Alexis Kontos
Los días fueron pasando, se convirtieron en semanas, las cosas habían ido mejorando, sin embargo, no podía evitar esa sensación de inquietud que me acompañaba. Thalía se había adaptado bastante bien a su nueva rutina, y parecía estar más relajada en nuestra casa. Sin embargo, había algo que me hacía no confiarme del todo.
No podía evitar la impresión de que Anthony aún acechaba en las sombras, esperando el momento adecuado para atacar. Sabía que no se daría por vencido tan fácilmente, y aunque lo tenía vigilado, tenía esa sensación de peligro que no me abandonaba.
Le hice saber a Zachary mis sospechas, y me dijo que se encargaría de reforzar la seguridad de Thalía sobre todo porque ahora ella estaba yendo a la escuela de arte.
En ese momento estaba en el bufete de mi amigo Maxwell, conversando con él, le estaba haciendo saber mi sospecha.
—Max, me preocupa mi hija, no he podido dormir bien, siento que está en peligro y aunque estoy tomando todas las acciones necesarias, no puedo tranquilizarme, es una angustia que me oprime el pecho, un peso del que no puedo liberarme —.
Susurré mientras mi amigo me observaba.
—¿Piensas que Anthony puede estar intentando hacerle daño? —preguntó mi amigo y yo asentí con un suspiro.
—Conociéndolo como ahora lo conozco, es bastante probable —expresé sin poder contener mi angustia.
—Si quiere, podemos pedir una orden de alejamiento —sugirió Max—, de esa manera por lo menos lo pensará dos veces antes de acercársele.
—Me parece buena idea, sabes que no puedo estar tranquilo si la veo en peligro. Del resto soy completamente feliz, cada día me enamoro más de la arpía que tengo en casa —dije con una sonrisa y mi amigo, me miró como si me hubiesen salido dos cabezas.
—Carajos Alexis, que es esa manera de decirle a tu esposa, si te llega a escuchar, ten por seguro que te echa de la habitación por un mes —protestó mi amigo.
—Es cierto, aunque no se lo oculto, se lo digo en la cara, y no sabes el alboroto que eso ha provocado entre nosotros, pero a mí me gusta la vida así, llena de adrenalina y emoción —pronuncié encogiéndome de hombros.
—¡Por Dios! Eso es ser masoquista, yo jamás me fijaría en una mujer con la que siempre esté llevándome como perro y gato, me encanta una mujer sumisa que diga amén a todo lo que yo diga —sentenció con firmeza mientras yo me carcajeaba.
—Mejor búscate una muñeca inflable para que ni hable —me burlé—, yo tengo la sangre caliente como todos los griegos y necesito el drama en mi vida… y estoy seguro de que si a ti se te presenta una así, será lo mejor que te pase en la vida.
Maxwell sonrió y negó con la cabeza.
—Es verdad, a ti siempre te ha gustado vivir todo con intensidad, supongo que eso es lo que te atrae de Tarah, ustedes se parecen mucho y están hechos el uno para el otro.
Asentí, pensando en mi mujer y en la pasión que compartíamos.
—Así es, Max. Aunque nuestras discusiones a veces pueden ser intensas, también hay una pasión desbordante en nuestra relación, que nunca había experimentado, sin embargo, me preocupa mucho que ella aún no me haya dicho que me ama.
Maxwell levantó las cejas con curiosidad.
—¿Nunca te lo ha dicho?
—Nunca, no sé si es porque no siente nada por mí —expresé en tono pensativo.
—No seas tonto, esa mujer te adora, no sé por qué no te lo ha dicho. Aún, pero estoy seguro de que Tarah te ama. La forma en que te mira, la pasión con la que discuten, incluso las diferencias que tienen, son prueba de su amor. Tal vez solo necesita un poco más de tiempo para expresarlo, no todos tenemos la capacidad de expresarnos.
Asentí, aunque mi preocupación seguía latente.
—Tienes razón, Max. Quizás solo necesita un poco más de tiempo para sentirse segura en expresar sus sentimientos.
Mientras continuábamos nuestra conversación, se abrió la puerta de golpe de par en par y una rubia apareció en la puerta con los ojos chispeantes de la rabia.
—¿Quién es Maxwell Crane?
Maxwell y yo nos quedamos boquiabiertos ante la entrada repentina de la mujer rubia. La Miramos con sorpresa, tratando de entender quién era y por qué estaba tan furiosa.
Maxwell fue el primero en reaccionar, levantándose de su silla y acercándose a la mujer con cortesía.
—Si tienes pruebas ¡Preséntalas! No tengo nada que temer —pronunció Max, mientras ella lo miraba con odio, para segundos después salir golpeando la puerta con fuerza de la misma manera como había entrado.
La puerta se cerró tras la salida furiosa de Emma, y el silencio llenó la habitación. Maxwell y yo intercambiamos miradas de preocupación. La acusación de manipulación en la venta de acciones y el intento de suicidio de Ilan Leyton habían elevado la tensión en la sala, hasta que él habló.
—Esa mujer está loca, yo no hice nada ilegal, no tengo la culpa que su padre no haya tenido la capacidad de controlar la ola de rumores, yo no lo obligué a vender, yo ofrecí un monto, cada quien es libre de pagar y vender sus bienes como crea más conveniente —espetó mi amigo, pero me di cuenta de que esa acusación le había afectado, más de lo que quisiera admitir.
—No te preocupes, yo vi cómo negociaste, no hiciste nada ilegal —traté de tranquilizarlo.
—Esto es realmente complicado, Alexis. No puedo creer que alguien crea que actué suciamente —Maxwell se pasó una mano por el cabello, visiblemente agobiado.
Asentí con preocupación.
—Es un problema serio, Max. Pero tengo mis sospechas —pronuncié pensativo.
—¿Qué piensas sobre lo que acaba de suceder? —interrogó mi amigo mientras yo me quedaba pensativo.
—Creo que el señor Ilan, pudo haberse intentado quitar la vida por otra causa… o quizás no se trató de un intento de suicidio, sino que alguien lo hizo, y está intentando hacerte ver como responsable, para eximirse o eximir al verdadero involucrado —declaré pensativo.
—Entonces ¿Qué sugieres? —preguntó Maxwell sin ocultar su ansiedad.
—Debemos encontrar un investigador para que averigüe a fondo la verdad, y así estar preparados, porque tengo la plena seguridad de que alguien está intentando conspirar en contra tuya, puede que también mía —señalé con convicción.
—Creo que tienes razón y creo saber quién es el sospechoso —enunció Max.
—¿Quién crees que esté detrás de todo esto? —pregunté aunque ya tenía mis sospechas.
—Anthony Whitman.
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