Eran un lindo desastre. Cualquiera que no conociera las interioridades de aquel contrato solo podría pensar eso: que era un libro desastre. Y la verdad, al menos por aquella noche, viendo a su hija sana y salva, Blair estaba decidida a pasar el mejor momento posible y a reír tanto como pudiera.
Así que le siguió el juego a Ranger, le puso una cuerda alrededor del cuello a Nate, y se lo llevó a modo de esclavo conquistado toda la noche.
Las familias iban y venían, y los gritos de los niños eran la música de fondo, junto con los instrumentales de varias películas de terror. Finalmente, todos la estaban pasando bien, los hermanos Vanderwood se divertían asustando a todos y Elijah no soltaba aquella cámara porque le tocaba documentar el evento.
—OK, vamos a hacer unas fotos de esa ruda emperatriz, la princesa y el flojo mantenido.
—¡Muy gracioso, Elijah! —se quejó Nate.
—¡Pues es que no le cargas ni el hacha, hermano! ¿Qué quieres que te diga? —se burló Elijah, y Blair cargó a la pequeña Nathalie para las fotos.
Eran las primeras que se tomarían junto a Nate, y Blair de verdad quería que todos se vieran felices, porque tal vez aquel sería uno de los pocos recuerdos que su hija tendría de ella.
Sonrió, dándole un beso en la mejilla, y escuchó el disparador muchas veces, para luego oír la protesta de su “cuñado”.
—¡Nate, por Dios, no me canso de decirlo! ¡¿Por qué eres tan tieso, hijo?! —rezongó—. Está bien que tu mujer te domine, pero eso no significa que no deberías adorarla. ¡Un besito, un cariñito, haz algo!
Nate le sacó la lengua como si fueran niños y rodeó a Blair con sus brazos, estrechándola con suavidad.
—Vamos, ¡el beso de las fotos! ¡El beso de las fotos!
Y cuando menos lo esperaban, ya tenían a los gemelos coreando también.
—¡¡El beso de las fotos!!
Blair puso los ojos en blanco y se giró hacia Nate, levantándose en las puntas de los pies para alcanzar sus labios con un beso tierno y fugaz.
Lo sintió estremecerse por un instante y enseguida se apartó, solo para que un segundo después él volviera a besarla mientras Nathalie les tiraba de los cabellos muerta de risa.
—¡Estos besos son más decentes! ¡Puedo trabajar con esto! —suspiró Elijah como si fueran dos modelos complicados y él un fotógrafo profesional.
—¡Ahora todos a sus puestos! —anunció Sebastián a voces— ¡Que va a empezar el laberinto del terror!
Y el señor Rufus se quedó con la pequeña Nathalie mientras ellos iban a ocupar sus puestos como parte del staff de sustos.
El famoso laberinto del terror era un montón de callejones sin salida que los chicos habían construido con pacas de heno hasta alcanzar los tres metros de altura. Adentro había máquinas de humo, toda clase de decoraciones de espanto, y, por supuesto, la familia y algunos peones muy dispuestos, disfrazados para asustar a los niños que entraran.
La verdad era bastante grande, y cuando empezó el recorrido solo se podían escuchar gritos, jadeos ahogados y muchos sustos.
De cuando en cuando, Blair saltaba hacia algunos pequeños para asustarlos con su hacha y los veía correr despavoridos. A Nate le habían dado otro puesto, y él por supuesto lo había dejado completamente abandonado para no perderla de vista.
—Tienes que reconocerlo, lo estás disfrutando —dijo en un murmullo, y Blair se giró sobresaltada.
—¡Claro que lo estoy disfrutando, estoy segura de que verte en el papel de esclavo es algo que se da pocas veces en la vida...!
Unos niños pasaron corriendo y gritando, y Blair se echó hacia atrás apurada para salir de su camino, pero no pudo evitar perder el balance y Nate se lanzó a atraparla.
—¡Dios! —gritó de dolor, aunque por suerte habían caído sobre las pacas de heno.
—¿Estás bien? —preguntó Blair levantándose sobre su regazo, asustada.
—No, solo agradezco a la oscuridad que nadie me está viendo hacer este papelazo —susurró Nate, aunque bastó un segundo para que los dos se dieran cuenta de que tenerla sobre él no era algo que precisamente que le molestara.
Blair estaba cerca, tan cerca que podía sentir bajo su mano el latido acelerado de su corazón. Estaba tan cerca que podía escuchar su respiración entrecortada y oler el aroma dulce de su aliento, y notar aquella impotencia de querer hacer algo que no le estaba permitido.
Bajó la cabeza encontrando su boca, y lo escuchó gruñir con satisfacción mientras era ella la que iniciaba aquel beso, la que lo controlaba y también la que tenía el poder para terminarlo.
Nate tragó en seco cuando Blair se echó atrás, sentándose en su regazo y haciendo fuerza para llevarlo consigo, mientras él le rodeaba la cintura con las manos.
—No deberíamos hacer esto aquí —susurró con voz demasiado ronca por la excitación.
—Tienes razón, deberíamos irnos de aquí —murmuró Blair—, de aquí, de la casa y de Texas. Ya quiero irme a Nueva York... ¿Por favor?
Nate cerró los ojos y la abrazó despacio.
—Tus deseos son órdenes.
Y como si realmente lo fueran, apenas terminó la noche, él mismo se encargó de las maletas de los tres, y al día siguiente en la mañana se estaban despidiendo con amor y besos, pero con determinación.
—¡No, no es eso, es solo...!
Que no le creía a Ranger. Era solo estaba preocupada por esa vigilancia. Era solo que tenía preguntas pero no tenía a nadie a quien hacérselas.
—No es nada, Nate, no te preocupes. —Se volvió para alejarse, pero él la alcanzó por el brazo y la sostuvo, evitando que se fuera.
—Puedes hablar, puedes decírmelo...
—No tengo nada que decirte, más bien es algo que preguntar pero...
—Pero ¿qué?
La muchacha pasó saliva y miró a otro lado.
—Pero me dijiste que no me metiera donde no me llamaban. Así que mejor me quedo con la duda.
Blair intentó soltarse pero Nate tiró de ella hacia su cuerpo con suavidad y la estrechó.
—Lo lamento por eso también. ¡No debí decirlo! —susurró con remordimiento y caminó con ella hasta el sofá—. Si vamos a ser socios—compañeros, entonces tienes todo el derecho a meter tu nariz en mis cosas por el tiempo en que estemos juntos, ¿no es cierto? Así que pregunta.
La muchacha suspiró inquieta, pero finalmente despegó los labios.
—¿Por qué Ranger está vigilándome? Quiere que crea que solo me llevó a la consulta por hacerte un favor, pero entonces no se habría quedado allá afuera escondido en su auto como si su auto no fuera lo suficientemente llamativo.
Nate puso los ojos en blanco, pero no iba a evitar darle una respuesta.
—Te está vigilando porque yo se lo pedí,
—¡¿Por qué…?!
—Le pedí que las cuidara a ti y a Nathalie porque tenemos el presentimiento de que lo que pasó, todo lo que pasó desde el accidente de la caravana aquí, hasta el nuestro allá en Texas... Blair, creemos que no fueron realmente accidentes.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO