Tarah O'Kelly
—Sabía que eras un miserable falta de testículos, pero no sabía que tan bajo eras… antes de estar contigo nunca había estado con otro hombre…
Me quedé callada por varios segundos tratando de controlar mi creciente ira, porque juro que si seguía allí iba a terminar haciéndole exodoncia en sus perfectos dientes, porque ganas de sacárselos uno a uno no me faltaban.
Sin embargo, me di cuenta que no tenía sentido seguir tratando de razonar con este hombre, él había sacado conclusiones y tomado su decisión.
—Sabías que solo querías dinero, ¿Es eso lo que busca? ¿Convertirte en la mantenida de un millonario? —inquirió con una expresión divertida.
Aunque era un hombre extremadamente hermoso, con uno de los mejores físicos que había visto en mi vida, su actitud lo hacía un ser insensible, cruel y sin corazón.
No valía la pena seguir discutiendo, lo miré con desdén mientras me acercaba a él, lentamente y en un susurro le hablé.
—¿Crees que necesito de tus millones para vivir? ¿Ves estas manos? ¿Estas piernas? —le dije agarrándomelas—. Con eso me basta, si vine a decírtelo es por el sentido de responsabilidad con mi hijo, porque no me habría sentido bien cuando me preguntara a futuro por su padre, y hubiese tenido que mentirle, solo por no haberle permitido que supieras de su existencia. Ahora lo sabes, es tu decisión creer o no —señalé con seriedad, sin apartar la vista de él.
Por un momento vi un atisbo de duda en su mirada, pero fueron solo unos segundos, porque luego volvió a tener esa expresión dura.
—¿Estás tratando de convencerme de que esperas un hijo mío? —preguntó, sus ojos entrecerrados en escepticismo, solo lo miré—, pues permíteme explicarme las razones por las cuales estoy tan seguro que ese hijo y tu actuación de mártir no son más que mentiras. Sufrí hace unos meses de papera, lo que me causó una orquitis, se me inflamaron los testículos y me produjo infertilidad, por esa razón tu hijo no puede ser mío… así que ve y busca al verdadero padre, y dale
la noticia, porque a mí no vas a embaucarme.
Hubo un momento de silencio tenso en el que ninguno dijo nada. La atmósfera entre nosotras era incómoda, y yo me pregunté si había tomado la decisión correcta al venir aquí a revelarle esa noticia, lo mejor habría sido irme y nunca informarle, y de esa forma me habría evitado este momento tan incómodo.
No sé qué había pasado con él, pero estaba clara que no era infértil, porque la prueba crecía en mi vientre.
Alexis suspiró profundamente y se recostó en su silla, con una expresión de fastidio.
—No eres la primera mujer que viene a engañarme. Sé que estás haciendo esto para obtener algo de mí. Al parecer el dinero que te di no fue suficiente ¿Quieres más? Me hubieses dicho, jamás pensé que una simple sobrecargo fuera tan avara.
Tomó una pluma, su chequera y sentado empezó a estampar su firma y llenar el cheque.
Lo miré con lástima, porque ese era el único sentimiento que ese hombre podía inspirarme en ese momento.
—Sabes… me das mucho pesar… eres un hombre tan pobre que solo tiene dinero, eso es lo que eres, ese es todo tu legado. El dinero, ese es tu mayor valor. ¿No te das cuenta? Eres un ser miserable… porque en tu escala de valores lo material es más importante que el amor… sin embargo, te daré una salida, la última oportunidad… puedo dejar que hagas una prueba de paternidad. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para demostrar que te estoy diciendo la verdad —respondí con determinación.
Alexis me miró con arrogancia.
—No voy a hacerme ninguna prueba. Estoy seguro de que no es mi hijo, y no voy a perder mi tiempo en este absurdo. Así que puedes irte con tu mentira de embarazo, a otro lado y ve engañar a un incauto, porque a mí no. Mantente alejada de en mi vida. Tienes lo que querías, tu cheque. Ahora vete y no vuelvas a buscarme. No tengo ningún interés de estar cerca de una mujer como tú. Ahora vete, porque ya no tenemos nada que hablar.
Su actitud despectiva me hirió profundamente, pero no quería darle el placer de verme llorar. Respiré hondo, me alejé tomé el cheque que me ofrecía y lo rompí en pedacitos ante la mirada sorprendida de él.
Los trozos los apuñé en mi mano, y los solté encima de su cabeza, mientras hablaba con una sonrisa.
—No necesito tu dinero, Alexis. No lo hice por eso. Lo hice para que mi hijo no creciera sin conocer a su padre. Pero si tú no quieres ser parte de su vida, así será. Yo me las arreglaré sola. No necesito nada de ti… espero que nunca te arrepientas de tu decisión de hoy y recuerda Alexis Nickolai Kontos, que Tarah O'Kelly, será tu peor enemiga… vas a tener que dormir con un ojo abierto porque tú y los tuyos, cuando yo me decida cobrar, no voy a tener compasión, no sé ni donde van a terminar metiéndose, porque hasta debajo de las piedras los voy a perseguir y a encontrar… y te aseguro que serás tú quien me ruegues a mí en el futuro ¡Imbécil!
Con esas palabras, me di la vuelta y salí de su oficina, mientras caminaba por los pasillos, las risas de los empleados llenaban mis oídos, al parecer todos habían escuchado cada una de nuestras palabras y eso era motivo de burla.
Pese a la desazón que estaba sintiendo no me inmuté, bien decía el dicho que quien ríe al último ríe mejor, y yo aún no había empezado a reír.
Caminé todo lo erguida que podía, tratando de ignorar a las personas en mi alrededor, no quería seguir escuchando los insultos y desprecios. Sabía que tenía que alejarme de esa toxicidad y centrarme en cuidar de ese pequeño ser que estaba creciendo dentro de mí.
Los días fueron pasando y un día mientras íbamos camino al supermercado, un par de automóviles se detuvieron de manera repentina a nuestro lado, uno detrás de otro y dos hombres bajaron y se pararon frente a mí.
—Debe acompañarnos —dijo uno de ellos y yo lo miré con desconfianza.
—¡Están locos si creen que me iré con ustedes! —pronuncié retrocediendo para alejarme de su alcance.
—No tenemos intención de hacerle daño, señorita, por favor acompáñenos —repitió.
Ante la inesperada aparición de los dos hombres y su insistente demanda de que los acompañara, mi corazón comenzó a latir con fuerza y mi mente se llenó de pensamientos aterradores. Sarah y yo nos miramos con preocupación, preguntándonos quiénes eran y por qué querían llevarme.
—A mi amiga no se la llevan de aquí, tendrán que pasar por encima de mí —expresó Sara con firmeza.
—Está bien dijo el hombre —y sin mediar más palabra la cargó como un costal de papa y la llevó dentro de unos de los coches mientras yo corría detrás de ellos.
—¡Suelten a mi amiga! ¡Auxilio! —exclamé.
Cuando subí al auto, abrí los ojos de par en par cuando vi a Sara montada encima de un hombre cayéndole a golpes y una voz conocida se abrió paso a través de los gritos de mi amiga.
—¡Alguien que me quite está loca de encima! —exclamó.
—¡Michael! ¿Qué haces aquí? —pregunté en tono de sorpresa, mientras Sara detenía su ataque.
—¿Lo conoces? —me preguntó y yo asentí con un suspiro de resignación.
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