Nate ni siquiera sabía cómo se sentía en aquel instante. Aquella mezcla de esperanza y desesperación se lo estaba comiendo vivo, pero ya no había alternativas, ya no había más tiempo, lo único que quedaba era pedirle a Dios que en aquellos meses el cuerpo de Blair se hubiera fortalecido lo suficiente como para trabajar por sí mismo.
El doctor lo hizo pasar a la pequeña sala, y se mantuvo a su lado todo el tiempo mientras los demás integrantes de su equipo retiraban todos los tubos y las máquinas de soporte. Cuando terminaron de retirar el apoyo del oxígeno, durante un largo minuto, todos miraron a la pantalla mientras el especialista principal veía con un nerviosismo cómo la saturación de oxígeno de la muchacha caía un poco.
—¡Vamos, vamos! —murmuró por lo bajo mientras masajeaba su pecho, y Nate no sabía si temblaba o lloraba hasta que por fin vio aquel pequeño movimiento—. ¡Lo está haciendo! —exclamó el doctor emocionado—. ¡Está respirando sola! ¡Lo está haciendo!
Aquel equipo médico en pleno hicieron gestos de victoria sin poder disimularlo; y Nate sintió que por fin volvía a respirar él también, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas.
—¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! —susurró caminando hacia la cama y acariciando la mano de Blair—. ¡Gracias por volver, nena! ¡Gracias por volver conmigo!
Y afuera de aquella salita, mientras los veía por el cristal, Sebastián ni siquiera se cortó antes de ponerse a bailar como un loquito. Sacó su celular de inmediato, dándole aquella buena noticia a la familia, porque definitivamente los Vanderwood habían pasado ya por mucho y se merecían todas las buenas noticias posibles.
—Va a tardar al menos un par de horas en despertar completamente —le aseguró el médico a Nate—. Pero vamos a estar vigilándola muy de cerca y, mientras tanto, necesito hablar con usted, por favor.
Nate asintió de inmediato y salieron por un momento para dirigirse al consultorio privado del doctor.
—Usted dirá —dijo con la misma preocupación de siempre y el médico lo invitó a sentarse.
—Necesito que entienda que todavía no estamos fuera de peligro; el tratamiento contra la leucemia debe continuar, pero más allá de eso, lo que me preocupa en este momento son las secuelas neurológicas que puede haber después de una sedación profunda.
Nate contuvo el aliento, pero asintió, porque sabía que no podían descartar los daños que hubiera podido provocar eso en su cerebro.
—Señor Vanderwood, no puedo garantizarle que la mujer que despierte sea la misma mujer de la que usted se despidió en Nueva York —explicó el galeno—. Muchas personas, tras un periodo de coma, presentan discapacidades,grandes o pequeñas. Necesitan rehabilitación con un fisioterapeuta, psicólogo o kinesiólogo, porque pueden pasar meses antes de que recuperen la masa muscular o la capacidad para caminar o, inclusive, hablar.
—Comprendo... —murmuró Nate, pero su expresión era tranquila porque estaba seguro de que no había nada que no pudiera manejar mientras ella estuviera viva.
—Después de que despierte realizaremos varios exámenes neurológicos para comprobar su mejoría. Muchos pacientes logran recuperarse por completo con la rehabilitación, y otros, por desgracia, mantienen secuelas de por vida. Solo esperemos que Blair sea parte del primer grupo.
Nate respiró profundamente, pero luego le sonrió al doctor.
—Si ella tiene una vida de aquí en adelante, entonces le aseguro que buscaremos la forma de solucionarlo, no me importa lo que tenga que hacer —aseguró.
El médico pareció quedarse más tranquilo con aquella declaración y enseguida ordenó algunos nuevos exámenes para ella.
Los minutos para Nate se hicieron infinitos a medida que le iban retirando los fármacos y esperaban a que la muchacha reaccionara.
Él tenía que estar ahí, estaba ahí, sostenía la mano de Blair ansiosamente cuando ella por fin abrió los ojos. Por supuesto que a esa hora la comitiva de doctores tenía que asaltarla, pero los ojos de la muchacha se desprendieron del brillo de la linterna médica para dirigirse al hombre que estaba de pie junto a ella.
—Hola, princesa —murmuró Nate acercándose a su rostro porque se daba cuenta de que estaba desenfocada y aturdida—. No sé si me recuerdas, pero bienvenida de vuelta. Hay mucha gente que te ama esperándote aquí.
Y sí, quizás su cerebro estaba todavía embotado y sus pensamientos eran imprecisos y oscuros, pero allá en el fondo de su conciencia sabía muy bien quién era ese hombre con aquel brillo tan especial en sus ojos.
No era capaz de despegar los labios y articular una palabra siquiera, pero aunque apenas tenía fuerza, consiguió mover un poco sus dedos para devolverle aquel apretón de manos y le sonrió justo antes de cerrar los ojos y quedarse dormida de nuevo.
—No se preocupe, es normal que esté cansada, especialmente después de estar sedada tanto tiempo —lo tranquilizó uno de los doctores—. En los días que siguen quizás logre estar despierta un par de horas, pero no más que eso. Hay que dejar que se recupere a su propio ritmo.
Nate salió de allí con el alivio reflejado en el rostro, y ni siquiera había pasado una hora todavía cuando aquella avalancha de personas se precipitó en la salita de espera.
Le dieron agua muy despacio y una pequeña pastilla que se deshizo en su boca y le ayudó con el dolor de garganta, permitiéndole hablar un poco mejor.
—¿Cuánto...? ¿Cuánto tiempo...? —preguntó con el corazón encogido, Nate tomó su mano para besarle el dorso.
—Casi seis meses, nena —le dijo porque ya no podía mentirle—. Hace casi seis meses que estás aquí, pero fue necesario...
Los ojos de Blair se llenaron de lágrimas porque tenía hasta miedo de preguntar aquello.
—¿Nuestro?... ¿Nuestro bebé, Nate? ¿Qué pasó con...?
—¡Está bien, está bien! —le sonrió él con una felicidad tan grande que el cuerpo de la muchacha se relajó de inmediato—. Tenemos un bebé grande y fuerte que se llama Brasen, y que me hace ponerme celoso todos los días porque quiere a su abuela más que a mí.
Blair esbozó una sonrisa suave; en el fondo ya lo conocía y aquellas expresiones suyas se le hacían familiares y cálidas.
—¿Nathalie?
—Los dos están bien —aseguró Nate y sacó su teléfono, mostrándole cientos de fotos desde el nacimiento de Brasen hasta ese mismo día en la mañana, mientras los dos niños jugaban con su primito.
Blair no podía evitar que las lágrimas recorrieran sus mejillas al ver lo mucho que habían crecido sus pequeños, y sobre todo al darse cuenta de que su madre había estado con ellos todo el tiempo. En general, toda la familia Vanderwood se veía en aquellas fotos, algunos incluso trasnochados y despeinados mientras ayudaban con los bebés.
—Quiero que sepas que cumplí mi palabra —murmuró Nate también con los ojos húmedos—. He hecho felices a nuestros hijos, Blair, te aseguro que esa es una promesa que he cumplido muy bien. Tenemos unos bebés felices.
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