BEBÉ POR ENCARGO romance Capítulo 80

Era feliz, no había otra forma de describirlo. Nate era inmensamente feliz, porque aunque se notaba que tenía que hacer un esfuerzo para enfocarse y para hablar, estaba seguro de que Blair iría recuperándose poco a poco.

Incluso le hizo aletear el corazón la forma en que ella le torció los ojos para que se marchara a la mañana siguiente, para que fuera a darse un baño y cuidar de los niños. Sabía que estaba muriendo por verlos, pero también estaba seguro de que no poder abrazarlos con todas sus fuerzas la lastimaría mucho.

Así que durante el par de días que siguieron, continuó mostrándole fotos y contándole sobre los bebés, hasta que por fin el médico dio el visto bueno para que se la llevara a casa.

Blair se sentía todavía débil, pero los brazos de Nate alrededor de ella eran capaces de calmar cualquier sensación de angustia que pudiera sentir.

—¡Está bien, tranquila, tranquila! —susurró él, pasando los brazos detrás de su espalda y bajo sus rodillas para levantarla, y la muchacha apoyó la mejilla en su pecho y se dejó llevar mientras Nate la acomodaba en el auto.

Aquella pequeña villa que había comprado en Houston era algo completamente nuevo para Blair, pero desde el mismo momento en que atravesó las puertas y vio a su familia esperándola, supo que le encantaría aquel lugar.

Los chicos Vanderwood sabían que no debían cansarla demasiado, así que el recibimiento fue alegre y emotivo, pero breve. Y sin dudas, la parte más impactante para ella fue ver al pequeño Sian y descubrir que el hijo de Matt con Sienna no había muerto como Nate creía.

Todos aquellos recuerdos se le agolpaban en la cabeza y en el corazón, pero todos finalmente estaban volviendo a ella muy despacio.

Cuando finalmente todos se despidieron, la señora Margo anunció que haría la comida favorita de Blair; y mientras ella se afanaba y la escuchaban cantar desde el salón, Nate se armó de valor para ponerle a Brasen en los brazos a su madre.

Se quedó arrodillado frente a ella todo el tiempo mientras sostenía a la espaldita del bebé sentado en su regazo, y vio aquellas lágrimas de alegría correr por su rostro mientras le sonreía a su pequeño hijo.

—¡Estás precioso, mi amor! —exclamó haciéndole una caricia porque no tenía fuerzas para más—. ¡Estás tan grande! No puedo creer que me haya perdido tu primera sonrisa, así que tienes que darme muchas más, ¿de acuerdo? ¡Te amo, mi vida!

Y como por supuesto la otra traviesa no podía faltar, solo fue cuestión de segundos antes de que Nathalie trepara al sofá y se acomodara a un costado de su madre.

—¡Mami! —exclamó emocionada y Blair sintió que el corazón le martilleaba con fuerza en el pecho porque Nathalie ya había comenzado a hablar.

—Para que lo sepas, también dice “papi”, “abu”, “agua” y “pedito”.

—¿¡Eh!?

—¡Cómo oyes! Es la forma de avergonzar públicamente a su padre mientras me pide un perro.

Blair se rio, y no había cansancio en el mundo que le impidiera en aquel momento ser feliz y disfrutar de sus hijos. Lo único que le dolía era que no tenía fuerzas para cargarlos o jugar con ellos, pero sabía que el simple hecho de poder estar viva y verlos ya era un milagro.

Cenó poco y con ayuda, pero no pudo evitar enternecerse viendo a Nate como un pulpo repartiendo cucharadas entre ella y los niños.

Finalmente fue hora de llevarlos a descansar, y Blair vio cómo aquel hombre era un perfecto Papá Oso, poderoso y grande, durmiendo a sus dos bebés a la vez en una mecedora. Con el alboroto del día, en cinco minutos ya estaban dormidos, y luego Nate volvió a levantar a Blair en brazos para llevársela a la habitación.

—Ya sé que no te pregunté, pero esta es la habitación más cómoda de la casa, y si quieres... bueno, si quieres, puedo irme.

Blair le puso los ojos en blanco como si fuera un niño pequeño y suspiró.

—No sabía que acostumbrabas a preguntar.

—Ja ja, muy graciosa —rezongó él, pero se sentó a su lado al ver una cierta frustración en sus ojos—. ¿Estás bien, nena? ¿Te molesta algo?

La muchacha lo pensó durante un segundo, pero sabía que no tenía caso mentirle.

—Me siento un poco incómoda por no poder valerme por mí misma... —murmuró—. Me siento como una muñequita a la que manejas de un lado para otro.

—Ya lo sé. Y créeme que me estoy conteniendo para no hacerte el manejo inapropiado que quiero —le coqueteó Nate con todo el descaro del mundo y acarició su rostro, apartándole un mechón de cabello que colocó detrás de su oreja—. Oye, esto va a durar un ratito, pero no va a ser para siempre, te lo prometo. Muy pronto vas a estar corriendo detrás de los niños y persiguiéndome con una escoba en las manos cada vez que haga una estupidez.

—Y la tuvo, tuvo las fuerzas para romper los malditos documentos y dejarme hacer lo que tuviera que hacer para salvarte —replicó Nate—. Así que vinimos aquí a Houston, al mejor hospital oncológico, y desde hace meses estamos batallando para lograr recuperarte, nena. Ha sido difícil, créeme, hemos pasado por mucho mientras estabas dormida en esa cama, pero dios es bueno y tú querías quedarte, ¿recuerdas? Me dijiste que querías quedarte y aquí estás, aquí estás conmigo, ¿no es cierto? Estás aquí conmigo. —Los ojos de aquel hombre se llenaron de lágrimas y Blair abrió los brazos como pudo para que él la rodeara y le estrechara contra su pecho con fuerza.

—Estoy aquí, lo siento, estoy aquí —susurró segundos antes de que él volviera a alcanzar su boca para besarla con desesperación.

Un segundo después la veía perder el aliento y sonreía apoyando su frente en la suya.

—Esto vamos a tener que hacerlo muy despacio —le aseguró—. Pero te prometo que un día de estos te voy a besar hasta que se me olvide todo lo que he pasado para recuperarte.

La vio asentir y le dio un beso fugaz antes de ir a prepararle el baño, y para eso sí que no le pidió permiso. Cuidar de ella era una de las cosas que le aliviaban el corazón y la tensión de los últimos meses, así que meterla en aquella bañera llena de espuma y contarle anécdotas hermosas sobre sus hijos fue una de las mejores cosas en el mundo para Nate.

Finalmente, cerca de las diez, la acomodó en la cama, arropándola con un edredón, y Blair lo vio echar algunas mantas sobre el sofá del cuarto.

—¿Qué haces? —le preguntó y lo vio rascarse la nuca.

—Es que... No quiero incomodarte. A lo mejor me da por abrazarte en la madrugada y...

—Y yo voy a estar muy feliz de que me abraces —replicó Blair apartando el edredón a su lado para que él se acostara—. ¿Sabes que hay cosas que sí recuerdo del hospital? —le dijo de repente—. Aun cuando no estaba consciente, recuerdo tener siempre mucho frío. No entiendo por qué, pero siempre había mucho frío.

A Nate se le encogió el corazón al escuchar aquello y se acomodó a su espalda, abrazándola y dejando un beso suave en la curva de su cuello.

—Te prometo que no vas a tener frío nunca más, amor. Yo siempre voy a estar aquí, siempre voy a estar acurrucándote, te lo prometo.

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