer, yo no voy a decir que no.

Nate tomó su mano, y fueron realmente muy, muy lento hasta una enorme construcción de cristal y acero detrás de la casa principal. Blair sabía que ahí estaba la piscina techada, pero se sorprendió cuando Nate abrió una puerta que no conocía y le mostró una hermosa habitación con un jacuzzi.

—¡Y así, samas y caballeros, es como convertimos el jacuzzi de la lujuria, en el jacuzzi de la fisioterapia para viejitos! —exclamó y Blair ahogó la risa.

—¡Si serás...! —se carcajeó justo antes de quejarse—. Pero no tengo traje de baño.

—Yo tampoco, solo échale el seguro a la puerta y nos metemos así mismo, total, ninguno tiene fuerzas para hacerle nada al otro.

Blair cerró con seguro, pero al menos tuvo el buen cuidado de quitarse la bota plástica, y quitarle a Nate aquella escayola que le mantenía el hombro inmóvil.

Hicieron mil muecas para lograr meterse en el jacuzzi y se sentaron uno junto al otro, recostando la cabeza en el borde mientras los chorros de agua caliente se desataban a su alrededor. Muy pronto, la espuma los rodeaba, y la muchacha exhalaba un suspiro de alivio.

—Tienes razón, a lo mejor esto puede arreglarnos —susurró acurrucándose contra su costado.

— Recuérdame traerte aquí cuando estemos menos destruidos —murmuró él y se estremeció sintiendo el aliento suave de la muchacha contra su cuello mientras se quedaba dormida en cuestión de segundos.

—Adivino, ¿y tú eres el emperador? —se rio Ranger viendo a Nate con su peto de metal.

—¡Exacto! ¡Yo soy el padre de la princesa!

—OK, y entonces Blair, ¿qué es?

—¡Pues la dulce damisela esposa del emperador, obvio! —respondió Nate poniéndole los ojos en blanco.

—Pues fíjate que a mí no me parece que sea tan obvio —replicó Ranger señalando tras él, y a Nate casi se le desprendió la quijada cuando vio llegar a Blair con su disfraz.

—¿Qué...? ¿Cómo...? —las palabras ni siquiera le salían bien.

—¡Ejem! Cierra la boca que te va a entrar un bicho —masculló Ranger.

Y mientras Nate solo atinaba a señalarla de arriba abajo.

—Tú me dijiste que me tenía que poner una armadura, ¿no? —lo increpó Blair con una sonrisa desafiante, porque era muy consciente de que aquel no era precisamente el tipo de armadura al que Nate se había referido.

Llevaba un corsé de cuero con incrustaciones de metal sobre los hombros, que terminaba por encima de su ombligo y dejaba demasiado espacio descubierto. ¡Maldición, todo descubierto hasta la línea baja de la falda! Falda que para acabar de rematarlo, era otro pedazo de cuero deshilachado, largo a los costados y corto en medio, sobre la mitad de los muslos, con pequeñas placas de metal reluciente que se ajustaban a sus caderas. Traía en la mano un hacha enorme, y un par de botas de cuero de borde peludito completaban su atuendo.

La carcajada de Ranger no se hizo esperar, viendo la expresión consternada de su mejor amigo, y un segundo después le estaba quitando el peto y el casco de plumas. Nate estaba tan sorprendido que ni siquiera se dio cuenta de que Ranger recortaba un saco de granos, abriéndole los huecos para la cabeza y los brazos, y se lo ponía por encima amarrándoselo a la cintura.

—¡Listo, ya está! Ella es la Emperatriz y tú eres el esclavo. Ahora... ¡arrástrate a los pies de tu ama, esclavo, arrástrate!

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