Thalía Kontos.
Había pasado un día muy agradable con Zachary, paseamos a mi hermanito en el parque y luego jugamos los tres en el jardín, para finalmente terminar en el interior de la casa.
Lo veía y me parecía mentira, tenía la impresión de estar soñando, no recordaba nunca haber sido tan feliz, y mucho menos que alguien se preocupara por mí de verdad, a excepción de mi padre.
Mucha gente se quedó viéndonos, e incluso nos confundieron con una familia y yo me pregunté ¿Qué se sentiría realmente formar una? Tener un esposo que lo ame a uno y un hijo a quien proteger, sentí un profundo pesar, porque no estaba segura de que algún día lo pudiera lograr.
Zachary se levantó de donde estaba sentado y se quedó viéndome con una expresión de ternura en su rostro que me hizo estremecer y causar un sinfín de sensaciones en mi interior.
Sentía como si cientos de hormiguitas me recorrieran. Repentinamente, lo vi sacando una moneda de su ropa y extenderla hacia mí, fruncí el ceño desconcertada, porque no entendía que significado tenía todo eso, hasta que habló.
—Un dólar por tus pensamientos.
Yo negué con la cabeza y sonreí ante sus ocurrencias.
—Son solo tonterías mías… creo que no valen… ni un centavo —pronuncié y él sonrió con esa expresión que causaba cosquillas en mi interior.
—Los tuyos son los más valiosos para mí, tantos que hasta pagaría millones por ellos —señaló con voz ronca.
Yo lo miré sonrojada, porque sus palabras habían provocado que mi corazón diera un salto, pero antes de que pudiera debatirlo, ella habló.
—Eres valiosa Thalía, nunca lo olvides, solo debes creértelo.
El día pasó en un abrir y cerrar de ojos, porque cuando eres feliz, sientes que el tiempo corre más deprisa, este día había sido uno de esos raros y preciosos instantes.
Mi hermanito, Zachary, y yo, reímos y disfrutamos de juegos, nosotros, los adultos parecíamos niños, corríamos de un lado a otro persiguiéndonos, jugando a las escondidas, al punto que hicimos que mi hermanito de dos años, nos reprendiera con la mirada.
—¡Dios! ¿Cómo una criatura puede ser tan obstinada y odiosa? —dijo Zachary.
—Porque salió a mi padre… además, la madre de la criatura… también es obstinada —repliqué y Zachary, esbozó una sonrisa traviesa.
—Te puedo asegurar que eso no es de familia, yo soy un pan —dijo coqueto, lográndome arrancar una sonrisa sincera, algo que había sido un raro regalo en los últimos tiempos.
Mientras descansábamos en el césped, observé a mi hermano pequeño. Su cabello oscuro se alborotaba con el viento, mientras jugaba con un tubo, sus ojos centelleaban de emoción. Recordé cómo mi padre solía mirarme con esa misma mezcla de amor y ternura cuando era niña. Zachary se levantó de golpe y me miró con una idea brillante en los ojos.
—¡Juguemos a las adivinanzas! —exclamó, emocionado.
—Las adivinanzas, ¿En serio? —reí—. Está bien, adelante, hazme una.
Zachary frunció el ceño, concentrándose en su tarea. Luego, con una sonrisa triunfante, comenzó su adivinanza.
—Tiene hojas, pero no es un libro. Puede ser alto o bajo. Lo encuentras en el bosque. ¿Qué es?
—Esa está… muy fácil —dije, sonriente—. Es un árbol.
Zachary me aplaudió emocionado, haciéndome sonrojar, porque él hacía que cada cosa que yo lograba sintiera que era especial.
—¡Correcto! Ahora es tu turno.
—No creas que… porque me has… colocado una fácil… haré lo mismo contigo —expresé y me quedé pensativa… mientras pensaba… en una adivinanza, un par de minutos… después encontré una —, la tengo ¿Qué cosa es que cuanto más le quitas más grande es?
Zachary se rio y se quedó pensativo, con su dedo índice en la barbilla me daba la impresión de que sabía, pero se hacía el desentendido.
—El dinero no creo, el amor tampoco —trató de adivinar.
—Zachary, ya sé que… lo sabes y solo intentas distraerme… responde, no quiero que me hagas ganar… si no lo logro por mí misma —expresé y él asintió.
—Está bien, no te quería hacer sentir de esa manera… sabes que eres importante para mí, desde el mismo momento en que te vi —pronunció con sinceridad y otra vez mi rostro parecía una fresa de lo colorado.
—Aún no… me respondes —le dije y el sonrió.
—Es el hueco —yo asentí.
Después de varios juegos de adivinanzas y una serie de bromas, nos tumbamos en el césped, agotados, pero felices.
Nuestras miradas se encontraron, yo me sentí cohibida, pensando que quizás él estuviera arrepentido del beso, pero no fue así, extendió su mano hacia mí.
—Ven, te voy a preparar el desayuno más rico que has probado en tu vida —pronunció con seguridad.
Yo le di la mano, bajamos hasta la cocina, me iba a sentar en uno de los bancos, pero él me alzó como si no pesara nada y me subió a la isla, y mientras comenzaba a preparar unas tortillas con tocineta, me daba para probar.
Estaba encantada con la forma en que Zachary me trataba, con cariño y atención, además, despertando múltiples emociones en mí.
Él parecía empeñado en hacer de este otro día, un nuevo momento especial en mi vida. Llevó un trozo de tortilla a mis labios, pero este se cayó y él lo atrapó, lo que nos hizo carcajear y así nos encontró mi padre.
A mis casi veintiún años, nunca lo había visto tan molesto, y le pedía a Zachary que se alejara, pero este ignoraba por completo sus palabras.
Por eso se acercó de manera amenazante.
—¡¿Es que no entiendes?! ¡Te dije que soltaras a mi hija! Si crees que porque eres el hermano de mi esposa, te lo voy a tolerar, ¡Estás muy equivocado! —señaló con énfasis.
Yo intenté apaciguar su enojo, pero estaba demasiado molesto.
—Papá, por favor, no te pongas así… Zachary es mi amigo y… —no me dejó seguir hablando.
—¡Y un comino! Zachary, ¡Te quiero fuera de mi casa! —explotó, pero segundos después la situación pasó de claro a oscuro, cuando Tarah terminó también enojada.
—Te retractas de esas palabras, o de lo contrario, si mi hermano está fuera de esta casa, ¡Yo también! —exclamó con firmeza y vi el rostro de mi padre palidecer.
Los cuatro nos encontrábamos en una especie de impasse emocional. Mi padre, enfurecido, con los puños apretados, a punto de lanzársele encima a Zachary, este con una mezcla de sorpresa y diversión en su rostro, Tarah con la mirada desafiante y yo, paralizada por la confrontación que se desarrollaba frente a mis ojos.
—¿Acaso no ves? Tu hermano quiere jugar con mi hija, es un viejo para ella ¡Por Dios tiene treinta y cinco años de edad! Cuando mi hija nació ya él era un adolescente calenturiento, que mejor vaya y se busque una mujer contemporánea con él.
—¿Y tú? ¿Acaso olvidas que dentro de un año tendrás cuarenta años y yo veinticinco? ¿Por qué no vas y buscas una contemporánea contigo? ¡Oh mejor no! Yo me voy a buscar uno contemporáneo conmigo —pronunció mientras comenzaba a caminar hacia la salida.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: CASADA CON EL SUEGRO DE MI EX. ATERRIZAJE EN EL CORAZÓN