Emma Leyton
No podía evitar estar nerviosa, luego de aceptar la propuesta de Maxwell de ir a su casa, así que subí a su auto con un poco de recelo.
—¿Me puedes llevar a mi apartamento para buscar algo de ropa y las cosas que voy a necesitar para pasar los días en tu casa? —le pregunté y él negó de manera enérgica.
—Lo siento, pero eso no me parece una buena idea, lo más probable que ese hombre al no encontrarte haya avisado a su jefe, y muy probablemente te estén buscando en tu casa o en la clínica, así que no es conveniente que te acerques por allí—, señaló serio y yo lo miré sorprendido.
—¡¿Me estás diciendo que ni siquiera podré ir al hospital a ver a mi padre?! —interrogué con incredulidad.
—Es por tu bien —respondió con firmeza.
—Pero necesitaba ir a darle la respuesta al médico, sobre la desconexión de mi padre —refuté su decisión, pero él negó de manera enérgica.
—Quizás esto sea una señal para que le des tiempo a tu padre de recuperarse, tú no sabes si logra despertar —señaló y yo me quedé en silencio por un rato y finalmente acepté.
—Bueno, debo ir a comprar lo necesario, y tengo que ir a la oficina de mi padre, porque debo seguir investigando sobre las acciones… —no pude continuar hablando.
—Emma, no vas a hacer eso hasta que yo pueda acompañarte, es peligroso —respondió.
Me quedé seria y de pronto lo miré fijamente y con curiosidad.
—¿Por qué me estás ayudando? —interrogué—, si no me soportas.
—No es que no te soporte, sino que me molesta tu actitud, pero del resto no tengo nada en contra tuyo y si te estoy ayudando es porque la persona que te quiere hacer daño es la misma con quien tengo problemas, y creo mucho en la frase, el enemigo de mi enemigo, es mi amigo.
Después de su palabra el silencio se instaló entre nosotros, llegamos a su edificio y luego de estacionar subimos en el ascensor, yo estaba nerviosa, sentía que mis manos me sudaban, el espacio me parecía demasiado reducido para los dos, el corazón me palpitó con fuerza en el pecho, la tensión se podía cortar con un cuchillo.
Maxwell miró el indicador del ascensor mientras el silencio se intensificaba. Noté la tensión en sus hombros, como si estuviera llevando el peso del mundo sobre ellos. La puerta se abrió finalmente, y salimos en el pasillo de su lujoso apartamento.
—Ponte cómoda, imagínate que es tu casa, sígueme para mostrarte tu habitación.
Lo seguí por un largo pasillo, hasta que se detuvo frente a una habitación, al entrar era amplia, decorada en degradados grises y una gran cama en el centro, aunque había visto lujos en mi vida, lo que veía en ese momento era de otro nivel.
—Si me necesitas estaré a un llamado de distancia, por si si necesitas algo —dijo con aparente indiferencia.
Asentí con agradecimiento, aunque la idea de estar en su hogar no dejaba de inquietarme. Me condujo a un vestier donde había un guardarropa con prendas de mujer.
—Espero que encuentres algo que te sirva. Si necesitas más, te acompaño de compras, más tarde —ofreció, mostrando una pequeña sonrisa.
Yo hice un gesto de molestia en mi rostro, no podía creer el descaro de ese hombre ¿Acaso pretendía que yo me pusiera la ropa de su amante?, pensé indignada.
—Lo siento, pero no estoy interesada en ponerme ropa que no tengo idea a quien carajos pertenece —declaré en un gruñido, mientras él se sonreía de manera divertida.
—Ah no, por eso no te preocupes, esta ropa es nueva de etiqueta, mira aquí, tomó una de un perchero y se la pasó, nadie la ha usado, estás son las tallas XS, S y M, si tu talla es más grande no creo que te sirva, y en cuanto a quien pertenece, es de quien se las ponga —lo miré con escepticismo y él aclaró—, las compré porque me visitan muchas mujeres y pasan la noche aquí, y a veces es un problema que no tenga que ponerse.
Sus palabras, en vez de calmarme, me hicieron alterarme más.
—No podía esperar menos de un promiscuo como tú —protesté.
—Querida, yo puedo hacer y deshacer, no tengo ni me interesa tener un compromiso con nadie, y porque tú seas una mujer tan aburrida, no significa que yo deba imitarte a ti —respondió con tono de fastidio.
Antes de poder responderle, su celular repicó, lo vi apartarse y contestar la llamada, segundos después cortó y se acercó a mí.
—Ya estás instalada, siéntete como en tu casa, voy a mandar unos hombres para que te cuiden desde el exterior y haré lo mismo con tu padre, Alexis me necesita y voy a prestarle auxilio. Te agradezco, no salgas de aquí, porque no es conveniente para ti.
Lo vi marchar, pero no me dio ninguna explicación, mientras yo me quedaba tratando de adivinar el motivo de su salida intempestiva.
Maxwell Crane
Después recibir la noticia del secuestro de mi sobrina y Zachary, mi preocupación iba en aumento, de inmediato llamé primero a Gregory y luego al jefe de seguridad de Alexis.
Le había dicho numerosas veces a Alexis, que debía mantener guardaespaldas para ellos, esa era la mejor forma de resguardarse, pero a él no le gustaba, decía que él solo se bastaba para protegerse, ahora solo esperaba que tuviera razón.
—¡No papá! Zachary tiene que estar bien… no puedo perderlo, no puedo... —Thalía comenzó a sollozar mientras examinaba la herida de Zachary.
Los hombres de seguridad junto con Max por fin lograron superar a los secuestradores, asegurando el área mientras llamaban a la policía y a la ambulancia. La situación estaba fuera de control, pero mi prioridad era la seguridad de Thalía y Zachary.
—Necesitamos ayuda médica urgente para Zachary —anuncié a los hombres de seguridad, y uno de ellos rápidamente llamó a la ambulancia.
La sirena de la policía se acercaba, y pronto llegaron varios autos patrulla al lugar. Los agentes se desplegaron, asegurando a los secuestradores y recopilando información sobre lo sucedido.
La ambulancia llegó finalmente, y los paramédicos se apresuraron a atender a Zachary. Thalía, aun temblando, se mantenía cerca, aferrándose a la esperanza de que Zachary se recuperara.
—Vamos a llevarlo al hospital. ¿Puedes acompañarnos, señor Kontos? —preguntó uno de los paramédicos.
—Sí, por supuesto, iré con ellos. Asegúrense de que mi hija esté bien —respondí, preocupado pero agradecido por la llegada de ayuda médica.
Mientras cargaban a Zachary en la ambulancia, Thalía y yo subimos también. La angustia y la incertidumbre pesaban en el ambiente. Ella no dejaba de mirar a Zachary con preocupación, y yo le sostenía la mano intentando brindarle algo de consuelo.
—Papá, ¿va a estar bien, verdad? Él resultó herido por mí, no puedo perderlo. —dijo Thalía con los ojos llenos de lágrimas.
—Vamos a hacer todo lo posible para que esté bien, Thalía. Los médicos harán su trabajo, y estaremos allí para apoyarlo. Ten fe, cariño —intenté reconfortarla, atrayéndola a mi cuerpo para abrazarla, mientras la ambulancia se ponía en marcha.
De pronto un paramédico, se quedó viéndome.
—Señor, usted también está herido.
Yo negué con la cabeza.
—No, esa es la sangre de Zachary —respondí, sin embargo, cuando bajé la vista la sangre estaba brotando de mi hombro izquierdo, y mi hija abrió los ojos de par en par, asustada.
—Atiendan también a mi padre ¡Está herido! —exclamó Thalía angustiada.
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