Alexis Nickolai Kontos.
Mi mano apretaba con fuerza el cuello de Anthony, y su expresión de arrogancia comenzó a desvanecerse, reemplazada por una mirada de pánico. Su voz salió entrecortada.
—Suélteme… ¿Qué pretende? Si me hace daño lo demandaré —pronunció en tono amenazante.
Mi paciencia se estaba agotando rápidamente. Lo miré con ojos furiosos.
—Entonces voy a darte motivo para que puedas fundamentar bien tu demanda —expresé y sin dejarlo hablar un segundo más, levanté mi puño y se lo estampé en la boca, y no me detuve allí, seguí golpeándolo, golpe tras golpe.
Mi ira se desató con una violencia que había estado acumulando durante mucho tiempo. Golpeaba a Anthony sin piedad, sin darle oportunidad de defenderse o de balbucear alguna palabra.
Cada puñetazo que asestaba era una liberación de la rabia que sentía por todo el dolor que había causado a mi familia y, en particular, a Thalía.
Anthony intentó levantar los brazos para protegerse, pero era inútil. Mi furia era incontenible, y estaba dispuesto a hacerle pagar por todo lo que le había hecho a mi hija. Cada golpe era una respuesta a los momentos de angustia, a las lágrimas y sufrimiento de Thalía.
Mi secretaria miraba con horror la escena, pero no se atrevía a intervenir. Ya todos en la empresa se habían enterado de lo que le hizo Anthony a mi hija, y aunque nada podía justificar la violencia, era comprensible la magnitud de mi ira.
Finalmente, cuando mi mano estaba dolorida y Anthony estaba visiblemente malherido, lo solté. Jadeaba de agotamiento y rabia, y Anthony se arrastró hacia la puerta con dificultad, escupiendo sangre.
—Esto no ha terminado, Kontos. Me vas a pagar por esto —masculló, levantándose del suelo, tambaleándose.
Lo observé con desprecio, no me importaba lo que intentara hacer, porque para mí la seguridad y el bienestar de Thalía y de mi familia, estaban por encima de cualquier cosa y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegerlos, sin importar las consecuencias.
Ante su nueva amenaza lo levanté de nuevo por el cuello, lo llevé a la puerta de mi despacho y lo solté bruscamente en el pasillo.
Anthony se alejó sujetándose el cuello, tosiendo y jadeando. Mi secretaria estaba visiblemente nerviosa, temerosa de lo que pudiera suceder a continuación.
—Anthony Whitman, tu comportamiento ha sido inaceptable. Te di una oportunidad con mi hija, y aunque no confiaba en ti, te di el beneficio de la duda, pero mostraste tu verdadero rostro, porque ese es el problema, cuando las personas usan caretas tarde o temprano terminan cayéndoseles. Le has causado un daño irreparable a Thalía, pero juro que vas a pagar las consecuencias, esto es nada comparado con lo que tengo preparado especialmente para ti—le dije con un tono de voz frío y amenazante.
Anthony me miró con odio, mientras se limpiaba la sangre, pero al mismo tiempo dibujó en su rostro una expresión de burla.
—¿Crees que un hombre que cayó en desgracia y todavía se cree poderoso podrá hacerme algo? Tu tiempo pasó Alexis Nickolai Kontos… ahora no eres nadie, y aquí quien terminará pagando eres tú, por lo que acabas de hacerme… si te crees poderoso porque te casaste con Tarah y ella es de dinero, no creo que termine ayudándote a salvar tu patrimonio porque solo quieres venganza —dijo con una carcajada.
—No soy de los hombres que utilizan a una mujer para lograr su éxito… y si quieres reír, hazlo todo lo que quieras, pero te aseguro que muy pronto sabrás por qué dicen que quien ríe al último lo hace mejor —manifesté, deseando que pronto llegara el momento para hacerlo pagar—, estoy al tanto de tus acciones y, además de despedirte de mi empresa, voy a tomar medidas legales en tu contra. Has cruzado la línea y dañaste a una persona inocente… te presagio el fin de tu carrera, Anthony. Y en cuanto a tu vida personal, te aseguro que vas a enfrentar resultados de tus actos.
En el rostro de Anthony cruzó una sombra de duda, por un momento se quedó en silencio como si estuviera evaluando mis palabras, finalmente habló.
—Esto no se quedará aquí, conozco cuál es su talón de Aquiles… ¡¿Qué tal si reclamo a mi esposa?! Después de todo está convaleciente… legalmente sería mi obligación ¿O estoy equivocado? —inquirió con una expresión de maldad.
Coloqué mis manos en puños, mientras me acercaba de nuevo a él de manera peligrosa, retrocedió sin ocultar su expresión de miedo.
—Solo inténtalo Anthony, y te juro que tu destino estará sellado mucho antes de lo que tengo planeado… porque mis hijos son sagrados —declaré con desprecio.
Le hice un gesto a mi secretaria, para que lo acompañara.
—Ella te acompañará hasta la entrada del edificio… señora, quítele el carnet y tarjeta de acceso a las instalaciones —ordené y la secretaria asintió y luego dirigí mi vista a él—. A partir de ahora, espero que tu camino y el mío no vuelvan a cruzarse, mi abogado te contactara para que firmes el divorcio con mi hija.
Anthony salió y yo me senté en mi escritorio y respiré profundamente. No podía dejar de pensar en todo lo que estaba ocurriendo, la culpa me carcomía porque debí insistir con mi hija, no dejar que se involucrara con ese hombre y ahora esta situación era un recordatorio de que las decisiones y acciones tenían consecuencias, yo estaba sufriendo la mía, pero me aseguraría de que también Anthony enfrentara las suyas.
Y aunque ya había sacado a Anthony de la aerolínea, debía mover mis hilos para que nunca más volviera a pilotear, ni siquiera una avioneta fumigadora, yo iba a destruir su vida como él la había hecho con la de mi hija.
También debía buscar la manera de que se recuperara, de ayudarla a sanar, de que supiera lo valiosa que era.
Iba a limpiarme la herida de la mano, para luego llamar mi abogado de más confianza, este sonó. Era Tarah.
“Hola, disculpa que te moleste…” comenzó a decir y yo la interrumpí.
—No me molestas, puedes llamarme las veces que quieras eres mi esposa —declaré y al otro lado de la línea se escuchó un suspiro.
“Te llamo porque a Thalía le dio un ataque de llanto, aunque por ahora pude tranquilizarla, lo mejor será que vengas, mientras habló contigo Paul está jugando con ella, creo que él le hace bien”.
—Voy para allá. Gracias por mantenerme informado, y por estar preocupada por ella. Ya salgo de camino a casa, estaré allí en unos minutos.
“Te estaremos esperando, Thalía te necesita ahora más que nunca. Nos vemos en casa.”
Salí de mi despacho, pero antes de llegar al estacionamiento llamé a Maxwell.
—Hola, necesito que llames a quien debas y que revoquen la licencia de piloto comercial y privado de Anthony Whitman, no quiero que nunca más vuelva a pilotear en su vida.
—¿Y si… nunca más… puedo hablar… bien? La gente se burlará de mí… me despreciarán —susurró con voz entrecortada.
—No debes hacerle caso a la gente, tienes a tu papá que te adora, a Paul, que te quiere —dije mientras mi hijo asentía y a mí también me importas.
—¿Cómo puedes importarte después de lo que te hizo mi padre por mi culpa? —preguntó ella con recelo.
—Gracias a ti supe la clase de hombre que era Anthony, quizás si no me hubiese enterado del tipo de hombre que era, me habría dejado emocionalmente y en cuanto a tu padre, no te preocupes… ya me encargaré de él —declaré con firmeza, y ella me miró preocupada.
—Mi papá es bueno… y tú le gustas… no quiero que sufra.
—Entonces no hagas ninguna locura que lo vaya a destrozar, ahora cuida a este pequeño, mientras llamo para que te den una cita con el especialista, va a ayudarte mucho. Ya verás.
Asintió con tristeza.
—Muchas gracias,
Más tarde, cuando Alexis llegó a casa, me encontró sentada en el sofá con Thalía y Paul. Los tres estaban viendo una película infantil, y Thalía había logrado sonreír un poco. La mirada de alivio en el rostro de Alexis era evidente.
—Hola, cariño —dijo con cariño, inclinándose para darle un beso en la frente a Thalía.
—Hola… papá —respondió Thalía, mirando a su padre con preocupación—, ¿Qué te… pasó… en la mano? ¿Te peleaste… con él? ¿Hiciste… algo en su contra?
—No fue nada, se pudo altanero, lo despedí de la empresa y mandé a que prepararan el divorcio, necesitas volver a empezar, y que ese hombre salga de tu vida, y no te preocupes, que no me duele —Alexis le acarició la mejilla con ternura.
Paul aplaudió emocionado, como si entendiera de lo que hablábamos, pero me dije que solo era coincidencia, porque no creo que un niño de dos años pudiera entender nuestra conversación.
Busqué un botiquín de primeros auxilios para limpiar la mano de Alexis, cuando me levanté del sofá no me di cuenta que Paul tomó mi teléfono y comenzó a jugar con él, cuando llegué de regreso, de pronto lanzó un grito feliz.
—¡Papá! —exclamó y Alexis, se giró a verlo con una sonrisa en los labios.
—Paul ¿Me estás llamando papá a mí? —preguntó con incredulidad, mientras mi hijo lo miraba con el ceño fruncido.
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