CASADA CON EL SUEGRO DE MI EX. ATERRIZAJE EN EL CORAZÓN romance Capítulo 54

Alexis Kontos

Mi corazón dio un vuelco de sorpresa y alegría al escuchar la noticia. Miré a Tarah con amor y asombro.

—Estás embarazada, cariño. —Le dije con voz entrecortada, mis ojos llenos de lágrimas de felicidad.

Tarah sonrió débilmente y asintió.

—Parece que sí, Alexis, estamos esperando un bebé.

Mis emociones se desbordaron, y la abracé con ternura. Sabía que este era un momento especial y que estábamos a punto de comenzar una nueva etapa en nuestras vidas.

—Voy a cuidarte y cuidar de nuestro bebé, Tarah —le aseguré.

En ese momento el médico salió del consultorio y nos quedamos solos, ambos pensando en la noticia. Sin embargo, segundos después algo estaba rondando en mi cabeza, y es que quería obligar a Tarah a confesar que la pelirroja y ella eran la misma persona, así que de pronto me puse serio.

—¿Cuántas semanas de embarazo tienes? —comencé a decir—, porque ahora me estoy recordando de las fotografías donde aparecías con un extraño y de tu chupón en el pecho. ¿Me vas a confesar la verdad?

Pensé que mi esposa terminaría confesando que ella era la pelirroja, pero de pronto en su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa y supe que estaba tramando algo.

—Bueno, entonces esperaremos a ver si se parece a ti, o si no, debo buscar a su verdadero padre… con el hombre que estuve… la verdad es que como me montaste los cuernos a mí con tu pelirroja estamos a la par… y es verdad yo te los monté con mi… semental, ese hombre es… maravilloso en todo, nadie hace el amor como él, bueno seguro ya lo sabes, si llegaste a ver los vídeos —mientras hablaba apretó sus labios con una expresión provocativa—, tú eres de la media, no como ese hombre él está bien proporcionado y con un equipote.

La respuesta de Tarah me tomó por sorpresa, y mis ojos se abrieron de par en par mientras procesaba sus palabras. Ella estaba bromeando, y una risa nerviosa escapó de mis labios, me di cuenta de que estaba en la misma onda que yo.

—¡Tarah Kontos! No seas mala, ¡¿Cómo me vas a decir eso? ¿Acaso sabes la identidad de tu semental? —Ella se rio también y asintió.

—No sé, no le vi la cara… mejor así, con eso puedo ponerle la tuya —y así me hago la idea de que solo ha habido un hombre en mi vida y eres tú —dijo con una expresión de burla.

—Ah, no mientas que también estuviste con tu difunto marido —respondí con una mueca de disgusto, porque Paulo era un tema delicado entre los dos.

—Pues, no estuve con él —expresó.

Por varios segundos no entendí sus palabras, cuando lo hice la miré con escepticismo.

—¿Me estás diciendo que no tuviste intimidad con Paul? ¡No lo creo! —ella asintió.

La mirada de Tarah se llenó de confusión antes de terminar sonriendo.

—¡Cómo te gusta el chisme! —exclamó entre risas—. Aunque te voy a responder. Si intimidad para ti… se trata de momentos que compartimos entre los dos, donde hablábamos y nos dedicábamos al otro, por supuesto que sí… después de todo estábamos casados, pero si te refieres a tener intimidad en el plano sexual. Nunca lo hicimos.

La miré con incredulidad, sin poder comprender ¿Cómo había ocurrido eso?

—¿En serio? ¿Por qué no lo hicieron? ¿Si se supone que lo amabas? —interrogué desconcertado.

—Él murió de cáncer de pulmón, cuando lo conocí lo tenía muy avanzado, tenía sesiones de quimioterapia y radioterapia, como estaba embarazada de Paul, no pudimos tener relaciones sexuales, porque eso podía afectar a mi pequeño. Después cuando tuve al bebé, ya mi esposo estaba muy débil, hacer algo podría tener graves repercusiones en su salud, y no nos queríamos arriesgar.

Las palabras de Tarah me conmovieron profundamente. No había imaginado la tristeza y la dificultad que había enfrentado con su difunto marido.

—Lo siento mucho, Tarah. No tenía idea de lo que pasaste con Paul. Debe haber sido increíblemente difícil para ti.

Ella asintió con una expresión melancólica en su rostro.

—Fue un momento muy doloroso en mi vida, al principio todo entre nosotros empezó como un trato, no sé ni en qué momento me terminé enamorando de él, quizás porque era el hombre más bueno que conocí en mi vida… aceptó a mi hijo como si fuera suyo y lo esperó con mucha ilusión, nunca me hizo sentir que no era suyo. Cuando se fue creí que una parte de mí se iba con él, pero lo superé. Y luego me reencontré contigo, aunque solo quería vengarme, terminamos haciendo un matrimonio de verdad. Pese a no querer, terminaste devolviéndome la alegría y el amor.

Tomé su mano y la entrelacé con la mía, mientras nuestras miradas se encontraban.

—¿No tienes nada más que decirme? Ya que estamos en una de confesión —le dije y ella me miró con una expresión de inocencia.

—No, ¿Qué tendría que decirte?

Eso no pasó desapercibido para Tarah, apenas las vio, una chispa de enojo se dibujó en su rostro y yo me llevé la mano a la cabeza, frustrado, porque no quería una nueva pelea con mi esposa y menos en una que nada tenía que ver conmigo.

Tarah tomó a nuestro hijo en brazos con un gesto decidido y se volvió hacia las mujeres que me miraban descaradamente. Sus ojos destellaron con determinación mientras hablaba con firmeza.

—Espero que ustedes dos sepan cuál es su lugar y que se comporten apropiadamente. Las dos mujeres a las que están sustituyendo fueron despedidas por intentar coquetear con mi esposo, no sin antes raparles la cabeza y hacerle una cicatriz en el rostro desde el ojo hasta la barbilla.

Ante la mentira de mi esposa, las mujeres abrieron los ojos de par en par, mientras yo trataba de contener la risa, enseguida se disculparon y salieron corriendo con el rostro pálido, entretanto, Tarah me tomó de la mano y casi me arrastró a la habitación, apenas entramos, me señaló con el índice.

—Más te vale que ellas ni siquiera te vean… porque te voy a sacar los ojos Alexis Kontos —dijo apretando la boca en un gesto de molestia, mientras me miraba con rabia.

Esta vez fue el turno mío de sorprenderme.

—¿Por qué? ¿Qué tengo que ver yo con que ellas me miren? —inquirí mortificado.

—¡Todo! Porque tu tarea es que nadie te esté mirando como si fueras un bistec de barbacoa —expresó con un gruñido y yo negué con la cabeza.

—¿Y cómo hago eso?

—Fácil, no te rías, ni des pie a entablar conversación con ellas ¿Estamos? —asentí, y caminé al vestier.

Cuando estaba cambiándome de ropa, de pronto de uno de los estantes se cayó una bolsa, fruncí el ceño desconcertado y cuando lo abrí allí estaba la peluca de la pelirroja.

—Así que aquí está la peluca de mi esposa.

Sin pérdida de tiempo, la tomé en mis manos y salí a la habitación donde la extendí hacia ella ante su mirada pálida.

—Esposa ¿Te parece suficiente esta prueba o busco otra más? —pregunté con una expresión de ya te descubrí.

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