CASADA CON EL SUEGRO DE MI EX. ATERRIZAJE EN EL CORAZÓN romance Capítulo 62

Thalía Kontos

—No voy a preguntarle nada… porque yo no creeré nada que venga de ti… no voy a darte la satisfacción… y a él la tristeza de no creer en su palabra. Eso no funcionará conmigo. Y ahora te pido que me sueltes, porque si no lo haces, voy a empezar a gritar y no creo que eso te guste —amenacé.

Se quedó viéndome con una expresión seria, pero cuando vio la determinación en mi mirada, se dio cuenta que no estaba jugando, si no que hablaba en serio y finalmente me soltó.

Sin embargo, y a pesar de haberle dicho que no me importaba, las palabras de Anthony habían causado mellas en mi interior, una profunda tristeza en mi corazón y cientos de preguntas en mi mente, me sentía confundida y preocupada ¿Podría ser verdad lo que decía? ¿Zachary realmente tenía segundas intenciones al estar conmigo? Me mordí el labio, sin saber qué hacer.

Anthony se alejó con una sonrisa de satisfacción, porque a pesar de todo había sembrado la semilla de la duda en mi mente. Me quedé mirando su figura alejándose y luego entré a clases, con el corazón lleno de incertidumbre.

Durante toda la presentación en el instituto, mi mente estaba divagando, incapaz de concentrarme en el tema que tenía que exponer, solo pensaba si Anthony tenía razón, y si el interés de Zachary en mí no era sincero.

Después de mi presentación, me despedí y caminé a la entrada, Zachary no tardó mucho en llegar por mí, apenas subí al auto, se acercó con una sonrisa y me dio un profundo y ardiente beso en la boca que encendió el fuego en mí.

Yo sonreí, sin poder contener los latidos acelerados de mi corazón, lo miré fijamente, buscando algún indicio de mentira en su expresión, pero no la vi, por el contrario pude percibir su amor por mí.

Entretanto, él entrecerró los ojos fijando su mirada en mí

—¿Te ocurre algo amor? —me preguntó preocupado.

Lo miré por un momento y negué con la cabeza.

—No mi amor… estoy bien… feliz de volver a verte —pronuncié dejando a un lado mis inquietudes.

Zachary me miró con ternura, y luego tomó mis manos.

—Vamos a comer juntos, quiero llevarte a comer la pizza más rica de la ciudad —yo asentí, y de inmediato arrancó el auto y condujo a la pizzería.

Minutos después llegamos a la pizzería, escogimos una pizza con champiñones, pepperoni, anchoas, sin embargo, cuando el mesonero la llevó a la mesa, sentí que el estómago se me revolvió.

Me levanté abruptamente de la mesa y corrí hacia el baño, sintiéndome mareada y nerviosa. Zachary me siguió preocupado, llamando mi nombre mientras intentaba alcanzarme.

Al entrar al baño, apenas llegué a uno de los inodoros antes de vomitar. Zachary se acercó y me sujetó el cabello con delicadeza, sosteniéndome mientras yo me inclinaba. No pude evitar sentirme débil y avergonzada.

Después de un rato, cuando las náuseas disminuyeron, Zachary me ayudó a lavarme la cara y me dio un poco de agua para beber. Mi estómago seguía revuelto, pero me sentía un poco mejor.

—¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve a casa? —me preguntó Zachary, mostrando la preocupación en sus ojos.

Asentí con debilidad, sintiéndome avergonzada por el episodio.

—Lamento mucho lo ocurrido… creo que quizás sea una indigestión —expresé sintiéndome fatal.

—No te preocupes, te llevo a casa.

Zachary pagó la cuenta y me ayudó a salir de la pizzería. Caminamos juntos hacia el auto, y una vez dentro, me recosté en el asiento, cerrando los ojos mientras intentaba controlar las intensas náuseas.

—Señorita Leyton, ya he hablado con su tía, y le voy a repetir a usted lo que le dije a ella. Los análisis realizados a su padre, demuestran que las posibilidades de que salgan de su estado son nulas. Mantenerlo así solo traerá agotamiento, cansancio, debe tener claro que él no va a volver a estar consciente, no va a reaccionar porque tiene muerte cerebral. Le sugiero desconectarlo.

Las palabras del médico me cayeron como un golpe brutal. No podía creer lo que estaba escuchando. Mi padre, el hombre que siempre había estado allí para mí, estaba en estado de muerte cerebral. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, y mi corazón se hundió en una tristeza insondable.

—¡No puede ser verdad! Él debe salvarse —sollozaba de manera desconsolada—. No puede estar tan mal. ¡Tiene que haber algo que podamos hacer! —exclamé, mirando desesperadamente al médico en busca de una respuesta diferente.

El médico bajó la mirada, su expresión compasiva.

—Lamento decir que no hay nada más que podamos hacer. Los análisis son concluyentes. Su padre ya no tiene actividad cerebral. Lo siento mucho.

Me aferré a la mano de mi padre con fuerza, incapaz de aceptar la realidad de la situación. La idea de desconectarlo era aterradora y devastadora, no podía parar de llorar, estaba por completo devastada por la noticia.

El médico salió, dándome un momento de privacidad para que pudiéramos procesar la situación. Me senté en la silla junto a la cama de mi padre, sin soltar su mano. La habitación estaba llena de máquinas zumbantes, pero el único sonido que importaba era el latido de mi propio corazón roto.

—Papá, por favor, despierta —susurré con la voz quebrada—. No puedo perderte. No sé cómo enfrentar la vida sin ti.

Mi padre se encontraba en un estado irreversible, y la decisión de desconectarlo era una de las más difíciles que jamás habría imaginado tener que tomar.

La lucha interna entre aferrarme a la esperanza y aceptar la realidad era abrumadora. Sabía que debía hablar con el médico, y finalmente tomar una decisión sobre el destino de mi padre, pero yo simplemente no podía, porque en el fondo de mi corazón y de mi alma, solo añoraba un milagro ¿Será que podía ocurrir un milagro?

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